Enfermo de cáncer, Servando Gómez “La Tuta” rumea su vida de narco
El fundador del cartel de Los Caballeros Templarios, Servando Gómez Martínez, La Tuta, fue informado de su segunda sentencia de un total de 17 procesos penales que se le abrieron
Enfermo y cansado, en una de las celdas de los pasillos subterráneos del área de Tratamientos Especiales del Cefereso número 1, el de Almoloya, en el Altiplano del Estado de México, el fundador del cartel de Los Caballeros Templarios, Servando Gómez Martínez, La Tuta, fue informado de su segunda sentencia de un total de 17 procesos penales que se le abrieron: fue condenado a 47 años de prisión por el delito de narcotráfico. Ya antes había sido sentenciado a otros 55 años de cárcel por el delito de secuestro. En suma, en dos sentencias ya ha acumulado 102 años de prisión. Más las que faltan.
Los que lo vieron escuchar la sentencia dictada por un juez federal, dicen que La Tuta ni se inmutó. Estuvo atento a la lectura. Firmó de notificado y se volvió a reclinar sobre su litera metálica, en la que pasa la mayor parte del día aquejado por el cáncer de próstata, que amenaza con no dejarlo cumplir esta primera sentencia de más de medio siglo de vida en prisión.
El Mismo Día a Repetir por 55 Años
Los días de Servando Gómez Martínez en prisión, son el mismo repetido desde ya a casi 9 años, cuando ingresó a la cárcel federal de Almoloya el 28 de febrero del 2015: lo despiertan en punto de las 6:00 de la mañana. A las 7:00, para el pase de lista, ya debe estar bañado, rasurado y perfectamente uniformado. El narcotraficante que tuvo todos los lujos, ahora tiene que afeitarse con un rastrillo amarillo Gillette, de donación, que le tiene que aguantar el filo durante un mes. A las 7:30 le llevan el desayuno a su celda. A las 8:30 le obligan a realizar el aseo de su celda, sin más instrumentos que una franela y un pedazo de fibra.
Una vez que termina de hacer el aseo de su estancia, se la pasada caminando de un lado a otro, como león enjaulado. A veces le oyen tararear una canción. Canta con frecuencia Caminos de Michoacán. A veces suspira por el amor perdido. Le gusta cantar Amor Eterno. Hasta las 10 de la mañana se vuelve a recostar un rato o a veces lee. Según el parte de actividades que a diario registra la dirección del penal, en punto de las 10 de la mañana un oficial de custodia lo visita en su celda para preguntarle si requiere asistencia psicológica o médica urgente. El a veces se hace el interesante y ni siquiera responde a sus interlocutores. Cuando tienen ganas de hablar, dependiendo de la respuesta, un psicólogo o un médico lo atienden a la puerta de su celda.
Se mofa de sus carceleros. La Tuta los reta. Cuando habla con su psicólogo, siempre pide que le permitan más actividades al aire libre. Por lo menos quiere salir de su celda a botar el balón de básquet, aunque sea dos veces a la semana. Por ser uno de los reos más peligrosos de la cárcel de Almoloya, a La Tuta solo le dejan salir 15 minutos de sol cada mes. Les recuerda a los custodios que ya está más amarillo que las paredes de su celda, que por piedad le den oportunidad de caminar en el patio. Nadie le hace caso. En ese sector de conductas especiales los custodios tienen prohibido entablas conversación con los internos.
Cuando opta por una consulta médica, Servando Gómez siempre trata de bromear con el médico que lo revisa. Siempre les pregunta sin son del seguro social. Y suelta la risa. Nunca logra arrancarle al médico una sonrisa o al menos que le festejen la broma. Los médicos tampoco pueden entablar conversación con los internos, más allá de lo estrictamente personal
Si no solicita asistencia médica o psicológica, a La Tuta se le deja que siga recostado o se le permite que escriba alguna carta o raye algún dibujo en uno de los cuadernos que se le tienen asignados. A veces solo camina de un lado de la celda, como parte de la única actividad física que se le tiene permitida. Servando Gómez Martínez a causa de su condición de peligrosidad está vedado para actividades fuera de su celda.
