¿Periodistas o reporteros? ¿Chayote? qué es eso…

“El periodista es el comunicador con una formación académica más elaborada”, que le permite tratar la investigación y su consecuente información de forma más profunda para su disección y análisis al momento de llegar al lector. En cambio, “el reportero, que sería un periodista en ciernes, es el que debido a su formación empírica solo hace el reporte inmediato de la información”, sin aspirar a interiorizarse en la misma. Es decir, de acuerdo al doctor González, la principal cualidad del reportero es la inmediatez, en tanto que la del periodista es el fondo mismo de la información

Entrar a la diferenciación de estos dos términos “periodista” y “reportero” es pisar los umbrales de lo académico, en donde no existe unanimidad entre los estudiosos del tema sobre lo que es uno y lo que es otro concepto, o si las dos denominaciones representan lo mismo, aun cuando en la práctica todos los comunicadores se reconocen indistintamente como “periodistas” y/o “reporteros”, lo que también conlleva a un vacío jurídico, al no existir el reconocimiento legal de las dos denominaciones que engloban el ejercicio del periodismo.

Buscando opiniones sesudas sobre este punto, destaca la del doctor Rubén González Macías, profesor investigador de periodismo y comunicación de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), quien reconoce que desde la academia no hay un criterio unificado sobre la definición de “periodista” y “reportero”, pero desde su punto de vista, sí existe una diferenciación:

“El periodista es el comunicador con una formación académica más elaborada”, que le permite tratar la investigación y su consecuente información de forma más profunda para su disección y análisis al momento de llegar al lector. En cambio, “el reportero, que sería un periodista en ciernes, es el que debido a su formación empírica solo hace el reporte inmediato de la información”, sin aspirar a interiorizarse en la misma. Es decir, de acuerdo al doctor González, la principal cualidad del reportero es la inmediatez, en tanto que la del periodista es el fondo mismo de la información.

Sobre esta última premisa surge otra disyuntiva, que va más allá de la clasificación formal de los comunicadores, la que tiene que ver con la autopercepción de ellos mismos, en donde inherentemente la formación académica juega un papel fundamental; en una encuesta realizada para esta investigación sobre una muestra de 120 trabajadores de medios informativos diarios, impresos y electrónicos de todo el país, se encontró que el 31.6 por ciento de ellos se autorreconocieron como periodistas, mientras que el 68.4 por ciento se dijeron reporteros.

La razón en la que la mayoría de los encuestados fincaron su autoclasificación dentro de uno u otro término, fue el nivel de estudios: 38 de los encuestados que dijeron tener estudios universitarios que van desde licenciatura y diplomados hasta maestría, dentro de alguna área relacionada al periodismo y la comunicación, se reconocieron como periodistas, mientras que los otros 82 que dijeron no tener instrucción académica universitaria o relacionada con el periodismo y las ciencias de la comunicación, pero aun así se definieron como reporteros.

El resultado de esta encuesta, además de emparejarse con los que señala el doctor Rubén Gonzalez Macías -sobre la pertinencia de lo académico en las dos clasificaciones que utilizan los trabajadores de los medios de comunicación-, también aporta un dato del que poco se ha querido hablar, pero que mucho infiere en la praxis del periodismo mexicano:

la mayoría de los comunicadores en nuestro país, indistintamente de cómo se quieran reconocer, si “periodistas” o “reporteros”, son empíricos. Que –ojo- no significa analfabetismo ni ignorancia. Solamente no tuvieron la posibilidad de hacer una carrera profesional con la que podrían conocer plenamente las técnicas para el tratado y difusión de la información que se vierte al público.

Con la encuesta referida líneas arriba se pudo conocer que de los 120 entrevistados para este trabajo, 49 dijeron tener una carrera universitaria de periodismo o ciencias de la comunicación, de los otros 71 que reconocieron no haberse formado en las aulas para el ejercicio periodístico 31 dijeron tener solo el nivel de formación media superior, 12 solo cursaron la secundaria, ocho concluyeron la educación primaria, en tanto que otros 20 comunicadores dijeron tener o haber dejado trunca una carrera universitaria distinta al periodismo o las ciencias de la comunicación; cuatro estudiaron para diseñadores gráficos, tres para sistemas computacionales, dos para pedagogía, tres derecho y uno más para trabajo social. Tres dejaron trunca la carrera de ciencias políticas, dos la de ingeniería química, otro más de la diseñador gráfico y uno la de arquitectura, pero a la fecha son trabajadores de la información, bajo su autodenominación como reporteros.

