Por. J. Jesús Lemus
Con las cifras oficiales que reconocen a unos periodistas como víctimas de su trabajo y dejan a otros en el olvido, se devela otra realidad: en nuestro país la moral periodística quiere ser manejada por una elite, que muchas veces ni siquiera sabe de las necesidades del trabajo reporteril. Por eso el descredito social, bajo argumentos pueriles, cada vez que un periodista es asesinado y se descubre que tenía comunicación con algún miembro del crimen organizado en su localidad. Esa relación periodista-delincuente, casi siempre se saca del contexto estrictamente informativo con el que los comunicadores buscan ese contacto, solo para desacreditarlo.
En este andar por todo el país he conocido decenas, cientos de periodistas que mantienen relación con miembros del crimen organizado. Y se trata de una relación no económica ni con fines de cometer ilícitos, sino de una relación a la que obliga el trabajo de periodista para poder informar con mayor certeza a la sociedad. Son cientos de periodistas y reporteros que cubren los temas de violencia, quienes de manera frecuente están en contacto, que no en amistad, con la fuente que representa a la delincuencia organizada, toda vez que esta se ha vuelto de interés informativo a partir del inicio de la Guerra Contra el Narco, en diciembre del 2006.
El periodista o reportero, movido solo por el ánimo de la información, es el que a veces busca a la fuente dentro de las células delincuenciales, pero mayormente es el delincuente el que, alentado por el control de la información, busca al reportero para involucrarlo de manera obligada en esa simbiosis tan cuestionada por los puristas teóricos del periodismo. Hay que resaltar que cuando el periodista se acerca a su fuente delincuencial, nunca o muy pocas veces cabe la posibilidad de la agresión, pero cuando es al revés la vida del periodista siempre está a expensas del delincuente; aquí es cuando se derivan hechos de amenazas, percusiones, destierros y asesinatos.
En ninguno de los casos que he documentado, sea que el periodista busque a la fuente delincuencial o viceversa, la relación periodista-delincuente ha trascendido más allá del aspecto meramente informativo, mucho menos se ha llegado a la amistad. Porque amistad es afecto, simpatía y confianza, y cuando el periodista toca esos linderos con su fuente, entonces el periodismo pierde uno de sus principales soportes: la imparcialidad. Si acaso existe falta de objetividad en la información surgida de esa relación, es sobre todo cuando el delincuente busca al periodista, el que se ve sometido por las amenazas y la necesidad de preservar su vida. Pero nunca hay visos de parcialidad en la información cuando el periodista busca como fuente al delincuente, donde el comunicador siempre impone su autoridad en el manejo de la información.
Este planteamiento no es entendido por los “calificadores” de los homicidios de periodistas, quienes, si acaso llegan a realizar la investigación debida del caso y encuentran vestigios que apunten a la comunicación que el periodista asesinado mantenía con algún miembro del crimen organizado, invariablemente es descalificado y tachado a priori como persona deshonesta. Eso hace que su asesinato no se atribuya a razones del ejercicio periodístico. Casi siempre se señala su muerte como un hecho propiciado por el comunicador a causa de su conducta impropia, en donde siempre se presume no solo un beneficio económico o la corrupción del comunicador, sino que se llega a teorizar sobre su participación en hechos delincuenciales propios de la célula criminal con la que mantenía contacto.
Si la relación periodista-delincuente no es entendida por los “calificadores” de los homicidios de periodistas, que en teoría deberían conocer a fondo la mecánica sobre la que se da el proceso de recolección de información certera, menos este proceso puede ser entendido por el grueso del colectivo, el que sin mayor razonamiento y solo porque puede hacerlo, ahora a través de las redes sociales, no lo piensa dos veces para linchar la moral de cualquier periodista que es exhibido por su relación con miembros del crimen organizado, sin entender que esa relación es empujada por la exigencia informativa surgida desde la misma masa social.
Pero tanto la masa como los “calificadores” de los asesinatos de periodistas, llámese como se quiera llamar a cualquiera de las organizaciones gubernamentales y no oficiales que dicen trabajar por los derechos de los periodistas, que se convierten en jueces de la ética periodística sin saber las condiciones reales bajo las que se ejerce el periodismo de investigación, son doblemoralistas; por un lado reclaman un trabajo periodístico “que devele hasta lo que se encuentre debajo de las piedras, pero cuestionan la forma en que se tienen que levantar esas piedras para exponer la información oculta en ellas”, según lo define el periodista Francisco Sarabia.
