Por Andrés Soto

Desde la mañana se veía que la lluvia acompañaría durante todo el día. Una lluvia que preocupa, sabiendo que aquí, en la CDMX, las inundaciones provocan que la inmundicia de la ciudad salga a flote, como la impunidad y el descaro con el que el gobierno ha regido la nación por decenas de años.

Vías de acceso vehicular congestionadas, como arterias llenas de cochambre que el gobierno se ha encargado de ir dejando en este país, intentando escudarse al señalar a las madres, padres, hermanos, amigos y familia que sólo claman por una cosa: justicia.

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El ambiente se siente electrificado, hay tensión, hay enojo, hay dolor, hay tristeza, pero no hay miedo. El contingente es acompañado por el redoble de tambores y fanfarria musical, recordándonos que la música, como el arte, es política y esta se llenó de los sentimientos de todo un pueblo, porque esta tarde del 26 de septiembre de 2024, a 10 años de la desaparición forzada de los 43 estudiantes de Ayotzinapa; y bajo gritos como: “Fue un error, fue un error votar por Obrador” o “AMLO decía que todo cambiaría, mentira, mentira, la misma porquería”, que el Pueblo bueno y sabio exclamaba por las calles, lo que tenía que responder el “pueblo bueno y sabio” que sigue a Obrador era el eco de los cantos amplificado por las murallas de acero que resguardaban el frío concreto de cadenas internacionales y nacionales.

La vendimia, a orillas del flujo de compatriotas, no se hizo esperar. Comida, agua, alguna botana para poder soportar la marcha a las puertas cerradas herméticamente, tal como los ojos y oídos del presidente. Ante aquellas puertas, resguardadas bajo el velo de la noche y el frío metal de las vallas, la congregación final no se hizo esperar. Ante la fría indiferencia de un gobierno inepto, prepotente y amante de la impunidad; las llamas de la libertad, justicia y verdad no se hicieron esperar. Marcando así el final de la peregrinación, pero no el final de la lucha.