Necesario y urgente un diálogo social con la presidente electa

Claudia Sheinbaum Pardo ve un país que ha sido transformado pacífica y democráticamente y asegura que ella se encargará de consolidar el proyecto de nación iniciado y alcanzado por su antecesor

Por. Nora Villegas

Ciudad de México.- Hace unos 30 años nadie habría imaginado que una mujer llegaría a ser presidenta en nuestro país. El machismo, la tradición priísta y las ideas antiguas hacían pensar que una mujer fuera presidenta de México, era lejano y muy poco probable. Aunque siempre hay una posibilidad de que detrás de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo haya hombres moviendo los hilos políticos desde el gobierno, la acción democrática sucedida el pasado 2 de junio de 2024, representa un gran salto en la historia del feminismo mexicano.

El camino no ha sido fácil, desde las luchas históricas por conseguir el derecho a votar ser votadas, por conseguir las cuotas de género en los cargos público de importancia, por combatir la violencia política en razón de género, la marginación de las esferas políticas y de la toma de decisiones por la existencia “de leyes, prácticas, actitudes y estereotipos de género discriminatorios, bajos niveles de educación, falta de acceso a servicios de atención sanitaria, y debido a que la pobreza las afecta de manera desproporcionada” (ONU 2011), constituyen grandes obstáculos para que las mujeres lleguemos a ser líderes políticos reales, en democracias sociales y políticas reales y no simuladas.

Por su origen morenista, la presidenta Claudia Sheinbaum está muy propensa a ser un espejismo como lo fue Andrés Manuel López Obrador. Al principio de su administración, la mayoría de los mexicanos pensábamos que él era el líder de una izquierda real, que combatiría la corrupción de fondo, que acabaría con el maridaje narco-gobierno, que velaría por los intereses de los pobres y los desposeídos, que afianzaría a las instituciones y que el progreso ideológico, político y social llegarían por añadidura, nada de esto sucedió.

Claudia Sheinbaum representa anhelos feministas muy profundos, que ilusionan a quienes celebramos la llegada de una mujer al Ejecutivo, sin embargo, como afirma el investigador italiano Giovanni Sartori, autor del libro Teoría de la democracia (1987), un gobierno democrático se construye mediante la discusión entre ciudadanos y gobernantes, esta discusión otorga voz, voto, y con esto, poder al pueblo y con la participación social activa se sostiene una democracia real, esto no ha sucedido con Claudia Sheinbaum, sus acercamientos, desde la campaña, hasta el día de hoy han sido con su grupo cercano para repartirse el pastel, con los empresarios, quizá para el mismo fin y con el presidente saliente, quizá también con las mismas intenciones.

Su planteamiento político ha sido cerrado e inamovible, casi autoritario e imperativo, a pesar de que el pueblo mismo ha desaprobado el acercamiento político de funcionarios priístas “impresentables” como Eruviel Ávila, Alejandro Murat o el más reciente de Alejandra del Moral o su aferrado e incomprensible “amor” por Omar García Harfuch, por encima de la desconfianza que genera este ex policía, miembro del equipo de García Luna, hijo y nieto de militares asesinos, implicado en los hechos de Ayotzinapa, sin talento, ni aportaciones políticas de importancia, hasta su propuesta misma de gobierno, en la que establece la continuidad de los programas sociales como las becas, pensiones; la construcción de más universidades, trenes, aeropuertos, carreteras, presas, refinerías y plantas solares; el aumento al salario mínimo; la reforma laboral, la reforma educativa, y todo esto sin aumento de la deuda; lo mismo dijo López Obrador y todo se quedó inconcluso o incumplido.

Lo preocupante es que en su discurso, Sheinbaum asegura que en estos seis años de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador cambió la forma de gobernar y también cambió el modelo de desarrollo del país. Quedó atrás el neoliberalismo y su corrupción, que tanto daño hizo a México, y surgieron el humanismo mexicano y la economía moral. Afirma también que se desechó el engaño de que para crecer el Estado debía diluirse o subordinarse a las fuerzas del mercado; asegura que hay un nuevo modelo de economía moral que genera paz social, estabilidad, crecimiento, inversión privada nacional y extranjera; es decir, no ha hablado con el pueblo, no ha hecho una autocrítica que evalúe qué tanto de eso es cierto, ¡sigue siendo demagógica!.

Con el fortalecimiento del peso, ni se ha recuperado la soberanía nacional, ni se ha reducido la pobreza ni se han acortado las desigualdades. Los programas sociales ayudan, pero están lejos de implicar una mejoría en el nivel de vida de la gente, no se ha hecho a la ciudadanía más participativa, ni ha otorgado más libertades, como ella asegura.

La presidenta electa afirma que la Cuarta Transformación ha empezado a rendir frutos en la pacificación del país, que ha levantado el ánimo nacional. Según ella, el movimiento Lopez Obradorista, nos ha devuelto el orgullo de ser mexicanas y mexicanos y, nos ha dado la certeza de que México se dirige a ser una potencia económica, cultural, con bienestar y sustentabilidad y lo más grave, Claudia está convencida de que la corrupción se ha ido y de que ella no permitirá que regrese. Es como escuchar a López Obrador decir todas las mañanas que esas aberraciones eran cosa del pasado y que ya no suceden y que los mexicanos somos felices y que transformó al país, cuando todos sabemos y padecemos esas mentiras.

Claudia Sheinbaum Pardo ve un país que ha sido transformado pacífica y democráticamente y asegura que ella se encargará de consolidar el proyecto de nación iniciado y alcanzado por su antecesor, mentor, tutor y padre político, porque está basado en principios históricos de respeto, autodeterminación y no intervención. Con esa seguridad lo dice, entonces el pueblo nada tiene qué decir, ni tenemos forma de decirle que no es verdad, que no se transformó nada y que el camino apenas comienza con la histórica elección de una mujer presidenta, o sea, que no hay ni siquiera primer piso de ninguna transformación, que ella lo debe de empezar.