Pero la moralidad sobre cómo se obtiene la información, no se cuestiona siempre de la misma manera; cuando un periodista de renombre tiene contacto con su fuente delincuencial y le arranca cualquier información de interés público, es aplaudida y celebrada tanto por la masa como por los teóricos del periodismo, pero cuando un periodista casi en el anonimato del entorno nacional logra ese contacto, no solo no se le reconoce su trabajo de riesgo, sino que le cuestiona y se le fustiga al grado de hacerlo parecer como miembro también del crimen organizado.
Esa doble moral queda bien expuesta en el parangón de dos casos: cuando el periodista Julio Scherer García, director de la revista Proceso, entrevistó a uno de los jefes del Cartel de Sinaloa, Ismael “El Mayo” Zambada, y cuando los periodistas michoacanos Jose Luis Díaz Pérez y Eliseo Caballero, director de la agencia informativa Esquema y corresponsal de Televisa, respectivamente, se entrevistaron por lo menos en dos ocasiones con el jefe del Cartel de los Caballeros Templarios, Servando Gómez Martínez, “La Tuta”.
La reunión llevada a cabo en la clandestinidad entre Julio Scherer e Ismael Zambada García se dio a conocer en la edición de la revista Proceso del 3 de abril del 2010. Fue un hecho periodístico que se aplaudió, y se reconoció por muchos opinadores como un verdadero acto de información a través de la investigación. Nadie cuestionó al icono del periodismo nacional por haber aceptado la reunión que se dio a propuesta del también compadre del narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, “El Chapo”, con el que codirigía al Cartel de Sinaloa, una de las agrupaciones delincuenciales más sanguinarias y violentas en toda la historia del narcotráfico en México, y de cuyo encuentro no se sabe qué pasó antes y después de la entrevista.
Pero cuando José Luis Díaz Perez y Eliseo Caballero se reunieron, en septiembre del 2014 con Servando Gómez Martínez, “La Tuta”, de lo que se conoció solo uno de esos encuentros a través de un video editado con 14 cortes, no solo la opinión colectiva sino la de destacadas estrellas de los medios de comunicación, se lanzaron contra los dos comunicadores michoacanos. La vorágine mediática que expuso a los periodistas al desprestigio profesional y social, nunca tocó ni por equívoco la posibilidad de que esos dos encuentros fueran con la intención de recabar información de primera mano, como lo refirieron Jose Luis Díaz Pérez y Eliseo Caballero, que habían dado seguimiento puntal al clima de violencia que se estaba dando en Michoacán en ese momento.
En medio de una carnicería mediática, los dos periodistas michoacanos fueron exhibidos en diversos medios de comunicación y en las redes sociales como aliados del crimen organizado. La misma Carmen Aristegui, un verdadero referente del periodismo mexicano, tomando como base el video que fue entregado anónimamente a las puertas de sus oficinas, del que reconoció que estaba editado,[1] contribuyó al linchamiento de los comunicadores, al cabecear la nota “Corresponsal de Televisa en Michoacán y Otro Periodista Asesoraban y cobraban con ‘La Tuta’”, en donde nunca se hizo referencia a lo argumentado por los periodistas, que dijeron que ese y otro encuentro fue, primero, obligado a la fuerza por el jefe del Cartel de los Caballeros Templarios y que, segundo, fue aprovechado por los comunicadores para recabar información.
La versión de este encuentro, difundida inicialmente por el portal Aristegui Noticias y replicada luego en centenares de medios eléctricos e impresos de todo el país, centró toda la información en las partes del video editado, donde los periodistas aparecen como consejeros del narcotraficante, quienes –los señalarían después- se habrían limitado a responder a lo que el criminal estaba preguntando, anteponiendo su derecho de preservar su vida, lo que evidentemente fue cortado en la edición del video, y no plateó siquiera la posibilidad de la duda de que los periodistas estuvieran a la fuerza en la reunión o buscando información para hacerla pública.
A causa de ese linchamiento mediático, fincado en el cuestionamiento moral sobre la razón por la que los periodistas michoacanos estaban reunidos con el jefe del Cartel de Los Caballeros Templarios, quienes recibieron –en forma obligada, según argumentaron Jose Luis Díaz Perez y Eliseo Caballero- unos cuantos billetes que La Tuta puso frente a ellos, los dos comunicadores perdieron sus empleos; José Luis Díaz Pérez optó por cerrar la agencia informativa Esquema ante la negativa de las empresas editoriales, de México y Estados Unidos a las que vendía sus contenidos de información policial, de continuar con una relación comercial. A Eliseo Caballero Ramírez no solamente lo despidieron de Televisa, sino que la empresa “presentó una denuncia de hechos ante las autoridades judiciales para hacer de su conocimiento este muy lamentable caso”.[2]
En el caso de Eliseo Caballero Ramírez, a manera de justificación del despido laboral, Televisa en su comunicado de prensa cuestionó entre líneas la forma en que su corresponsal en Michoacán se hizo de información para cumplir con la cobertura del crimen organizado, fustigando la relación periodista-delincuente que no se considera dentro del Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia, suscrito el 24 de marzo de 2011 por 715 medios de comunicación de todas las plataformas en todo el país.
