Sheinbaum, con el poder prestado; cuando AMLO lo quiera, se lo quita
En este nuevo modelo político, que prevalecerá mientras el partido Morena se mantenga en su convicción del culto a la personalidad, siempre será necesaria la sumisión del que llega para con el que se va, con el que le otorgó la sucesión presidencial más por méritos de lealtad que por méritos de capacidad
Nunca un fin de sexenio había sido como este. Siempre el presidente saliente se iba y dejaba manos libres al sucesor. Desaparecía de la escena. En esta ocasión, Andrés Manuel López Obrador ha roto el paradigma. Él se va pero se queda. Nada que ocurra en el gobierno de Claudia Sheinbaum sucederá, sin que él lo sepa… o lo autorice.
Puede llamársele Dictadura, Neopresidencialismo, Maximato, puede llamarse como se quiera llamar, pero el nuevo modelo político que se inaugura con el fin del sexenio de López Obrador es un sistema que nunca se había visto en México, al menos no por los contemporáneos.
En este nuevo modelo político, que prevalecerá mientras el partido Morena se mantenga en su convicción del culto a la personalidad, siempre será necesaria la sumisión del que llega para con el que se va, con el que le otorgó la sucesión presidencial más por méritos de lealtad que por méritos de capacidad.
López Obrador innova con su sistema de relación de presidente saliente con presidenta entrante, lo hace más por conservar el poder que por la continuidad del proyecto político, en este caso la gobernanza a través de la doctrina de la Cuarta Transformación, donde el principio es obedecer sin cuestionar.
Bajo esa obediencia, y por la ambición del poder, la nueva presidenta Claudia Sheinbaum ha permitido que el presidente López Obrador la haya copado y le haya colocado la Espada de Damocles sobre su cabeza, la que caerá en caso de que la nueva presidenta se aparte un milímetro de las instrucciones que saldrán desde Palenque.
Con el cerco de por medio
López Obrador ha cercado la acción de Claudia Sheinbaum al designar al 70 por ciento de los funcionarios de su gabinete presidencial que estará en funciones durante el próximo sexenio. Los cargos que han sido copados por los leales a López Obrador, son los de mayor relevancia.
A través de extensiones, López Obrador estará presente, sabrá milimétricamente y segundo a segundo los movimientos que se hacen dentro de secretaría tan vitales como Gobernación, Hacienda y Crédito Público o del Bienestar.
Aparte de Rosa Icela Rodríguez, Rogelio Ramírez y Ariadna Montiel, incondicionales de López Obrador, también Zoé Robledo en el IMSS, Marath Bolaños en Trabajo, Alicia Bárcena en la Cancillería, Raquel Buenrostro en la Función Pública, Paco Ignacio Taibo II en Cultura o Jenaro Villamil en el sistema de Radio y Televisión del Estado, serán los ojos y oídos de AMLO en el Segundo Piso de la Transformación.
Con estos funcionarios, López Obrador está garantizando el control del Poder Ejecutivo, obligando a actuar a la presidenta Claudia Sheinbaum en forma más que ordenada, leal y disciplina, para el cumplimiento de los objetivos a largo plazo que se han trazado desde la Cuarta Transformación, remendada de cambios gatopardianos.
El control del Poder Legislativo ya está dado. Las Cámaras ya no podrán ser el contrapeso de gobierno que le hubiese dado una bocanada de oxígeno a la democracia. En la Cámara de Diputados, la zalamería de Ricardo Monreal, y en el Senado la sumisión de Adán Augusto López Hernández, le garantizar a López Obrador un cuerpo legislativo domesticado, tirado a los pies, atento al chasquido de dedos que se haga desde la Hacienda “La Chingada”.
El cuerpo obligativo ya tiene su tarea, la de sacar las Reformas Constitucionales con las que se corona López Obrador como el primer presidente con funciones transexenales. El legislativo estará tan ocupado en la tarea de AMLO que poco podrá hacer con las reformas o leyes que planté Claudia Sheinbaum.
Ya le quitó el partido
Por lo que hace al partido Morena, López Obrador también ha dejado un gran candado. Ese órgano político, el más importante dentro de una república partidista como la que plantea la 4T, estará a cargo de Andrés Manuel López Beltrán, el hijo del caudillo de la 4T.
Sin empacho, López Beltrán –desde la Secretaría de Organización de Morena- tendrá la posibilidad de ser quien dé el visto bueno a los candidatos no solo a los cargos de elección popular, sino a los candidatos que aspiren a ser Jueces, Ministros o Magistrados del Poder Judicial, donde –sobra decirlo- lo habrá gente con 90 por ciento lealtad y 10 por ciento de capacidad.
Con esos linderos establecidos a la acción política de Claudia Sheinbaum, queda más que claro que López Obrador siempre, desde el primer día que llegó al cargo, estuvo pensando no solo en la falsa transformación del país, sino en los candados que debería tener la sucesión presidencial.
Son candados que solo una persona sumisa puede aceptar en una encomienda tan alta. Por eso desde un principio, cuando López abrió el juego de las corcholatas, se sabía que la elegida era Sheinbaum, porque –al menos queda en la duda- Adán Augusto, Ricardo Monreal, Gerardo Fernández, Manuel Velazco o Marcelo Ebrard, no habrían aceptado ese juego.
Y si no… la Revocación de Mandato
Y si Claudia, aun con todos esos candados que le ha dejado López Obrador, para que se mantenga en el guion de la Cuarta Transformación, aun así decide imprimir su sello a su gobierno, y sin con ello se aleja un milímetro de la instrucción del Sr. López, todavía queda un último y gran candado: la Revocación del Mandato.
A López Obrador, desde la comodidad de su popularidad, con los medios públicos de comunicación bajo su control, con el 70 por ciento del gabinete presidencial a sus órdenes, no le resultaría nada difícil iniciar una campaña de desprestigio contra su propia presidenta.
Andrés Manuel no tiene lealtades. Exige lealtad, pero no tiene la obligación moral de respetar a sus leales, lo hemos visto a lo largo del sexenio. Por eso aun cuando se puede esperar lealtad de Sheinbaum para AMLO, no se puede esperar lo contrario.
Justo para eso se creó la ley de Revocación de Mandato, no para que el pueblo quite a sus presidentes si estos no resultan ser lo que prometieron, sino para que el Máximo Caudillo de la Cuarta Transformación pudiera quitar del cargo al sucesor que no cumpla con el cuidado de la herencia política entregada.
Estamos a días de ver cómo el presidente López Obrador cumple con su promesa de irse a su hacienda una vez que termine su gestión, y también veremos cómo el Sr. López incumple su promesa de no entrometerse en los asuntos de gobierno de la nueva presidenta Claudia Sheinbaum