Con miedo al diablo, videntes y profecías, así se vive en La Nueva Jerusalén

Por. J. Jesús Lemus

Desde que el vidente Agapito Gómez le habló al padre Nabor sobre el riesgo de que el Diablo se metiera a la comunidad por medio de la ciencia y la tecnología, a nadie se le permite leer cosas que no sean de Dios. En la escuela de San Juan Bosco no se prepara a los niños, sólo se les enseña a leer y escribir; lo demás es cosa del Demonio.

No se necesitan escuelas “porque son instrumentos que utiliza el Diablo para arrancar el alma a los santos de la Nueva Jerusalén”, dijo en su momento Agapito. La catequesis de la Nueva Jerusalén enseña que es malo aprender cosas que no vengan de Dios. Los niños no saben por qué llueve o por qué sale la luna; los cambios del clima son atribuidos a la voluntad, alegría o enojo de Dios. Por eso todos rezan, para no hacerlo enojar, y agradecen siempre a la Virgen del Rosario el buen temporal.

No se considera necesario el conocimiento que los menores pudieran obtener en las aulas, pues se tiene decidido que la mejor formación que pueden recibir es la que les llega a todos por inspiración de la Virgen del Rosario.

A los niños Fieles de la Nueva Jerusalén los instruyen las Monjitas, que imparten a manera de catecismo una enseñanza ordinaria y práctica para que en los actos de su vida tengan presente ante todo el servicio a Dios y a la Virgen, así como su pertenencia a la Iglesia fundada por Papá Nabor.

La instrucción académica de los que quieren aprender algo más que a leer y escribir corre por cuenta de Clérigos y Monjitas, quienes los observan durante la instrucción del catecismo del padre Ripalda —el mismo que formó al padre Nabor cuando niño— para seleccionar a los futuros seminaristas.

Esta preparación comienza a los siete años de edad, cuando los chiquillos comienzan a manifestar inquietud por el conocimiento. Quien da el aval final para iniciar la preparación de los que serán los nuevos sacerdotes es el obispo san Martín de Tours, quien consulta siempre a la vidente Catalina sobre la opinión de la Virgen. Una vez aprobada la cosecha se comienza con su educación, con el miedo como eje rector de la disciplina.

Las Monjitas enseñan que la ira de Dios puede ser muy grande cuando la gente se porta mal. Mencionan ejemplos constantes del castigo divino hacia los pecadores: aquí se enseña que el terremoto que en 1985 mató a miles de personas en la ciudad de México fue consecuencia del alejamiento de los hombres de las normas celestiales, pero que a Tacámbaro lo perdonó porque vio la bondad de Papá Nabor y sólo hizo que cayera una parte de la cúpula de la parroquia.

Las noticias de desastres mundiales son traducidas a los niños siempre con la enseñanza de lo que hace Dios a quienes no están en su gracia: así, los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos fueron consecuencia de la falta de comunión entre el hombre y Dios.

Dentro de la Nueva Jerusalén también está prohibido practicar cualquier deporte. El padre Nabor lo dejó escrito en alguna de sus encíclicas: nadie puede patear un balón de forma esférica, porque es la que Dios dispuso para dársela a la tierra como obra única en el universo; luego, nadie puede patear la obra de Dios Padre. Por eso a los niños no se les permite jugar a nada que involucre un balón; sólo existe algo que se llama chancla, parecido al futbol americano, y se admite porque el balón ovoide no es réplica de la tierra hecha por Dios para el gozo de los hombres.

Papá Nabor, el fundador de La Nueva Jerusalén, sigue presente en escencia, entre todos los fieles de esta localidad, los que ya lo guardan en calidad de santo. Foto/ archivo J. Jesús Lemus

A los niños, más que al resto de los Fieles adultos, se les aplica la férrea disciplina espiritual impuesta por el fundador de la ciudad santa. Están obligados a levantarse de madrugada para acudir al rosario de las cinco de la mañana, además del deber de asistir como los demás a un mínimo de cuatro misas en el día o hacer oración al menos cuatro horas continuas:

Es la única forma de desagraviar a Dios y a la Virgen del Rosario por los pecados cometidos de manera involuntaria. La confesión es obligada para todos; por lo menos una vez por semana los Fieles deben confesar los pecados que cruzaron por su cabeza, aun cuando no los hayan cometido.

A la fecha, a quienes conforman la Iglesia de Fieles que lidera el obispo san Martín de Tours se les tiene vedado el acceso a la información. No pueden leer periódicos ni escuchar noticias en el radio o ver televisión; también están privados de la música. Adentro nadie puede bailar ni cantar, salvo los rezos a la Virgen y los salmos a Dios.

