Ifigenia Martínez, dormida entre laureles

Sorprende que, aun cuando el presidente asegura que los jóvenes son los mejores para ejercer cargos públicos, no sean ellos quienes ocupen curules y escaños, sino personajes muy viejos que se cuelgan medallas de revoluciones que no combatieron. Un ejemplo de esto es Ifigenia Martínez.

“El que vive de recuerdos, se duerme en los laureles”, dice el dicho que advierte sobre los peligros de conformarse con las luchas y supuestas victorias del pasado. Ayer, Ricardo Monreal develó a Ifigenia Martínez como la nueva presidenta de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados. Los periódicos y el partido oficialista celebraron, presumiendo “logros” que no lo son en realidad.

Ifigenia Martínez es una figura que ha marcado la política nacional. Los logros que acumuló durante su carrera la convierten en una líder destacada. Su pasado, forjado de la mano de Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador al abandonar el PRI en un momento de agitación tan grave como las elecciones de 1988, estuvo marcado por el fraude encabezado por Manuel Bartlett Díaz, que pondría en el poder a Carlos Salinas de Gortari.

Martínez fue parte de la facción democrática del PRI y terminó abandonándolo, enarbolando la bandera de la supuesta democracia. En 1989, fundó el PRD. Por otra parte, también fue una de las profesoras y políticas que supuestamente se manifestaron en contra de la invasión militar de la UNAM.

Colgarse de las luchas sociales y de los movimientos de respuesta a la violencia en el país es una costumbre muy arraigada en Morena. Un claro ejemplo es Manuel Vázquez Arellano, diputado de este partido, quien ha dado la espalda a los padres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Sin embargo, sigue aprovechándose de la desgracia de esos jóvenes, mientras aplaude que uno de los implicados en el crimen forme parte del gabinete de la próxima presidenta y asuma funciones como Secretario de Seguridad.

Por otra parte, la actual diputada Ifigenia Martínez presume de su relación con el movimiento estudiantil del 68 y de su compromiso con las víctimas de aquel atroz crimen de Estado. Sin embargo, no dudó en continuar como miembro del partido oficialista de aquel entonces: el PRI.

El Partido Revolucionario Institucional, de la mano asesina de Luis Echeverría Álvarez y Gustavo Díaz Ordaz, ordenó sin compasión el asesinato de profesores, jóvenes, trabajadores y trabajadoras de México que se manifestaban por un cambio en el sistema y por la libertad de aquellos que valientemente fueron los primeros en alzar la voz. Es difícil entender cómo, a pesar de los crímenes que el mundo conoció y que estaban detrás del PRI, alguien que hoy se vanagloria del movimiento estudiantil pudo permanecer impasible en las filas de esa organización criminal.

Octavio Paz, a pesar de sus estrechas relaciones con el partido oficial, al menos mantuvo la dignidad de no continuar bajo el cargo que una institución asesina como el Estado priísta mexicano le había otorgado, quizá apelando a los pocos gramos de empatía que caracterizan a la Academia. El entonces embajador de México en la India prefirió hacer lo que cualquier persona con dignidad haría: darle la espalda al autor de tan sangrienta noche y abandonar su cargo.

Se dice con frecuencia que existen motivos estratégicos para no desligarse de organizaciones como el PRI, pero a la señora Ifigenia Martínez le tomó 19 años darse cuenta de que el PRI era corrupto, asesino y carecía de valores. O quizá fue hasta que tanto ella como la supuesta corriente “democrática” vieron amenazados sus intereses cuando el espíritu revolucionario anidó en ellos.

¿Y los jóvenes? ¿Viva la momiza?

Uno de los gritos de las protestas del 68 que más revuelo causaba era “fuera la momiza”, ya que los jóvenes estudiantes del país estaban hartos de un consejo de ancianos que desconocía las problemáticas que afectaban no solo a ellos, sino a toda la sociedad mexicana.

Aquellos políticos rancios que las juventudes denominaban “momiza”, en clara referencia a las antiquísimas momias, vivían de un pasado revolucionario que se había abandonado en la burocracia y el enriquecimiento de unos pocos. La Revolución Mexicana fue ganada, sí, pero por algunos políticos que formaron nuevas fortunas y olvidaron a quienes los llevaron al poder: los campesinos, obreros, amas de casa y trabajadores que derramaron su sangre en cruentos enfrentamientos contra la dictadura de Díaz y la continuación de su acólito Victoriano Huerta.

Después de Lázaro Cárdenas, cualquier atisbo de revolución fue opacado por la opulencia y la creación de nuevas clases altas y una naciente clase media, un contentillo para evitar que aquellos con acceso a la educación incurrieran en ideas neo-maderistas o similares y le arrebataran el poder a la clase alta dominada por políticos aprovechados. Lo que la clase alta no sabía era que, para el 68, los jóvenes de familias de clase obrera tendrían la oportunidad de acceder a estudios superiores y, con ello, a un mundo de ideas novedosas provenientes de París, Praga y que anidarían en México, como lo mapea el escritor Carlos Fuentes en su libro Los 68.