Invariablemente, en punto de las 11:00 de la mañana, todos los días se tiene que parar frente a su celda para un segundo pase de lista. Después, se le vuelve a permitir que siga recostado o que realice cualquier actividad, excepto ejercicio, dentro de su celda. En los últimos seis meses ha leído 14 libros. El año pasado leyó, entre otros, “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez, “Los Pilares de la Tierra” y “El Umbral de la Eternidad” de Ken Follett. Desde octubre del 2023 hasta la primera quincena de enero del 2024 sigue leyendo “El Mundo de Sofía” de Jostein Gaarder. “Seguramente ya lo terminó de leer, y puede que este repasando los temas de filosofía que allí se narran”, dice un apunte de la bibliotecaria, escrito al margen de una hoja del expediente técnico de La Tuta.
Solo una vez cada cinco días se le permite hacer una llamada telefónica a cualquiera de los tres números que tiene registrados de familiares en primer grado. La llamada solo dura apenas 10 minutos y es monitoreada por personal de inteligencia del gobierno mexicano adscrito al penal federal. Solo una vez cada diez días se le permite comprar algunas cosas en la tienda de la cárcel, donde no se le permite gastar más de 300 pesos por visita.
Sus compras más comunes en los últimos tres años han sido, en cada ocasión, una bolsa de detergente, un jabón de baño, dos botellas de agua Bonafont de sabor, un garrafón de agua natural de 20 litros, dos rollos de papel higiénico, un paquete de pañuelos Kleenex, dos paquees de galletas, un paquete de almendras confitadas, tres sobres y 5 estampillas postales de cinco pesos cada una. El rastrillo lo solicita de donación, porque no le alcanza para eso.
En punto de las 13:00 horas le dan de comer. Su dieta es especial. El menú de todos los días es a base de verduras, arroz, frijol, queso, carne de pollo o pescado, solo dos tortillas y una fruta que puede ser plátano o manzana, además de una barra de cereal o amaranto. Después de la comida, en punto de las 15:00 horas vuelve a pasar lista. Antes de eso tiene que recibir su dosis de medicamento. Está tomando por lo menos cinco pastillas distintas con las que intenta mantener a raya el cáncer de próstata que le aqueja.
En la tardes, mientras el resto de los presos tienen actividades deportivas en cualquiera de los cuatro patios con los que cuenta la prisión por separado, a La Tuta se le permite ver televisión -en su celda- en una pantalla de cinco pulgadas, blanco y negro, que uno de sus abogados le hizo llegar. La televisión solo la tiene autorizada desde las 17:00 a las 18:00 horas, cuando vuelven a pasarle lista de nueva cuenta.
En punto de las 19:00 horas le llevan hasta su celda la cena. Su dieta nocturna es pobre. A veces solo frijoles con queso, a veces solo un pedazo de pollo con verduras, y siempre un vaso de atole de avena o te de canela. El último pase de lista lo hace en punto de las 21:00 horas, después que una enfermera y un médico le suministran altas dosis de medicamentos para paliar el cáncer que lo consume. Desde el mes de marzo del 2021 le están suministrando medicamentos controlados para la depresión y la ansiedad. Dice su expediente médico que esos medicamentos “lo hacen dormir como un tronco”.
Fue el Motivo de la Guerra contra el Narco
Servando Gómez Martínez, La Tuta, no siempre fue el disminuido hombre que hoy es en prisión. Fue uno de los fundadores del grupo de narcotraficantes más importante de Michoacán, que primero operó bajo el nombre de La Familia Michoacana y después integró al Cartel de los Caballeros Templarios, al lado de otros criminales como Nazario Moreno González, El Chayo; Enrique Plancarte Solís, el Kike; Dionisio Loya Plancarte, el Tío; Jesús Méndez, El Chango, y Jesús Vásquez Macías o Gerónimo Vásquez Mendoza, el Toro.