Los niños no saben lo que es un baile, ni las rondas infantiles están permitidas. Aquí no hay fiestas de cumpleaños ni celebraciones que no sean para los santos, Papá Nabor o la Virgen del Rosario. Toda la alegría de la gente de la Nueva Jerusalén gira en torno a los rezos y cantos del rosario para alegrar a la Virgen y desagraviar a Dios.

Con severidad se castigan el pecado y la tentación; todavía sigue vigente la disciplina impuesta al modo de san Roberto Abad. A quienes son sorprendidos fumando o ingiriendo bebidas alcohólicas se les azota. Por las noches aún se siente la presencia del monje reparador que sale a recorrer las calles en busca de pecadores: su estatua vigilante a la entrada de la ciudad es la apoteosis de la justicia divina. El santo, que baja del mismo cielo, sigue olfateando la maldad y el yerro.

Aunque ya no entra a las casas como antes, para azotar a quienes sorprendía en poder del Demonio, el sonido de las cadenas en la noche todavía inhibe cualquier intención de faltar. Los azotes a los pecadores ahora corren por cuenta de los miembros de la Guardia Celestial o la Guardia de Jesús-María, los que son notificados por san Roberto Abad sobre la presencia del Diablo dentro de la comunidad.

Desde que la vidente Catalina gobierna al lado de san Martín de Tours, también es pecado el comercio. Nadie puede vender nada dentro de la Nueva Jerusalén: los pequeños tendejones que ofrecen refrescos, frijol, frituras, dulces, algunas verduras o frutas de temporada, son propiedad de los Disidentes.

Todos los Fieles tienen prohibido iniciarse en el comercio, porque “ésa es una actividad del Diablo” que busca sólo beneficios económicos y aleja a los hombres de Dios, les dejó dicho el padre Nabor. Los que se dedican a ello están condenados al fuego eterno del infierno.

Algunos sacerdotes Disidentes son propietarios de los tendejones que atienden las necesidades de consumo básico en la ciudad santa. Por provocación, o porque el negocio es el negocio, no tienen recato en vender sus productos a los Fieles:

Es común observar sombras que se escurren en la noche por las calles desoladas, con el rostro oculto en el velo de la oscuridad mientras abrazan amorosamente un envoltorio donde llevan el refresco, las papas fritas o los cigarros. Cada vez son más los que en silencio retan la vigilancia celestial de san Roberto Abad.

Las relaciones sexuales siguen prohibidas, tal como se estableció desde el mandato del padre Nabor. No se permite el noviazgo. A los jóvenes se les enseña la maldad del deseo sexual: es malo sentir atracción por alguien, pero es peor desear su cuerpo. Sólo se permiten los matrimonios designados por la Virgen a través de la vidente Catalina, hija de Agapito Gómez; ella es quien decide qué parejas de muchachos deben hacer vida en común para agradar a la Virgen del Rosario.

Las parejas empatadas sólo son eso, una unión de personas para vivir juntas, sin sexo y sin relaciones de pecado ni proyectos comunes de vida. La permanencia de esas parejas está sujeta a lo que disponga la Virgen a través de la vidente. Los niños nacen “por decisión de la Virgen”; cada uno es un milagro porque en general no se permite el sexo entre mujer y marido.

Hay una excepción para autorizar las relaciones íntimas entre los Fieles de la Nueva Jerusalén: mujer y hombre tienen que hacer una solicitud formal ante el patriarca san Martín de Tours. Él lo consulta con la vidente Catalina, para que a su vez lo pregunte a la Virgen en alguna de las visiones; si autoriza la práctica de relaciones sexuales, entonces la pareja se compromete a abrazar con mayor fe la religión y dedicarse de tiempo completo al servicio del templo. El marido debe comprometer el pago del diezmo de manera obligada.

Si la mujer es menor de cuarenta años, entra al grupo religioso llamado Las Pasionistas, pero si es mayor entra al conocido como Las Piadosas, cuyas funciones son cantar constantemente en el templo y mantener guardia permanente junto a la imagen de la Virgen del Rosario.

No hay homosexualidad dentro de las paredes de la Nueva Jerusalén. Ni siquiera los turulatos o Disidentes, de pensamiento relativamente liberal, aceptan la posibilidad de una relación entre dos personas del mismo sexo. Acatan la ley de Papá Nabor en la extensión plena de sus palabras: “los jotos deben ser quemados”.

