La Nueva Jerusalén, la Obra de Dios o una Teocracia que se niega a cambiar

Por. J. Jesús Lemus

En el viento aún se siente la presencia de Papá Nabor. Han pasado más de cincuenta años desde que la vidente Salomé dijo haber escuchado a la Virgen del Rosario: ya son cuatro décadas desde que se transfiguró en un viejo lienzo de camisa propiedad de Salomé, y aquí, en la Nueva Jerusalén, el tiempo parece haberse detenido. El espíritu de Nabor flota en el aire vigilando cada una de las conductas de los fieles que siguen al pie de la letra la teología preconciliar, que obliga a la sumisión total del hombre en el servicio a Dios.

El tiempo aquí no pasa. La gente vive sumida en su devoción. Aquí todo comienza con el rezo de las cinco de la mañana y termina con el rosario de las seis de la tarde; después, las oraciones en familia antes de dormir. En el día, entre un rosario y otro, la gente hace rezos a solas, se arrepiente de los malos pensamientos; todos rezan, porque todos tienen algo que desagraviar ante Dios. Papá Nabor les enseñó que el deseo y el pecado son los principales lastres que pueden alejar al hombre de la presencia divina, y ésa es una ley que se aquilata en esta ciudad santa, donde es la prueba más evidente de que aún vive Papá Nabor.

Las mujeres, ataviadas con faldas largas y cubiertas de la cabeza con mantos satinados de diversos colores que a lo lejos motean el paisaje, sólo salen de sus casas para ir al templo a rezar o a traer agua para los quehaceres diarios. Los hombres, con rosario y escapulario colgados al cuello, hacen labores agrícolas en las inmediaciones del poblado. Los Monjes y Sacerdotes son quienes recorren las calles solas, en actitud vigilante, aunque tampoco levantan la mirada que siempre llevan clavada al suelo; es su principal acto de penitencia, no voltear a ver a ningún lado. Los niños están obligados a cumplir con la Iglesia antes que acudir a la escuela.

Hace más de 16 años que el padre Nabor Cárdenas ya no está físicamente entre los vecinos de la Nueva Jerusalén, pero su espíritu sigue flotando en el aire. Su esencia se mantiene entre las mujeres que han renunciado al sexo y caminan presurosas sin mirar alrededor. Su recuerdo continúa entre los niños que no juegan al futbol, porque saben que es pecado patear una pelota; entre los monjes que aseguran que lo peor del hombre es el deseo de la carne; entre las Monjitas que profetizan el fin del mundo. Todo lo llena Papá Nabor, hacia cualquier lado donde se vea dentro de la Nueva Jerusalén, se manifiesta intacta su personalidad.

Hasta se ha construido un recinto para honrar la memoria, obra y espíritu del sacerdote fundador. El Templo de Papá Nabor —su nombre oficial— se encuentra a unos cuantos pasos del Templo de Dios, el primero que allí se edificó. Al interior del santuario dedicado a la memoria del patriarca de la Iglesia Tradicionalista de la Nueva Jerusalén está una imagen del párroco; allí se guardan los santos que fueron de su devoción. En un ala del lugar se conservan algunos objetos personales que utilizó en vida, y que, aseguran los custodios del sitio sagrado, aún son utilizados de manera frecuente por su ánima, que viene para observar los actos de todos los vecinos del lugar.

El ánima de Papá Nabor recorre la ciudad de manera frecuente, pero sólo los agraciados y los que están en riesgo de perder la salvación son quienes la ven. A los primeros se les aparece aquel espíritu para abrazarlos y sonreírles, dicen; a los que se encuentran a punto de perder la santidad se les muestra un Papá Nabor violento que les recrimina sus actos pecaminosos y les obliga a jurar un mejor comportamiento. A todos da consejos y a veces, a manera de recompensa por su buen comportamiento, se queda a vivir por días en la casa de algunos de los Fieles. A los pecadores sólo les recrimina sus actos, pero no acude con ellos a sus casas.

Mamá Maria de Jesús, la vidente que apasionó a Papá Nabor, la que lo llevó al extremo del control de sus fieles.
Mamá Salome, la vidente que inspiró a Papá Nabor para hacer de la comunidad de La Nueva Jerusalén una comunidad de servicio total a Dios.