La Tuta fue el motivo principal por el que el presidente Felipe Calderón lazó la estrategia de la llamada Guerra Contra el Narco. El gobierno federal desplegó una fuerza de guerra en todo Michoacán: veinticinco mil efectivos, entre militares y policías federales, se dieron a la tarea de desarticular al cartel que hasta la fecha no ha podido ser desmantelado.
A principios de noviembre de 2014, mientras el gobierno federal aseguraba que La Tuta estaba “reducido, a salto de mata por las montañas del sur”, el jefe de los Templarios fue ubicado por los autodefensas en una casa cercana a la finca la Fortaleza de Anunnaki, propiedad del ya para entonces supuestamente extinto Nazario Moreno, fundador del cártel: allí se le llegó a ver montando a caballo por las tardes o participando en algunos palenques de la zona sin que nadie denunciara su presencia.
De Robin Hood a Delincuente
La Tuta no era cualquier vulgar narcotraficante. Se salía del cartabón tradicional de ese tipo de personas. Era espléndido con la gente: no había ocasión en que saliera a la calle y no dejara a su paso una estela de risas, agradecimientos, bendiciones y saludos cariñosos de la gente que, tras entregar billetes de doscientos pesos de la mano del jefe de los Templarios, le agradecía con el corazón. En la zona marginada de Michoacán, donde el ingreso diario promedio es de entre veinte a cincuenta pesos, recibir un billete de doscientos es una bendición, sin importar de dónde venga.
La Tuta se ganó a pulso el cariño de la gente. Las células dedicadas al narcotráfico y la extorsión a veces tenían una cara amable: distribuían despensas, medicamentos y dinero entre las familias más pobres. No era raro que Servando Gómez recibiera peticiones de la gente para colocar en algún trabajo a alguno de sus hijos, gestionar becas o solicitar servicios básicos a las autoridades municipales; sin embargo, no llegó a tal labor de la noche a la mañana.
Desde que era estudiante en la escuela normal de Arteaga —lejos aún de volverse narcotraficante—, La Tuta ya hacía gestión social para las familias más necesitadas: estuvo entre los que consiguieron que el gobierno federal instalara el primer centro de salud en ese municipio. También en sus años de juventud tramitó una serie de mejoras para la cabecera municipal de Arteaga, entre las que destacó la instalación del sistema de agua potable y un programa de ayuda a mujeres solas luego de que sus maridos emigraran al norte en busca de empleo.
Sin duda su trabajo social se enraizó en la región de Arteaga tras poner en operación el primer centro de ayuda contra las adicciones, sin saber que después se imbuiría en actividades relacionadas con el trasiego de drogas. De todos los narcotraficantes michoacanos, Servando Gómez es el más letrado. Tiene preparación académica en el nivel de licenciatura; es un profesor egresado de la escuela normal de Arteaga, municipio en el que nació el 6 de febrero de 1966.
Por su formación, en su localidad se le conoció con el alias El Profe. Tras terminar sus estudios, La Tuta recibió una plaza de maestro por parte del gobierno estatal, entonces bajo el mando del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Siendo profesor antes que narcotraficante, Servando Gómez manifestó su amor por el conocimiento.
De Masón a Templario
En Apatzingán se le invitó a una logia masónica donde se inició y participó en algunas ceremonias, lo que le valió para ser reconocido como hermano por algunos masones michoacanos; se le consideró siempre el ideólogo de los Templarios y fue uno de los que influyeron en la personalidad de Nazario Moreno, quien terminó por diseñar su propio rito de iniciación, con mezclas de masonería y ritos católicos y evangélicos.