No han quemado a nadie, pero tampoco nadie se ha declarado homosexual. Se habla entre las señoras, como si fuera una leyenda fantástica, de algunos jóvenes que en los últimos años han decidido abandonar a sus familias y la ciudad santa para irse a radicar a Morelia, donde llevan una vida de libertad sexual; perdieron el contacto con sus parientes para que no los persiga el estigma de su decisión.

Tampoco hay divorcios ni separaciones. Los hombres y mujeres que viven en matrimonio ya están unidos para siempre y se han obligado a esperar el fin del mundo, de modo que cuando Dios baje a la ciudad santa pueda verlos en compañía; serán Él y la Virgen del Rosario quienes en definitiva decidan si autorizan o niegan una separación. La prostitución está sancionada con la muerte: si se conoce la promiscuidad sexual de una mujer, será quemada de inmediato. Todavía no se sabe de alguna que haya sido incinerada.

El índice de nacimientos entre la población de Fieles —los seguidores de Mamá Catalina y el obispo san Martín de Tours— es mínimo: en ese grupo se observa una tasa que no alcanza los veinte niños por año.

La mayor parte de los alumbramientos en la Nueva Jerusalén proviene de los matrimonios de los Disidentes, entre quienes las relaciones sexuales son permitidas como algo natural. Los seguidores del obispo Santiago el Mayor registran una tasa de partos de entre cuarenta y cincuenta por año.

La división social dentro de la ciudad santa sigue siendo la misma que dejó establecida el padre Nabor Cárdenas: la comunidad se divide en hombres y mujeres. Los hombres se dividen en Consagrados y No Consagrados, las mujeres en Consagradas y No Consagradas.

Los hombres Consagrados se dividen en Sacerdotes, Clérigos, Monjes, Seminaristas, Santos Varones y Monaguillos. Los hombres No Consagrados se dividen en Vivientes, Rosales, Lirios del Campo y Botoncitos de Rosal.

Los Lirios del Campo son los jóvenes. Los Botoncitos de Rosal son todos los niños que no hacen funciones de Monaguillo. Se llama Rosales a los hombres casados, pero no consagrados al servicio de la Iglesia, aunque están obligados a la abstinencia sexual. Nardos se llama también a todos los Santos Varones, que son aquellos adultos mayores dedicados de tiempo completo al servicio auxiliar de la Iglesia.

Las mujeres Consagradas se dividen en Monjitas, Doncellas y Cortesanas. Las mujeres No Consagradas están divididas en Vivientas y Violetas. Las Vivientas son las mujeres con esposo (que tampoco deben tener relaciones sexuales) y las Violetas son las niñas no consagradas al servicio de la Iglesia. A las Monjitas se les llama también Azucenas, a las Doncellas se les conoce como Flores Tempranillas y a las Cortesanas se les cataloga como Rosas de Castilla.

Sólo las Monjitas y Doncellas pueden ser confesadas indistintamente por la vidente Catalina o por el obispo san Martín de Tours, el resto de la población es confesado por los sacerdotes. Las penitencias que se reciben por los pecados cometidos, para desagraviar la ira de Dios y la molestia de la Virgen, van desde jornadas completas de oración en el silencio del Templo de Dios hasta jornadas de trabajo gratuito a favor de la comunidad. No se ha desterrado la flagelación para los pecadores mayores. A los que se niegan a aceptar la abstinencia sexual se les expulsa de la ciudad santa.

Tras la muerte de Papá Nabor, ya bajo el mando del obispo san Martín, se han diseñado otros grupos sociales para dar cabida a las mujeres y hombres que no encajan dentro de las clasificaciones establecidas inicialmente.

Hay un grupo llamado Niños de la Doctrina, para menores entre ocho y trece años destinados a la formación religiosa, y la Cruzada Eucarística, adolescentes de más de catorce años con aspiraciones eclesiásticas. Están también las Juanitas, niñas de ocho a quince años con la meta de ser Monjitas, y las Juanitas Grandes, muchachas de más de quince años con la misma pretensión. El grupo de las Infantitas lo conforman niñas que no aspiran a ser Monjitas, pero que aceptan la formación religiosa para tener virtudes como futuras esposas. Al grupo de Vanguardia se integran jóvenes de dieciséis a veinte años para apoyar a la Guardia Celestial en labores de vigilancia dentro de la comunidad. Las Águedas son las señoras que rezan a la Llorona y dicen hablar con ella; son las encargadas de buscar entre las Monjitas a la que será la comadre de la Llorona.