El aire, el polvo, la luz que baña a este caserío, la única ciudad de México bajo un régimen teocrático, parecen ser los mismos que vieron la inspiración de Nabor Cárdenas Mejorada cuando decidió sostenerse en la teología preconciliar tridentina, a la que se abrazó como única causa. Parece que el tiempo se ha detenido en esta población donde la marcha apresurada de las Monjitas, la sumisión de las Doncellas, la paciencia de los Consagrados y la obediencia de los Monaguillos siguen siendo las mismas que cuando estaba Papá Nabor. Él ya no está, pero todavía está. Vive entre ellos, entre su pueblo fiel que sigue a la espera del fin del mundo.

La mayoría de los que viven en este poblado enclavado en el balcón de la zona de Tierra Caliente, en el centro geográfico de Michoacán, todavía hablan con amor de la memoria del sacerdote. A muchos se les quedó grabada la imagen de un Papá Nabor viejo, tembloroso, cansado, balbuceando algunas frases ininteligibles, sentado al sol, viendo jugar a los niños, sosteniendo difícilmente la posición vertical de la cabeza; pocos lo recuerdan recio, fuerte, violento, firme en sus convicciones. Para todos sigue siendo el jerarca de esta comunidad, que será la única que se habrá de salvar cuando llegue el fin de los tiempos.

En esa ciudad santa, no por nada llamada Jerusalén, conviven dos grupos religiosos. Los menos son los Disidentes o Turulatos, que siguen creyendo en la Virgen del Rosario y en el fin del mundo, pero están ciertos de que la Virgen ya no necesita videntes para manifestarse: los que llegaron después de Mamá Salomé son charlatanes, dicen, que buscan sólo un beneficio personal. Se acercan más a las prácticas religiosas de los católicos apostólicos romanos, sólo se alejan del pensamiento tradicional católico cuando tienen que hablar de Papá Nabor y seguir sus enseñanzas teológicas. Para ellos el padre Nabor es el salvador del nuevo orden mundial, el inspirador de su movimiento de adoración a Dios por medio de la Virgen del Rosario.

La población estimada de seguidores dentro de la corriente de los Disidentes es de unas seiscientas familias, en su mayoría jóvenes, que han venido empujando la modernidad hacia el interior de las murallas. Ellos son los que han introducido la telefonía celular, las computadoras, el internet inalámbrico y los equipos individuales de música; por los jóvenes Disidentes se conoce lo que sucede al exterior, y muchos proyectan a la Nueva Jerusalén al mundo por medio de sus cuentas de Facebook.

Son los impulsores de la educación laica: en los últimos años han venido pugnando por establecer una escuela preparatoria en el lugar. También han solicitado servicios de transporte público, pues los únicos vehículos que circulan por la ciudad son las patrullas de la policía federal que ingresan en esporádicas ocasiones. Han acabado con el mito de que la tecnología es del Diablo. Muchos tienen auto, pero no lo utilizan dentro del poblado “para no provocar a los Fieles”.

El grupo sigue fielmente las enseñanzas del obispo Santiago el Mayor, al que muchos jóvenes llaman a secas por su nombre civil: Miguel Chávez Barrera. Entre los Disidentes aún hay resabios del pasado: nadie olvida la forma en que fueron expulsados de la parte más sagrada de la Nueva Jerusalén. Los más viejos, como una tradición oral obligada, enseñan a los niños el pasaje que vivieron heroicamente cuando fueron apedreados por los sacerdotes seguidores del vidente Agapito Gómez y el obispo san Martín de Tours; la llama del encono es una luz que brilla día y noche entre las nuevas generaciones de novojerosolimitanos.

Los Disidentes tienen un pensamiento progresista, aunque comparten con los Fieles la profecía de Mamá Salomé: habrá un fin del mundo, ya anunciado, aunque sólo Dios sabe el día y la hora en que tendrá lugar. Siguen puntualmente la teología del padre Nabor, a quien se reconoce como salvador de la humanidad y como el elegido de la Virgen del Rosario para recibir el mensaje de salvación.

Están convencidos de que al final de los tiempos la única ciudad que habrá de quedar en pie sobre la tierra consumida por las llamas será la Nueva Jerusalén. Ven la figura de san Martín de Tours como el que suplanta el lugar que Papá Nabor había reservado al obispo Santiago el Mayor, y existe la convicción plena de que un día vendrá la Virgen del Rosario y reparará la injusticia, restituyendo al despojado en el cargo para el que fue preparado por el fundador. Entonces vendrá la venganza sobre los que los echaron del Templo de Dios.