Para tratar de discernir el submundo que bulle dentro del periodismo nacional, hay que señalar que de los entrevistados, 43 mujeres y 77 hombres, donde el 31.8 por ciento dijeron tener edades que oscilan entre los 25 y los 35 años de edad, el 53.3 por ciento entre los 36 y los 46 años, y el 20.8 por ciento entre los 47 y los 62 años de edad, casi la totalidad –un 93.3 por ciento- reconoció que existe no solo una brecha generacional sino de práctica entre los “periodistas viejos o de la vieja escuela” y los “periodistas nuevos”.

La diferencia de práctica entre los nuevos y los viejos periodistas se resume en un solo sentido, según la propia visión de los encuestados: los “periodistas viejos” son más proclives a la corrupción al tener como práctica normalizada el cobro por la publicación de trabajos informativos; “El Chayote” o “Embute”, que en definición sería el pago económico que solicita un reportero o periodista a su fuente a cambio de publicar o dejar de publicar cualquier información, se acentúa más entre los periodistas de más de 36 años de edad y es una práctica al menos no reconocida entre los periodistas de menos de 35 años de edad.

De las y los 31 periodistas encuestados, con edades entre los 25 y los 35 años de edad, solo dos (6.4 por ciento) dijeron haber incurrido en la práctica de “El Chayote” en por lo menos una ocasión; tres (9.6 por ciento) dijeron no negarse a esa posibilidad si se les presentaba, y 26 (83.8 por ciento) definidamente señalaron no haber aceptado nunca un soborno ni considerarlo en su vida profesional a cambio del manejo de su información.

Por su parte, de las y los otros 89 periodistas encuestados, de entre 36 a 62 años de edad, 54 (60.6 por ciento) de ellos aceptaron haber recibido al menos en una ocasión un pago por parte de sus fuentes, para publicar o dejar de publicar información; 26 (29.2 por ciento) de esos periodistas no descartan ni observan inviable aceptar “El Chayote” si se les ofrece, y solamente nueve (10.1 por ciento) de los encuestados aseguraron nunca haber incurrido en esa práctica, ni la consideran dentro de su ejercicio profesional.

A estos datos, que reflejan el grado de susceptibilidad a la corrupción dentro del periodismo mexicano, se agrega otro más: las mujeres periodistas son menos propensas a esta práctica, según lo revela la encuesta -en donde no se debe perder de vista también que las mujeres encuestadas fueron menos de la mitad del universo seleccionado-. Así, resulta que de las 43 mujeres que decidieron participar en el sondeo, 11 de ellas se encuentran en el rango de los 25 a los 35 años de edad, y las otras 32 tienen entre 36 y 62 años de edad.

De las mujeres periodistas encuestadas dentro del rango de 25 a 35 años de edad, ninguna de ellas (cero por ciento) aceptó haber recibido algún tipo de soborno; tres (6.9 por ciento) dijeron no negarse a la posibilidad de aceptar un pago por parte de sus fuentes, si se presentaba la ocasión, y otras ocho (18.6 por ciento) reconocieron haber recibido al menos en una ocasión durante su vida profesional algún tipo de pago extraoficial para publicar o dejar de difundir algún tipo de información.

El total de mujeres periodistas en este rango de edad que, con base en los resultados de la encuesta, se consideran proclives a la corrupción es del 6.9 por ciento, frente al 29.7 por ciento de los hombres que en este mismo rango aceptaron recibir o estar en disposición de acceder el mentado “Chayote”.

