¿Por qué importa la edad de los integrantes del gabinete?
• Por honrar a sus amigos más cercanos con títulos nobiliarios de secretarios de Estado, Andrés Manuel López Obrador permitió que se conformara un grupo divino y dorado de servidores públicos nefastos, déspotas e ineficientes que durante seis años trataron mal “primero a los pobres”
Ciudad de México.- Como sabemos, el gabinete legal de Andrés Manuel López Obrador estuvo compuesto por personajes añosos, con largas experiencias en posiciones políticas y cargos públicos, pero con edades muy avanzadas. El mayor de todos fue Manuel Bartlett Díaz, titular de la Comisión Federal de Electricidad, quien empezó este cargo con 83 años de edad y terminó su gestión con 88 años.
De ahí hacia abajo estuvo Javier Jiménez Espriu, secretario de Comunicaciones y Transportes, quien tenía 82 años cuando fue contratado; Jorge Alcocer Varela, secretario de Salud, tenía 73; Miguel Torruco Márquez, secretario de Turismo con 68 años; Esteban Moctezuma de 64 años; hasta Marcelo Ebrard con 59.
Nos hemos preguntado ¿será que estos personajes no tienen familias que disfrutar, nietos, hijos o esposos? ¿Qué los motiva a adquirir tremenda responsabilidad como una secretaría de estado en la recta final de la vida? ¿De verdad tendrán necesidad verdadera de continuar percibiendo un sueldo y trabajando 12 y hasta 14 horas diarias? ¿En serio amarán tanto sus labores, como para entregar los últimos días de sus vidas a una causa en la que, tal vez, ni siquiera creen?, la respuesta no la podremos saber, pero lo que sí podríamos analizar es cómo afecta al desempeño de sus funciones tener más de 65 años, que es la edad mínima para retirarse y jubilarse de la vida laboral, la cual se establece de acuerdo con factores económicos y de esperanza de vida nacional.
Si bien es cierto que uno de los injustos factores de discriminación laboral ha sido la edad, también es cierto que en el caso de los políticos y funcionarios mexicanos, la experiencia no siempre está relacionada con la productividad, lo que podría convertir a los titulares de las dependencias en monarcas inmóviles que giran instrucciones desde un escritorio y delegan absolutamente toda la operatividad de la dependencia a una segunda línea de mando en la que confían el funcionamiento de la encomienda presidencial.
Ningún mexicano en su sano juicio aspira a encontrar un empleo tan bien pagado después de los 60 años, los estereotipos relacionados con la edad, que tanto han afectado a las políticas empresariales de contratación de personas, y aun cuando los países no ofrezcan condiciones de retiro dignas, ni esperanzas de una vejez tranquila, continuaron operando durante el proceso de transformación de Andrés Manuel López Obrador, únicamente los miembros del gabinete presidencial escalaron esos peldaños tan altos en la pirámide laboral durante la recta final de sus vidas.
Ninguna empresa ni entidad estatal contrataría a un empleado de 85 años, ni en el más sublime esfuerzo por alcanzar la presea “The best place to work”, ya que, entre otras razones, se considera que la incorporación de adultos mayores al ritmo laboral, aumenta para ellos el riesgo de padecer enfermedades crónicas y estrés. Pregunto ¿Los funcionarios del gobierno de Andrés Manuel López Obrador son personas completamente sanas?, Olga Sánchez Cordero, Jorge Alcocer Varela, Jaime Jiménez Espriu o Alejandro Gertz Manero, personas mayores de 70 y 80 o más años ¿no sufren las afecciones propias de su edad, como incontinencia urinaria, camino cansado, caídas frecuentes, úlceras por presión, ¿limitaciones del funcionamiento cerebral, sarcopenia, deterioro cognitivo o desnutrición?.
La principal consecuencia de este fenómeno en el sexenio de Andrés Manuel López Obrador por la designación de funcionarios de avanzada edad, más allá de la productividad o experiencia demostrada en las funciones que desempeñen, fue que estos servidores públicos, a su vez, nombraron a otras personas que hicieran el trabajo, servidores públicos más jóvenes capacitados para recibir instrucciones y hacer funcionar la operatividad, con la promesa de escalar peldaños o permanecer en sus posiciones en el próximo gobierno, el problema es que al ser éstos los designados para recibir directamente del presidente o del viejo funcionario la batuta, se convirtieron en príncipes, monarcas plenipotenciarios del poder delegado por el secretario de Estado nombrado solo en apariencia.
Esta camada de funcionarios empoderados y lejanos a los ideales de la izquierda, empalagados de poder y autoritarismo, instauraron un gobierno a puertas cerradas, una administración despótica e incoherente con las causas primarias de la transformación.
Peores que la burocracia fifí de antaño, peores que los juniors del TEC y más enrarecidos que los withexicans burgueses panistas a quienes nombraban directores de área y coordinadores de sectores por ser “gente bonita”; los funcionarios morenistas venidos a más, constituyeron una casta de inalcanzables, hombres y mujeres enaltecidos por sus nombramientos y capacidad de acción, llenos de asistentes y secretarias que forman verdaderas barricadas para acceder a ellos, se volvieron de espaldas al pueblo, traicionaron la esperanza de la gente de ser recibidos, escuchados y comprendidos por gente, aparentemente, igual que ellos.
Al contrario, los servidores públicos de la 4T, son ahora los más lejanos a la causa, no hay un solo mexicano que haya tenido acceso a las dependencias, que haya tenido atención humanista (como dice AMLO) o que pueda hablar bien de la atención pública recibida por los servidores públicos de la administración de la transformación, de los progresistas cercanos a los pobres, de los convencidos de las causas. Para honrar a sus amigos más cercanos con títulos nobiliarios de secretarios de Estado, Andrés Manuel López Obrador permitió que se conformara un grupo divino y dorado de servidores públicos nefastos, déspotas e ineficientes que durante seis años trataron mal “primero a los pobres”.