Los Fieles son el grupo mayoritario dentro de esta comunidad. Son los que tienen en propiedad la mayor extensión territorial dentro de la ciudad: bajo su control se encuentran todos los sitios considerados sagrados. Se adjudican ese derecho porque fueron construidos “por orden divina” bajo la dirección de Papá Nabor, Mamá Salomé, y posteriormente el vidente Agapito Gómez. Controlan el acceso a lo que se conoce como la Cuenca de la Salvación y el Nuevo Monte Carmelo, donde la Virgen del Rosario realiza sus manifestaciones y le habla a la vidente Catalina. Se consideran herederos de la tradición santa que impusiera en la Nueva Jerusalén el padre Nabor Cárdenas.

Cada 15 de agosto, fecha en que la Iglesia católica celebra la asunción de la Virgen María al cielo, todos los Fieles, en procesión desde las cuatro de la mañana, emprenden el ascenso al cerro del Nuevo Monte Carmelo para llegar a la Cuenca de la Salvación; cuando entran al recinto sagrado se ponen a orar y entran en éxtasis para que su espíritu se desprenda y comience a subir una escalinata de quince gradas, que es la que separa a la tierra del cielo.

La única que ve el ascenso de las almas de los Fieles es la vidente Catalina: al final de la ceremonia religiosa le dice a cada uno de los que aspiran a subir los peldaños cuántos avanzó la suya, siempre en función de la santidad con que lleven su vida. A mayor cercanía del cielo, mayor es el esfuerzo que se pide en la virtud con que cada uno de los fieles conduce su existencia.

El grupo de los Fieles —autonombrados así por haber tenido el valor de expulsar a los que se desviaron de las enseñanzas de Papá Nabor— mantiene el control de la autoridad civil, representada acaso por el encargado del orden, una especie de comisario local, el que también es designado por decisión divina y cuya propuesta es presentada al ayuntamiento de Turicato, desde donde se expide el nombramiento. El último censo que obra en poder del gobierno estatal revela que congregan a más de 5 200 personas, el mismo número de votantes que tiene registrado el pri de Michoacán.

La oficina del encargado del orden de la Nueva Jerusalén es una dependencia que opera en función de las decisiones del jerarca religioso de la comunidad. Desde que el padre Nabor organizó el gobierno local, dispuso que dentro de la oficina de la autoridad civil sólo se colocaran imágenes de los héroes de la Independencia, cuyos ideales dice abanderar el pri. Allí se siguen resguardando retratos de Morelos, Hidalgo, Aldama, Allende, Lázaro Cárdenas y Vicente Guerrero, igual que en el templo; Benito Juárez o Francisco I. Madero no aparecen en la oficina administrativa porque “ellos no serían priístas”.

Los Disidentes, en su mayoría simpatizantes del prd, se burlan abiertamente de las creencias de los Fieles: a los seguidores del obispo Santiago el Mayor no les cabe en la cabeza que Miguel Hidalgo o José María Morelos tengan alguna relación con los santos del cielo. Para ellos, las enseñanzas de Papá Nabor se torcieron en algún momento. Dudan de lo que dice la vidente Catalina, pero tienen la seguridad de que el fin del mundo es un hecho proclamado que se tendrá que cumplir. El imaginario colectivo guarda fielmente las visiones de Salomé, son las únicas profecías que reconocen.

Oficialmente, la Iglesia asentada en la Nueva Jerusalén se llama Iglesia Católica Tradicional de La Ermita, avalada por la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Ortodoxa, Antigua y Tradicional de México. Para todos los que viven en la ciudad santa en calidad de Fieles, es obligación conocer el pasaje en que le fue reconocido el carácter de Iglesia a la agrupación fundada por el padre Nabor: se cuenta como tradición oral que en abril de 1983 llegó a la localidad el obispo Néstor Guijarro González, para sancionar al sacerdote por decir que la Virgen del Rosario se había aparecido allí.

Guijarro González llegó con la investidura de jerarca eclesiástico, con plenos poderes para quitarle a Nabor Cárdenas las prebendas espirituales de que gozaba en calidad de presbítero católico. Nabor lo recibió como si ya lo esperara, se relata en la Nueva Jerusalén, y le sonrió a su arribo a la Puerta Mariana; no hablaron una sola palabra hasta que se encerraron en el colegio de sacerdotes. Allí permanecieron por espacio de dos horas. Al salir de la reunión, aquel que venía a sancionar a Nabor se despidió hincándose ante él y besándole el anillo. Antes, en la complicidad del silencio en el que hablaron, Néstor Guijarro lo nombró nuevo obispo y le había reconocido la calidad de Iglesia a la congregación que cumplía ya diez años.