Por su parte, las mujeres encuestadas entre el rango de los 36 a los 62 años de edad, que han pisado los terrenos de la corrupción, mediante el cobro indebido por la publicación o no de la información en su poder, es del 25.5 por ciento, frente al 37.9 por ciento de los hombres que dentro de este mismo rango aceptaron la práctica de “El Embute”; cuatro (12.5 por ciento) de ellas aceptaron haber recibido en por lo menos en una ocasión un pago ilegal por parte de sus fuentes, siete (21.8 por ciento) dijeron no despreciar esa posibilidad, en tanto que otras 21 mujeres (65.6 por ciento) se manifestaron en contra de esa práctica por no llevarla a cabo o considerarla inmoral.

Pero más allá de la percepción sobre corrupción y la formación académica que se da entre los “periodistas nuevos” y los “periodistas viejos”, existe un choque cultural, una brecha generacional como la llama el doctor Rubén Gonzalez Macías luego de realizar un estudio de caso en el municipio de Morelia, donde sus investigaciones lo llevaron si no a descubrir, sí a exponer de manera clara “un fenómeno que no ha recibido mucha atención académica, pero que tiene un impacto evidente en el periodismo mexicano”, que tienen que ver con una especie de celo profesional, que se manifiesta con un rechazo, que raya en el deprecio casi generalizado entre los “periodistas viejos” y los “periodistas nuevos”.

Este fenómeno social dentro del periodismo mexicano, desmenuzado por el doctor Gonzalez, “pone de manifiesto que hay una brecha generacional, por un lado, entre los empíricos, los viejos reporteros quienes aprendieron directamente en el campo y sin ningún tipo de preparación formal y, por otro, los reporteros más jóvenes quienes tienen un título universitario, pero carecen de experiencia”[1], lo que ha provocado –dice el doctor González en su investigación: “que los reporteros más experimentados subestimen las habilidades de sus colegas más jóvenes, burlándose de su falta de práctica. En contraparte, los jóvenes acusan a sus mayores de ser corruptos e ignorantes con respecto a la función social de la profesión”.

Este hallazgo expuesto por el doctor Rubén Gonzalez –y observado a lo largo y ancho de todo el territorio mexicano- constituye, sin lugar a dudas, uno de los principales problemas de desunión y desorganización que se vive dentro del periodismo, donde se alza como una agresión silenciosa, sumada a todas las que encara el sector, solo que esta proviene desde adentro del mismo gremio, donde son frecuentes los señalamientos de descredito entre “periodistas viejos” y “periodistas nuevos” por el solo hecho de la brecha generacional, matizado de celo profesional.

En este deambular por todo el país, del que ya daba cuenta al inicio del texto, eso fue uno de los puntos que mayormente me llamó la atención: la descalificación de periodista por parte de otros periodistas, tras la comisión de un atentado. Ninguno de los cientos de atentados que he podido documentar contra periodistas en estos años de revisar a profundidad este fenómeno de violencia ha quedado intocado por la crítica de otros periodistas. En el mejor de los casos, los agredidos –sea mediante amenazas, persecución, desplazamiento, lesiones o asesinato- siempre fueron calificados por otros compañeros como responsables de su propia desgracia.

Esos señalamientos muy pocas veces fueron mediante textos públicos o a través de sus medios de comunicación. La mayoría se hicieron “en lo corto”, en pláticas de café, en reuniones informales, a veces como chismes dentro de las sedes de la propia fuente a cubrir, pero siempre denostando la solidez moral del agredido.

Cuando se trata de agresiones a periodistas jóvenes, los más viejos casi siempre atribuyen esa situación al resultado de la propia falta de experiencia de la víctima, igual que cuando algún periodista viejo es víctima, los periodistas más jóvenes atribuyen la agresión al nivel de corrupción del periodista agredido. Pero siempre dejando marcada esa diferencia no escrita, como si se tratara de dos gremios distintos que se entorpecen en el ejercicio.


[1] González Macías, Rubén Arnoldo, “Brecha Generacional y Profesionalización de los Periodistas Mexicanos. El Caso de Morelia”, Estudios de Comunicación, Publicación Académica de la Vocalía Valle de México, Consejo Nacional para la Enseñanza y la Investigación de las Ciencia de la Comunicación, ISBN: 978-607-96967-2-6.  P. 243