Por su carácter letrado, se encomendó a la Tuta la redacción del desplegado con que oficialmente se anunció el nacimiento de la Familia Michoacana el 22 de noviembre de 2006 en el periódico La Voz de Michoacán, y reproducido el 10 de noviembre de 2011 en el diario AM de La Piedad, donde amenazaron abiertamente a los votantes no simpatizantes del PRI a fin de inclinar la balanza electoral a favor del entonces candidato al gobierno estatal de Michoacán Fausto Vallejo Figueroa, quien llegó a ser gobernador de Michoacán y, a través de su hijo Rodrigo Vallejo El Gerber, socio del cartel de Los Caballeros Templarios.
Tras su detención por parte de las fuerzas federales, Servando Gómez fue trasladado a la sede del cuartel militar de Morelia, donde se le practicaron estudios de reconocimiento facial; la identificación no duró más de cuarenta minutos. Él mismo dijo en repetidas ocasiones quién era, nunca intentó ocultar su identidad; a veces con la voz quebrándosele, pero hablando recio, dictó en repetidas ocasiones, ante el agente del Ministerio Público, sus datos generales: nombre, edad, domicilio, alias y delitos por los que se le buscaba. Ante los mandos militares hizo una sola petición: que se le juzgara conforme a derecho.
Cuando el entonces comisionado nacional de seguridad, Monte Alejandro Rubido, informó oficialmente de la detención de Servando Gómez, se atribuyó el operativo al trabajo de inteligencia del gobierno federal. Ratificó lo que ya se había dicho antes: que La Tuta estaba disminuido en su capacidad de acción, que había estado viviendo en los últimos días a salto de mata, pero no se explicó la forma en que el jefe templario llegó a la capital del estado, a más de trescientos kilómetros de distancia de donde el gobierno federal lo buscaba. Dicen que le ayudó su amiga de siempre Luisa María Calderón Hinojosa, la ex senadora panista, hermana del ex presidente Felipe Calderón. Finalmente, el logro de su detención fue del general Felipe Gurrola Ramírez, encargado de la seguridad en Michoacán, quien se abrió paso en la historia como el hombre que detuvo al jefe de los Caballeros Templarios.
En Cinco Veces se les “Peló”
Antes de su detención, Servando Gómez estuvo al menos en cinco ocasiones a punto de ser capturado. Los tres casos más ominosos tuvieron lugar durante el periodo de Felipe Calderón, cuando en forma inexplicable los mandos policiales que lo tuvieron al alcance recibieron la instrucción de no detenerlo. Nadie pudo hacer que el entonces secretario federal de Seguridad Pública, Genaro García Luna, explicara las causas por las que no se ejecutó la orden de aprehensión del jefe de los Templarios.
Las versiones que indican que La Tuta estuvo al alcance de la PFP y no fue detenido se encuentran contenidas en la averiguación previa penal PGR/SIEDO/UEIDCS/205/2009, de donde también parte el proceso que se siguió a once presidentes municipales y dieciséis altos funcionarios del estado en el episodio conocido como El Michoacanazo.
En los tomos de esa averiguación existen declaraciones que revelan la cercana relación de Servando Gómez con el entonces diputado federal Julio César Godoy Toscano, medio hermano del que fuera gobernador de Michoacán Leonel Godoy. La Tuta, antes de ser detenido, estuvo al alcance de la justicia en los municipios de Lázaro Cárdenas, Arteaga, Tumbiscatío y en la presa de Infiernillo, en la zona limítrofe con el estado de Guerrero.
De todas las veces que escapó, en tres ocasiones la Policía Federal –por instrucción directa de Genaro García Luna- no quiso ir a por él, atendiendo a instrucciones superiores; en otras dos, elementos del Ejército y la Marina se frustraron al ver que en medio de una lluvia de balas huía el hombre más buscado de México, en una de ellas dándose el gusto de levantar su pistola en señal de triunfo y saludo hacia sus contrincantes. Eso sucedió en las inmediaciones de la presa de Infiernillo, en la zona de Terra Caliente, en los límites de Michoacán y Guerrero.