Dicen los Fieles, quienes cuentan orgullosos este pasaje histórico, que durante el encierro de Papá Nabor y el obispo Guijarro se escuchó una voz que habló desde el cielo y dijo que Nabor era el hijo amado de la Virgen del Rosario: el prelado cayó entonces de rodillas y en ese momento la Virgen le ordenó que nombrara a Nabor obispo de la Iglesia Tradicional de México. Después de ese encuentro, de manera muy frecuente comenzaron a llegar seminaristas desde el valle de México, enviados por la Santa Iglesia Católica, Apostólica, Ortodoxa, Antigua y Tradicional, para ser formados en la Nueva Jerusalén bajo la guía espiritual del obispo Cárdenas Mejorada.

La sombra de Papá Nabor sigue rondando la Nueva Jerusalén, su pensamiento radical sobre la exigencia de Dios frente a la condición humana, sigue gobernando la vida de los fieles.

El padre Nabor, en su calidad de obispo de la Iglesia Tradicionalista, fundó el seminario de la Nueva Jerusalén: allí comenzó a ordenar sacerdotes a los jóvenes peregrinos tocados por la Virgen del Rosario para hacer el viaje desde varios puntos del país y que se quedaron a vivir en la ciudad santa. Ordenó a poco más de un centenar, de los que a la fecha unos trece pertenecen al grupo de los Disidentes y otros veinte se quedaron con el obispo san Martín de Tours; varios más decidieron emigrar a otras Iglesias que les reconocieron su formación espiritual.

El seminario dejó de funcionar a la muerte de Papá Nabor. Muchos de los jóvenes que estaban siendo preparados en la teología sui generis que amalgamaba el movimiento preconciliar tridentino, el catecismo del padre Jerónimo de Ripalda y la visión apocalíptica de la vidente Salomé, optaron por dejar su formación al observar las disputas por el control del gobierno al interior de la comunidad. Los seminaristas optaron por llevar una vida ordinaria, adaptándose mejor a la forma de vida de la Iglesia Disidente. A la fecha, el seminario de la Nueva Jerusalén es una casa que se utiliza como área de usos múltiples, excepto para formar nuevos sacerdotes.

Por instrucción de la vidente Salomé, entrada la década de los ochenta, el padre Nabor ordenó la construcción de un monasterio. El centro de formación de religiosas sigue activo a la fecha, bajo la dirección de la vidente Catalina. Pese a la fractura registrada en el grupo de Monjitas —cuando unas siguieron a la vidente Mamá Margarita y otras respaldaron a la vidente oficial, Mamá María de Jesús—, la preparación de las jóvenes es permanente. Existen a la fecha trescientas mujeres con el rango de Monjitas, divididas en las órdenes de Hermanas del Holocausto, Clarisas y Carmelitas. Sólo las dos primeras están enclaustradas: las Monjitas Carmelitas tienen una formación extramuros, se les permite vivir con sus familias y acudir a formación regular al claustro.

En el grupo de Disidentes no hay formación de Monjitas. Entre los Fieles su labor principal, más allá del servicio a Dios y a la permanente oración para la Virgen del Rosario, es la de promover la imagen y el recuerdo de los primeros formadores de la Iglesia de la Nueva Jerusalén. Ellas son las encargadas de mantener fresca la memoria de Papá Nabor y de la vidente Mamá Salomé, a quienes se dispensa un trato de santos e iluminados, al nivel de los profetas y los evangelistas reconocidos por la Iglesia Católica y Apostólica, cuyas enseñanzas están plasmadas en la Biblia.

El encargado de dirigir los trabajos para fortalecer el recuerdo y las tradiciones de Papá Nabor entre los Fieles es el obispo san Martín de Tours; el nuevo patriarca de la Nueva Jerusalén no pierde oportunidad en cada reunión, en cada misa, al término de cada rosario, para hablar del Santo Padre Nabor Cárdenas Mejorada. A los jóvenes, y a los escasos niños que acuden a los eventos religiosos, les gusta escuchar la historia de Papá Nabor y de cómo fue elegido por la Virgen para recibir el mensaje de salvación de los hombres. Se deleitan al oír cómo Papá Nabor derrotó a la Iglesia que lo quería excomulgar o de cuando conoció a la vidente Salomé y recibió el mensaje salvífico; todos quieren ser como él cuando sean grandes, y proteger a la gente de la ciudad santa de las trampas del Diablo.