No era solo la rebeldía natural de la adolescencia, sino también las agresiones de la policía, la indiferencia del Estado hacia la educación, las mujeres, los trabajadores de maquila, los obreros e incluso los comerciantes y campesinos que surten a la gran Ciudad de México. Los jóvenes del 68 estaban plagados de ideas socialistas; el marxismo se extendía rápidamente, pero eso abrió los ojos de muchos que decidieron sumarse a buscar un cambio que iba más allá de ellos, incluso más allá de México.

La respuesta fue abrumadora: bazucas y granaderos, militares e intimidación, secuestros e introducción de esquiroles en el movimiento del 68, violaciones a jóvenes, estudiantes, maestras y directivas de la UNAM, tortura a los presos de Lecumberri y, al final, unas olimpiadas manchadas por la sangre de cientos de estudiantes que eran el futuro del país.

La momiza no suelta el poder con facilidad, y no les importa arruinar el futuro del país para mantenerlo. Para el PRI, eso no era nada. Ojalá Ifigenia hubiera pensado en sus compañeras, en sus alumnos y en cualquier persona con deseos de un cambio mejor en la vida de todos los mexicanos antes de continuar en una institución cuyas manos estaban manchadas de sangre y de sobra.

Hoy me pregunto: ¿por qué no hay jóvenes en la 4T? ¿Por qué continuamos aferrándonos a los viejos que se cuelgan revoluciones que no fueron suyas, como el PRI de los 60, 70, 80, 90 y hasta en la actualidad?

¿Llegaron todas?

En una entrevista, luego de salir de la Cámara de Diputados, Ifigenia Martínez aseguró que era tiempo de que las mujeres llegaran al poder y lo ejercieran con un enfoque en sus propias necesidades, defendiendo sus derechos y su seguridad.

Es difícil de creer, especialmente cuando la bandera del Movimiento Regeneración Nacional es enarbolada por un hombre misógino que incluso intenta decirle qué hacer a la presidenta electa. Tampoco debería sorprendernos, ya que es el mismo partido que defiende a capa y espada a Félix Salgado Macedonio, quien tiene dos denuncias ante la Fiscalía de Guerrero por abuso sexual y otras cinco presuntas denuncias adicionales.

Tampoco es necesario salir de la Ciudad de México para evidenciar que Morena es todo menos feminista. Otro caso importante es el de Pedro Salmerón, quien en 2019 fue denunciado por el movimiento #MeToo, que visibilizó cientos de casos de acoso sexual en instituciones educativas, culturales y deportivas. En 2022, el escándalo volvió a salir a la luz luego de que Salmerón fuera propuesto para la embajada de México en Panamá y finalmente no fuera asignado para representar al país gracias a la presión de cientos de personas solidarizadas con las víctimas.

En ambos casos Ifigenia no se manifestó

Aquí no hay novedad

El país sigue en el yugo del PRI, pero con aquellos priístas que, con máscaras de libertad y democracia, se volvieron del PRD y luego de Morena, para continuar con una tradición en la que la demagogia, la manipulación del discurso y la traición son los valores que sigue un régimen que solo transmuta, pero nunca cambia.

Después de este sexenio, en el que Andrés Manuel López Obrador decepcionó en la misma medida en que se consagró como un mesías social para muchos mexicanos, su figura quizás resulte tan o más importante para muchos que la de Madero. El problema es que la siguiente presidenta no solo carece de carisma, sino también de liderazgo e ideología política.

Desde la antigüedad, la cercanía con figuras de poder se ha utilizado para legitimar a quienes carecen de ella o incluso para imitarla, como fue el caso de Sheinbaum durante toda su campaña electoral, quien hasta el acento le robó al supuesto mesías de la democracia. La falta de personalidad de Sheinbaum podría ser una condena para el Movimiento Regeneración Nacional. Afortunadamente, para ellos, pero desafortunadamente para nosotros, aún tienen en sus filas a supuestas figuras revolucionarias históricas de las que pretenden colgarse para conservar el poder.

Claudia Sheinbaum utilizará durante todo el sexenio a las mujeres que en el pasado se nombraron como izquierda revolucionaria y que hayan tenido algunos logros en la política mexicana. No es de extrañar la cercanía que la presidenta electa y las cúpulas de Morena mantengan con personajes como Ifigenia Martínez, Cuauhtémoc Cárdenas o Elena Poniatowska, aun cuando, en los hechos, ninguno de ellos ha demostrado lo que con palabras y recursos sostienen hoy, después de tantos años.