-¿Quién habría dejado migajas de galletas de chocolate y envoltorios tirados junto a ese perro amarrado a un peral casi seco?- Se preguntó doña Juanita al buscar una sombra que la cubriera del intenso sol después de regresar del mercado.

Dos ladridos apagados le hicieron ponerse en el presente y aclarar su irritación. No sabía si le molestaba la basura, las migajas, que se atrevieran a abandonar un animal indefenso; acaso la carestía de los alimentos o que ni siquiera existiera una sombra para ella en ese polvoriento pueblo.

De repente sintió una mirada penetrante que la miraba con curiosidad, queriendo cruzarse con la suya. El perro sonrió y se asomaron sus colmillos cubiertos de chocolate.