El regalo que les dejó el padre Nabor a todos los que viven dentro de la Nueva Jerusalén, Disidentes y Fieles, “es un regalo de amor y desprendimiento del que sólo pueden ser capaces los que son tocados por la Virgen”, dice san Martín de Tours a sus seguidores. Pese a tal gracia, los dos grupos que conviven en estas inmediaciones se acusan mutuamente de no acatar la disciplina religiosa y de no llevar ni promover la vida que propuso Nabor Cárdenas para alcanzar el cielo cuando el fin del mundo llegue. Como en cualquier otra religión, ambos aseguran tener la razón en cuanto al seguimiento de la orden de Papá Nabor y su propia forma de vida.

Aunque las calles de la Nueva Jerusalén siempre están desiertas, son comunes las riñas entre simpatizantes de los dos grupos. Por eso, para no encontrarse unos y otros se ha optado por un acuerdo no hablado: delimitar algunas al paso de los Fieles y otras para los Disidentes. Los hombres salen a trabajar sin coincidir en la ruta, lo mismo las mujeres en el día cuando salen por agua o van hacia los templos, pero los jóvenes son impetuosos y en ellos recae la escenificación de las contiendas. A nadie, ni a los que aún no nacían en ese entonces, se le olvida la manera en que fueron expulsados los Disidentes de la parte más santa de la ciudad; el reclamo es constante y las batallas campales llegan por añadidura.

Algunos de los Disidentes, los que fueron desalojados junto con el obispo Santiago el Mayor, aseguran que el rostro del padre Nabor fue siempre apacible, de amor; que era un hombre que se desprendía de sí para entregarse con los pobres. Pero también algunos de los que Nabor bautizó como turulatos —prefieren que a cambio se les llame Disidentes— dicen que conocieron al mismo Diablo en su persona: en algún momento de su ira, vieron la cara de Diablo con que gobernó por décadas.

Todavía siguen en el recuerdo de muchos los azotes a que fueron sometidos cuando el viejo Simeón aseguraba que estaba por apoderarse de ellos el pecado o el deseo de la carne; a punta de latigazos, Nabor arrancaba de las manos del Diablo aquellas almas a punto de perderse en el laberinto caliente del deseo. No son pocos los que lucen —orgullosos, como si se tratara de medallas de guerra— las cicatrices cinceladas sobre la espalda. Entre los seguidores de Santiago el Mayor son numerosos los que aborrecen la figura de Papá Nabor, aunque la enseñanza del obispo es de amor y respeto para el fundador de la Nueva Jerusalén, por eso dicen todos que lo quieren y le guardan un recuerdo grato.

Para los Fieles, e incluso para los Disidentes que no conocieron su cara de Diablo, Nabor debe de estar en el cielo por el solo hecho de haber sido elegido por la Virgen del Rosario para mandar un mensaje de esperanza a los hombres. A veces lo traicionaba su condición humana, justifican, y reaccionaba violento; era cuando le salía su cara de maldad, mencionan algunos pobladores, pero eso es sólo peccata minuta frente a la grandeza de su alma, aseguran quienes lo trataron. Los errores de disciplina de la Nueva Jerusalén se buscan más bien lejos de la imagen del padre Nabor: allí hay un reparto casi equitativo de culpas entre los que heredaron la tierra de la salvación y quienes han tergiversado las órdenes que ha mandado decir la Virgen para todos los habitantes de la ciudad santa.

Conocer a Papá Nabor es indispensable para ambos grupos; todos tratan de enseñar a sus hijos quién fue el fundador de esta, la última morada de los hombres. Las fotografías que dejan ver a un Nabor joven, rodeado de seminaristas, a veces de Doncellas o acompañado por Mamá María de Jesús, son tratadas como reliquias. Sin falta, los seguidores de Santiago el Mayor, así como los que lidera san Martín de Tours, tienen imágenes del Santo Padre. Las muestran en ocasiones especiales a los niños, los que se regocijan de observar al elegido de la Virgen.

Con cada aniversario de su muerte, Papá Nabor tiene más vida: cada 19 de febrero la comunidad se vuelca en rezos y plegarias a la Virgen del Rosario —es el único día en que se reza veinticuatro horas continuas— para que su alma goce del cielo. Ese día baja a la tierra y recorre las calles de la ciudad que fundó; muchos solamente lo sienten, pero los santos de la población lo miran: él les habla, les sonríe, les da consejos y a algunos hasta los visita en su casa. A los pecadores los regaña y se les convierte en un espanto para recordarles que deben cambiar la forma en que llevan su vida. La presencia de Papá Nabor entre los Fieles en el aniversario de su muerte es el preludio de la llegada de Dios a la tierra, que marcará el fin de los tiempos.