La Tuta levantó su arma para despedirse burlonamente del comando de la Marina que lo había ubicado en las inmediaciones de la presa de Infiernillo. Servando Gómez ya estaba en constante movilización ante el surgimiento de los grupos de autodefensa en la zona de Arteaga; la gente del doctor Mireles lo perseguía. Se trasladó hacia la zona limítrofe entre Michoacán y Guerrero.
Cuentan algunos autodefensas que la Tuta viajaba en compañía de al menos una treintena de hombres, habiendo reducido en forma considerable su número de escoltas; en sus mejores días, Servando Gómez era cuidado por al menos unos cien hombres. Cuando el comando de la Marina localizó desde el aire a los hombres que se desplazaban a las orillas de la presa de Infiernillo, la reacción fue inmediata: pero el grupo se dispersó.
Mientras las dos naves buscaban un claro para poder encararlos en tierra, la Tuta organizó el encontronazo, dispuso de cuatro hombres y subió con ellos a una lancha rápida para cruzar un brazo de la represa; ordenó que el resto se quedara para hacer frente y retardar a las fuerzas federales. En plena refriega, algunos marinos observaron a una distancia de doscientos metros el saludo del jefe de los Templarios al otro lado de la presa.
En el puerto de Lázaro Cárdenas la PFP lo tuvo a menos de cuarenta metros. Los hechos ocurrieron el 22 de enero de 2009: informes del entonces CISEN ubicaron a Servando Gómez en una casa de un fraccionamiento al poniente de la ciudad. Durante la vigilancia arribó una camioneta Jeep color arena, con placas de circulación 327 VES, de donde descendieron tres personas, dos de ellas armadas; la tercera, que dictaba las órdenes, un hombre de 50 años de edad, de bigote y barba de candado, resultó ser Servando Gómez.
La Tuta acudía a una reunión con Godoy Toscano, el que llegó a bordo de una camioneta Escape acompañado de quien fue identificado como José Manuel Luna Ávalos, director de Seguridad Pública de ese municipio y cercano colaborador del alcalde Mariano Ortega Sánchez, según informan las declaraciones integradas en la averiguación previa PGR/SIEDO/UEIDCS/205/2009.
Pese a la identificación positiva de La Tuta, la PFP no quiso capturar al jefe de la Familia Michoacana, se argumentó después –por parte de Genaro García Luna- que no se cumplió con la captura por evitar cientos de bajas colaterales. El mismo argumento que cuando se dejó en libertad a Ovidio Guzmán. La instrucción de no intervenir fue dada por radio a los federales que tenían en la mira la reunión que se efectuó en plena calle, al filo de las 11:48; José Manuel Luna Ávalos y Mariano Ortega Sánchez serían después procesados y encontrados sin responsabilidad por el delito de delincuencia organizada y fomento al narcotráfico. Fueron parte del Michoacanazo.
Otra ocasión en que de nueva cuenta no se quiso hacer la detención de la Tuta, según quedó registrado en la averiguación previa que se integró en contra de Luis Servando Gómez Patiño, hijo de la Tuta, ocurrió la noche del 27 de enero de 2009. En un palenque dispuesto en una céntrica calle del municipio de Arteaga, Servando Gómez se hizo presente; llegó acompañado de tres escoltas, todos armados con rifles de asalto.
Entró para apostar en las peleas de gallos, no sin antes repartir un fajo de billetes entre algunos de los presentes que se acercaron a saludarlo. La Tuta llegó en una camioneta Hummer de color blanco, sin placas de circulación, que fue estacionada a la puerta del palenque y custodiada por elementos de la policía municipal. El palenque fue acordonado por al menos cinco unidades de la policía local, tres patrullas de la policía estatal y por lo menos otras doce unidades de sicarios que se encargaban de la seguridad del jefe de la Familia y después de Los Caballeros Templarios.