Este acuerdo, que fue una iniciativa del gobierno federal del presidente Felipe Calderón para evitar el desbordamiento de la información surgida desde el interior de los grupos delincuenciales, en teoría se plantea que el espíritu que llevaba a esta postura es el de preservar la libertad de expresión y el libre periodismo como un derecho de la sociedad civil, tan amenazado por la creciente presencia de los grupos del crimen organizado. Por esa razón se buscó estandarizar el comportamiento de los principales medios de comunicación ante la necesidad de cobertura de la violencia, sin que los medios fueran rehenes de los intereses de los grupos criminales.
Pero lejos de que este Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia viniera a fortalecer el espectro periodístico mexicano, más bien lo disminuyó: la totalidad de los medios firmantes optaron motu proprio imponerse una censura sobre la violencia, a fin de no contradecir uno de los puntos medulares del acuerdo, que refiere al reto de “cómo consignar hechos con valor periodístico y a la vez limitar los efectos estrictamente propagandísticos de los mismos”,[3]en donde es imprescindible la relación del periodista con su fuente delincuencial, misma que no solo es cuestionada sino rechazada en el mismo acuerdo, a fin de poder cumplir con “el reto…(de) seguir informando a la sociedad en un contexto de alto riesgo”.[4]
Pero no solo eso, los medios firmantes de este acuerdo también se comprometieron a “establecer mecanismos que impidan que los medios se conviertan en instrumentos involuntarios de la propaganda del crimen organizado”, lo que no fue así cuando cientos de medios cuestionaron no solo el trabajo periodístico de Jose Luis Díaz y Eliseo Caballero, pues el video que fue entregado a la redacción de Aristegui Noticias, claramente tenía la intención de utilizar a los medios como difusores de sus mensaje. En el sobre donde llegó el video en una memora USB, iba también una leyenda que decía: “Sra. Aristegui: le mandamos un regalito contra sus amigos de Televisa hace unos días. No ha sacado nada. Este material va a salir. Esperamos que sea por su programa (sic)”, lo que evidentemente era con la intención de utilizar a ese medio informativo, el que finalmente recayó en el planteamiento de los delincuentes.
Contrario a lo que les sucedió a los dos periodistas michoacanos, que fueron destrozados profesional y socialmente, a Julio Scherer García nunca nadie lo cuestionó por su reunión con uno de los jefes del Cartel de Sinaloa. Por el contrario, fueron muchas las voces que públicamente lo ensalzaron por el valor de haberse reunido con uno de los narcotraficantes más peligrosos y reconocidos de México, por cuya captura el gobierno de Estados Unidos ofrecía en ese entonces una recompensa de cinco millones de dólares. Después de esa entrevista Julio Scherer García legó para la inmortalidad una de sus más reconocidas frases, que hoy se enseña en las escuelas de periodismo: “si el diablo me da una entrevista, voy a los infiernos”.
Bajo ese precepto, también la periodista Anabel Hernández, “descendió a los infiernos”. Entrevistó al narcotraficante y fundador del Cartel de Guadalajara Rafael Caro Quintero, por lo menos en dos ocasiones. De la primera se dio cuenta en la edición de la revista Proceso del 23 de julio del 2016, y de la segunda en el portal Aristegui Noticias del 8 de abril del 2018; de estos encuentros Anabel Hernández también refirió en el noticiero online de Carmen Aristegui, del 9 de abril de 2018. Las entrevistas que logró la autora del Bestseller “Los Señores del Narco” (Grijalbo 2010) con el narcotraficante más famoso de México, que en ese momento seguía siendo un prófugo de la justicia, polarizó las opiniones.
