El régimen de Obrador y Sheinbaum: donde la verdad se paga con sangre
Mientras tanto, las familias de los periodistas asesinados enfrentan un dolor doble: la pérdida de sus seres queridos y el abandono del Estado. Las viudas, los huérfanos y los padres de aquellos que murieron por hacer preguntas incómodas se ven obligados a lidiar con un sistema que no les ofrece justicia, sino olvido. La impunidad se convierte en el segundo golpe mortal, asegurando que estos crímenes no solo queden sin castigo, sino que se perpetúen como una práctica común
Claudia Sheinbaum, López Obrador y los gobiernos morenistas han firmado, de facto, la sentencia de muerte del periodismo en México. Bajo su régimen, la crítica se ha convertido en un crimen, y más de 70 agentes de la libre expresión —periodistas, auxiliares de redacción y trabajadores de los medios— han sido asesinados con la carta blanca de la impunidad.
Este no es un hecho aislado ni un accidente del destino: es el resultado de una estrategia deliberada que busca exterminar cualquier voz disidente. Desde Palacio Nacional, la narrativa oficial ha sido clara: el periodista crítico no es un vigilante de la democracia, sino un enemigo del pueblo. La estigmatización se ha convertido en política pública; el insulto, en discurso institucional. La propaganda, disfrazada de verdad, se ha encargado de llenar el vacío que dejan los silencios impuestos por la violencia.
La libertad de expresión, pilar de cualquier democracia, ha sido atacada no solo con balas, sino con campañas de desprestigio y el uso de voceros mediáticos de la ignorancia. Los “youtuberos” y creadores de contenido aliados de Morena, incapaces de escribir su propio nombre correctamente, son los nuevos soldados de esta guerra contra el pensamiento crítico. Desde sus plataformas, lanzan diatribas y desinformación, creando un ecosistema donde la manipulación reemplaza al debate y la realidad se desdibuja bajo el peso de la propaganda.
Mientras tanto, las familias de los periodistas asesinados enfrentan un dolor doble: la pérdida de sus seres queridos y el abandono del Estado. Las viudas, los huérfanos y los padres de aquellos que murieron por hacer preguntas incómodas se ven obligados a lidiar con un sistema que no les ofrece justicia, sino olvido. La impunidad se convierte en el segundo golpe mortal, asegurando que estos crímenes no solo queden sin castigo, sino que se perpetúen como una práctica común.
Hoy, en lugar de celebrar la libertad de prensa, nos encontramos en un duelo colectivo. Celebramos la memoria de quienes murieron por defender la verdad y denunciamos a un régimen que ha orquestado su caída. Morena, en todas sus facetas, desde López Obrador hasta Claudia Sheinbaum y los gobernadores de su partido, ha construido un entorno donde el periodismo es una profesión de alto riesgo y la crítica, una sentencia de muerte.
El epitafio de esta etapa oscura de la historia mexicana está escrito con las palabras que no llegaron a publicarse, las investigaciones interrumpidas y los nombres de quienes no lograron regresar a casa. El periodismo aún respira, pero cada día lo hace con más dificultad bajo el peso de un régimen que prefiere el silencio cómplice a la verdad incómoda.
La pregunta, entonces, es: ¿permitiremos como sociedad que la libertad de expresión sucumba ante la indiferencia, o lucharemos por un México donde la verdad no tenga que pagarse con sangre?
Felicitaciones a todos los verdaderos periodistas que han conservado la crítica, a pesar de poner en riesgo su vida en este oficio de muerte.
@GildoGarzaMx