Elementos del entonces CISEN al interior del palenque alertaron a la PFP de la presencia de Servando Gómez, pero no hubo respuesta para conseguir su captura. Esa noche La Tuta apostó en por lo menos cuatro peleas y luego se retiró como llegó. Contaría la propia Tuta después en una celda de Almoloya que esa noche ganó 760 mil pesos en las peleas de gallos. Aún no transcurría siquiera un mes de que Servando Gómez se hizo presente en el palenque de Arteaga cuando fue visto de nueva cuenta, ahora sobre la avenida Lázaro Cárdenas de ese municipio, donde se reunió con el alcalde Jairo Germán Rivas Páramo.
De acuerdo con el informe de la PFP, el alcalde salió de su oficina y se dirigió a la glorieta de la citada vía; allí permaneció hasta que llegaron dos vehículos, una camioneta Jeep negra y un auto Jetta gris. De la camioneta descendió un hombre con la complexión física de Servando Gómez, quien fue identificado positivamente por parte de los elementos de la PFP, pero la instrucción “desde arriba” fue no intervenir.
Una vez que el alcalde de Arteaga y La Tuta dialogaron brevemente a plena luz del día, al pie de los vehículos, cada uno siguió su camino. La siguiente ocasión en que la Tuta estuvo al alcance de la justicia no hubo prórroga a su detención. La madrugada del 27 de febrero de 2015 el destino alcanzó a Servando Gómez: ese día se acabó la historia de complicidades y de suerte.
Cuando se Acaba la Suerte
Nadie imaginaba, ni los vecinos de Morelia, de la Tenencia Morelos, principalmente los colindantes con la casa marcada con el número 49 de la calle Fidencio Juárez Mejía, que allí vivía la Tuta. Algunos sospechaban de la existencia de “alguien importante” en esa finca, posiblemente un jefe de alguna de las tantas bandas de secuestradores que asolan la zona de la capital michoacana, pero ninguno recuerda algún alboroto en la calle.
Pese a que era constante el ingreso de alcohol, nunca se escuchó música estridente, nada que alterara la paz que sobre la colonia desciende cada día apenas comienza a caer la noche. La principal suspicacia de los vecinos la ocasionaba el movimiento nocturno, que aunque escaso era notorio para una población donde a las ocho de la noche ya no hay ni un alma en la calle; no había vehículos de lujo a la puerta, pero era frecuente observar la llegada de taxis con comida o medicamentos.
Entre los vecinos de la citada calle corrió la versión de que la casa era habitada por un grupo de secuestradores, y ante el hecho todos fingieron no darse cuenta y pasar por alto cualquier relación con los ocupantes. Alguien, cuenta uno de los vecinos, debe haber dado el pitazo a la Policía Federal sobre la presencia de unos secuestradores. “Esa fue la razón por la que comenzaron a vigilar la casa. No creo que alguien imaginara que era la Tuta el que estaba escondido aquí; yo creo que la policía estaba siguiendo a unos secuestradores”; relató que se sentía gustoso por la noticia de la detención del jefe templario.
El principal motivo para suponer que una banda de secuestradores se escondía tras la fachada de un grupo de personas dedicadas a los espectáculos musicales y de jinetes fue la presencia permanente de dos niños de entre ocho y once años de edad, quienes acudían a comprar a los tendejones del lugar con billetes de quinientos pesos en la mano.
Servando Gómez vivió sus últimos días en libertad atendido a cuerpo de rey por el séquito que lo rodeaba. Los taxis que llegaban a la casa, principalmente entrada la noche, nunca tocaban el claxon: el chofer siempre esperaba pacientemente a que alguien abriera la puerta para poder entregar una o dos bolsas con comida.
A veces, en forma escalonada, tres y hasta cuatro vehículos arribaban para entregar bebidas alcohólicas, sobre todo dos botellas de whisky y/o tequila; después una mujer salía para comprar en la tienda una dotación de refrescos. Hoy eso –seguramente- es solo parte del recuerdo que rumea en su celda helada, en donde La Tuta estará confinado por lo menos durante 55 años de su vida.