A diferencia de las reuniones de Julio Scherer con Ismael Zambada, y de José Luis Díaz Pérez y Eliseo Caballeros con Servando Gómez, donde las opiniones fueron unánimes, aplaudiendo al primero y descalificando a los segundos, en el caso de la reunión de Anabel Hernández con Rafael Caro, las opiniones no estuvieron de un solo lado. Hubo polarización y división en el gremio. Hubo quienes, como Carmen Aristegui, que reconocieron el trabajo de Anabel Hernández, al que revistió con el sentido de importancia en la coyuntura informativa del momento, pero hubo otros que cuestionaron ese trabajo, como la periodista Orquídea Fong, la que lo calificó como “una afrenta a la sociedad y al periodismo”,[5] al considerar que la entrevista ayudaba a limpiar la imagen de uno de los narcotraficantes más siniestros de México.
De acuerdo a Orquídea Fong Varela, experimentad periodista del portal informativo Etcétera, que habló para este trabajo, el problema de fondo del periodismo mexicano en el tópico de la relación periodista-delincuente es muy claro: “hay grupos de periodistas santones, estrellas reverenciadas, que lo que digan o hagan dentro del ejercicio periodístico se toma como una verdad incuestionable, por el supuesto de estar del lado correcto de la historia”, pero –agrega- “también hay otros periodistas que por no estar en ese supuesto lado correcto de la historia y la verdad, se les considera chayoteros”. A los periodistas “estrellas reverenciadas” no se les cuestiona que incurran en hechos como reunirse -para fines informativos- con miembros del crimen organizado, pero a cualquier otro periodista de pueblo, que no es figura del periodismo y que llega a incurrir en la misma práctica, sí se le cuestiona, y hasta se le desacredita cuando llega a ser víctimas de algún tipo de atentado, principalmente cuando si es asesinado.
Para Fong Varela, esos grupos son los que han formado muchos de los periodistas que crecieron bajo la sombra profesional de Julio Scherer García y la escuela periodística de Proceso, donde ella misma fue reportera, y desde “donde Julio Scherer armó toda una mística en torno a él y a su revista, estableciendo la idea de que todos los que fueran sus cercanos son periodistas impolutos, con un halo de infalibilidad”. De aquí se desprende el mito de que solo los periodistas tocados por Scherer y su escuela son los que pueden hacer trabajos incuestionables, cuando en realidad –dice Fong Varela- estos comunicadores solo son “imagen y buenas relaciones públicas”, de las que no gozan los otros periodistas, a los que si se les cuestiona no solo sus trabajos sino su proceder ante la fuente informativa del crimen organizado que por necesidad o profesionalismo tienen que cubrir.
Por eso, refiere Fong, la información que vierten estos periodistas, contrario a la que generan los comunicadores sin fama de las poblaciones más aparatadas, “deslumbra a la gente. Por la fama la justifican y se les cree, aunque tenga fallas”. A diferencia de los periodistas de pueblo, que son comúnmente cuestionados, señalados de manejar la información a su conveniencia y calificados de “chayoteros”. A los periodistas famosos y/o de la escuela de Julio Scherer muy pocas veces o casi nunca se les cuestiona en su trabajo, por la fama que se ha creado sobre ellos y entre ellos mismos “de estar del lado de la verdad”, que es una fama que se ha alimentado en los últimos años por grupos de usuarios de las redes sociales.
Pero, desde la óptica de Orquídea Fong, un hecho es innegable: “todos los periodistas hacemos un esfuerzo para sacar adelante el trabajo informativo, y todos tenemos una postura política. La cuestión es no convertirnos en publirrelacionistas de nadie, porque existe una delgada frontera entre informar y ser voceros”, y ese es el punto del que se valen en ocasiones el Estado y diversas organizaciones de defensa de derechos de periodistas para desacreditar los asesinatos y las agresiones a los comunicadores, principalmente cuando estos son periodistas sin fama, de localidades apartadas y de medios informativos de poco impacto informativo.
[1] Aristegui, Noticias, Corresponsal de Televisa en Michoacán y Otro Periodista Asesoraban y cobraban con “La Tuta”, 22 de septiembre de 2014, disponible en https://aristeguinoticias.com/2209/mexico/corresponsal-de-televisa-en-michoacan-y-otro-periodista-asesoraban-y-cobraban-con-la-tuta/
[2] Televisa, Boletín de prensa, Comunicado de Grupo Televisa, No. T021, 22 de septiembre de 2014
[3] Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia, México, 23 de marzo de 2011
[4] Ibídem
[5] Fong, Orquídea, Etcétera, “Anabel Hernández: publirrelacionista de Caro Quintero”, 28 de mayo de 2018 disponible en https://www.etcetera.com.mx/revista/anabel-hernandez-publirrelacionista-de-caro-quintero/


 
				
			 
				
			 
				
			 
				
			