El violento oficio de escribir no se remite únicamente a la incomodidad que el trabajo periodístico ocasiona dentro de las élites políticas y económicas. Algunos editores “emergentes” —si se les puede nombrar así— también utilizan sus posiciones privilegiadas para violentar a los autores que alimentan los ingresos de sus editoriales “nueva revelación”.
Y, aun así, los tratan como si la vida de sus proyectos -con objetivos económicos y de estatus- no dependiera del autor que arriesga su vida, que es perseguido y estigmatizado por diferentes versiones del poder, mientras ellos -los Editores Emergentes- están detrás de una computadora diseñando portadas y preocupándose por el tipo de letra que debe llevar un texto escrito con sangre, lágrimas y riesgo, sobre todo en el país más peligroso del mundo para ejercer el periodismo.
Es doloroso documentar que en uno de los eventos literarios y académicos más importantes no solo de México, sino del mundo, como lo es la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, la violencia contra los periodistas también esté presente de diferentes maneras: censura, humillación y trato despectivo, como Cenzontle400 logró documentar.
Resulta que ya no solo hay que rehuir al secuestro, las balas, la extorsión, el espionaje y las amenazas del crimen organizado en su modalidad de gobierno o sicaria, sino también a editoriales “emergentes” que se cuelgan del trabajo de los mejores periodistas del país —y en una de esas, incluso del mundo—, así como de los mejores novelistas, y que ni siquiera tienen el tacto de respetar la convivencia vital entre los lectores y el autor, admirado y respetado, mientras las y los representantes de estas editoriales les ordenan asistir únicamente a los stands para promocionar sus otros proyectos, aprovechando la popularidad de los autores.
La falta de respeto al escritor y periodista deja entrever la verdadera perspectiva y el valor que le asignan a un trabajo que se desarrolla durante años, con largas investigaciones, mapeos, entrevistas, búsquedas y coberturas in situ, a veces en lugares tan peligrosos como Badiraguato o el desierto sonorense, con la mandíbula del crimen organizado rozando la garganta del investigador o el frío del cañón de un arma del poder político en la sien.
Ya no solo son las instituciones y mecanismos supuestamente creados para salvaguardar la labor de informar e investigar los que demeritan y desprecian un trabajo que implica un riesgo extremo para el periodista y para sus allegados, sin respaldo de organizaciones muchas veces amañadas con el poder político o programas deficientes como el Mecanismo de Protección de Periodistas, cuya miserable actuación ha posicionado a México como el país más inseguro para ejercer el periodismo, por encima de lugares en guerra abierta como Ucrania o de países donde el gobierno no existe, como Haití.
Pero lo peor es cuando ya no solo se trata de editoriales “emergentes” sino de aquellas que, a nivel mundial, publican a personajes como Stephen King o a periodistas como Anabel Hernández, y que exhiben otro tipo de violencia centrada en la censura: ocultar bajo decenas de libros pseudoperiodísticos obras de reciente publicación con temas de interés nacional y mundial, incómodos para mineras, grupos políticos y para naciones enteras como Canadá y China.
Promocionan a sus grandes estrellas de siempre —aquellos coludidos con la editorial y moderados en su crítica al Estado, así como poco incómodos para el gobierno— sin importarles que el objetivo de la FIL Guadalajara sea dar a conocer las novedades escritas este año. Adornan los pasillos con carteles de metro y medio de altura sobre libros publicados hace más de tres años, de “reporteros” que ni siquiera viven en el país, pero escriben como si padecieran este infierno, hablando de temas que desconocen. Mientras tanto, ocultan aquellos libros que tienen más de cinco años de trabajo de investigación, los que abordan temas clave para el desarrollo de los mexicanos, como los saqueos en sus diferentes versiones
Al parecer, las editoriales grandes, a pesar de su poder, se acobardan ante las órdenes del poder político o la falta de valor para sostener la promoción y publicación de obras que podrían cambiar la realidad nacional al abrirle los ojos al mexicano sobre la podredumbre que mancilla nuestras tierras en forma de hombres y mujeres ambiciosos a quienes nada les importa el ambiente, el desplazamiento o la colusión entre crimen organizado, empresas y autoridades que legitiman el despojo, el desplazamiento e incluso masacres.
No se explica de otra forma el trato que estos entes elitistas, que manejan la cultura y la publicación del periodismo, dan al actuar de esa manera, ya sea por miedo, ambición o simple incompetencia de sus representantes al momento de establecer una relación con el autor. Se suman así a la violencia que de por sí padece el periodista desde distintos sectores, como el policial, burocrático, político y económico.
Lamentablemente, parece que los editores y las editoriales se han convertido en otra trinchera en la guerra contra la verdad, la información, el periodista y el autor, quienes no solo sufren agresiones directas y humillaciones, sino que también enfrentan que, económicamente, el oficio no suele ser rentable, por lo menos para el autor. Entre el 10 y el 15% que le entregan por cada libro, comparado con más del 60% de ganancia para la editorial, es un insulto para quien arriesga todo para realizar el violento oficio de escribir.