Cuando éste llegue, Dios y su corte celestial bajarán a la Nueva Jerusalén para convivir cotidianamente con todos, abrazará a unos y otros y no habrá más muerte ni dolor ni enfermedades, ni siquiera habrá necesidad de trabajar: ésa es la profecía de Mamá Salomé, y también la convicción general. Por eso ninguno de los grupos quiere irse de la ciudad, aunque la presencia de los otros les resulte incómoda. Aquí se materializa a diario lo dicho por el profeta Isaías: “el lobo y el cordero pastarán juntos.” Esas palabras cobran en el imaginario colectivo un justo significado porque todos están acostumbrados a vivir con el enemigo, para dar buenas cuentas cuando sean los únicos en presencia de Dios. Por eso cuidan que las alambradas que rodean a la ciudad se mantengan firmes, para que no dejen pasar a los que quieran entrar de último momento cuando se acabe el mundo.

A la entrada a la ciudad santa aún se conserva, retocado cada vez que pasa la temporada de lluvias, el letrero que escribió Papá Nabor usando una plantilla para rotular: se trata de una bienvenida, mantenida como un legado más que como una simple tabla con fondo blanco y letras negras. Se aproxima a un decálogo: concentra el pensamiento de la Iglesia de Papá Nabor. Allí se leen las instrucciones básicas para quienes aspiran a entrar a la Nueva Jerusalén, como si del cielo se tratara: “Se prohíbe la entrada a mujeres con falda corta o vestido escotado y sin mangas, vestidas con pantalones o pintadas de la cara o de las uñas y con la cabeza descubierta, y a los hombres con cabello largo o vestidos deshonestamente”.

Mudo testigo que se alza en el muro central de la Puerta Mariana, es una advertencia obvia de que adentro, aunque ya no está, Papá Nabor sigue presente. Las prohibiciones que dictó el sacerdote en 1973, cuando decidió crear aquí el que sería el último refugio de la humanidad creyente, siguen vigentes. Las leyes que estableció se siguen respetando: todos, Fieles y Disidentes, cada grupo en su capilla, acuden al rosario a las cinco de la mañana. Los Disidentes sólo tienen dos misas diarias; para los Fieles hay una cada hora y nunca debe haber un solo asiento vacío en el templo. Sin excepción, están obligados a asistir al menos cuatro veces al día al Templo de Dios; los niños tienen que hablar con la muñeca Yoli para contarle sus pecados, y si quieren desagraviar a Dios por sus malos actos deben llevarle a la muñeca, que los mira con ojos fijos de vidrio, un vaso de leche y galletas.

A los chiquillos más obedientes de la comunidad de Fieles se les acepta dentro de la escuela de San Juan Bosco, única institución aceptada por la Iglesia de Papá Nabor para la formación de los menores. Las escuelas del gobierno federal son consideradas “nidos del Diablo”, donde el conocimiento “envilece y pudre el alma de los niños”, por eso no dejan que vayan a dichos planteles; a la escuela Vicente Guerrero sólo van los hijos de los Disidentes. En la escuela oficial que fundó Papá Nabor se acepta únicamente a los infantes que tienen un comportamiento adecuado dentro del Templo de Dios. Sólo con la recomendación de uno de los sacerdotes o de tres de las Monjitas se puede ingresar, y la educación se centra en el catecismo del padre Jerónimo de Ripalda, en el que el centro de todo conocimiento y enseñanza es Jesucristo.

A los niños hijos de Fieles que van a la escuela de San Juan Bosco se les recompensa su buen comportamiento con tareas especiales en el Templo de Dios. A los más aplicados se les permite permanecer desde la mañana hasta que cae la tarde, y se les mantiene activos durante las misas que a lo largo del día se celebran. No se les permite salir porque, dicen los sacerdotes, cada niño es un angelito presente en el rezo del rosario a la Virgen, y ella se siente contenta mientras más niños haya en el templo. Es común verlos ingresar a las siete de la mañana y salir después de una jornada de casi diez horas de constante oración. Cuando un niño soporta sin reclamo las jornadas de oración, la Virgen queda contenta con toda su familia, es el argumento general.