La fracción religiosa de los Fieles está compuesta por un obispo, una vidente, once Sacerdotes, diez Seminaristas, trescientas Monjitas, cinco Frailes, diez Santos Varones, cuarenta y cinco Guardias Celestiales y dieciséis Guardias de Jesús-María. El grupo de los Disidentes tiene un obispo, veintitrés Sacerdotes y siete Seminaristas; no hay monjas entre ellos, pero un grupo de cuarenta y cinco mujeres laicas ayuda en el servicio religioso que se lleva a cabo de modo permanente, casi a la par con las acciones que a diario realizan los integrantes de la Iglesia de Papá Nabor.

En la escala de mando de la Nueva Jerusalén, al lado de san Martín de Tours, se encuentra la vidente, Mamá Catalina; su poder es absoluto desde que asumió el encargo tras la muerte de su padre, Agapito Gómez Aguilar. Su verdadero nombre es Rosa Gómez Gómez, pero tras ser consagrada como vidente oficial por el obispo san Martín de Tours, asumió el nombre santo de Catalina.

Dicen en el pueblo que recibió la gracia de hablar con la Virgen por herencia de su padre, don Agapito, quien desde que tuvo el sueño para dejar su casa en el estado de Hidalgo y viajar a la Nueva Jerusalén, mantuvo comunicación constante con ella. Desde niña, aseguran los creyentes, Mamá Catalina comenzó a oír la voz de la Virgen en la misma forma —mejor, si cabe— en que se le manifestaba a Mamá Salomé. Catalina no sólo escucha a la Virgen del Rosario, sino que también puede ver la figura inmaculada cuando desciende para platicar con ella.

Mamá Salomé sólo podía escuchar la voz de la Virgen. Cuando le venían las lucideces, lo único que veía era una luz blanca y azul, con tonos verdes, que descendía del cielo y se posaba sobre ella. La única vez que contempló a la Virgen del Rosario fue cuando quedó plasmada en el lienzo de camisa que ahora se expone como imagen central en el Templo de Dios. La otra vidente, Mamá María de Jesús, nunca miró a la Virgen, sólo la escuchaba dar instrucciones para Papá Nabor; su estado de gracia no fue como el de Salomé ni como el de Catalina. Agapito, el tercer vidente de la Nueva Jerusalén, hablaba con la Virgen y la veía, pero sólo en sueños:

En forma consciente nunca se le manifestó. En cambio, a Mamá Catalina la gracia la ha inundado al poderla ver y platicar con ella conscientemente, lo cual es posible en parte por la herencia de santidad recibida de su padre y otro tanto por la virtud propia de la mujer, aseguran algunos sacerdotes de los Fieles.

Agapito Gómez Aguilar falleció el 26 de septiembre de 2008, a veintisiete años de haber llegado a la Nueva Jerusalén y apenas seis meses después del deceso de Papá Nabor. Su deceso se presentó de manera extraña; al día siguiente la Procuraduría de Justicia del Estado de Michoacán, a cargo de Miguel García Hurtado, emitió un comunicado donde se daba a conocer el acontecimiento. Aun cuando la Procuraduría no tuvo acceso al cuerpo del finado, se estableció que “la muerte de Agapito Gómez Aguilar sobrevino por causas naturales”. Las exequias del vidente fueron suntuosas: todos los fieles abarrotaron el templo y mantuvieron oración permanente por cuarenta y ocho horas. El llanto de san Martín de Tours era inconsolable.

Luego de dos días de ceremonias religiosas fue sepultado en el panteón municipal situado dentro de la Nueva Jerusalén, aunque para los Fieles sólo se inhumó un féretro vacío, pues Agapito Gómez ascendió en cuerpo y alma al cielo al tercer día de haber fallecido. A sólo cuatro días de su muerte, el obispo san Martín de Tours anunció la designación de la Monjita Rosa Gómez Gómez como la nueva vidente.

El obispo tuvo un sueño en el que la Virgen del Rosario le dijo a quién había elegido en sustitución de Agapito; antes de que san Martín se lo informara a la Monjita Rosa, ella le contó que la Virgen descendió a su lado y le habló. No fue necesaria mayor prueba de fe.

La Monjita asumió el nombre de Catalina, Mamá Catalina para toda la feligresía. Desde entonces se dice que habla a diario con la Virgen y sus diálogos establecen las reglas de convivencia para toda la población de manera cotidiana.

El control de Mamá Catalina sobre la comunidad no dista en nada de la influencia que ejerció Agapito Gómez frente a Papá Nabor. Las instrucciones que expresa Mamá Catalina son tan respetadas por los Fieles como polémicas entre los Disidentes, los que no dejan de estar al corriente de lo que la Virgen manifiesta a través de la mujer aun cuando sólo sea para cuestionarla, desdecirla o criticarla.