Por. J. Jesús Lemus
Sin visos de solución, el problema de la migración centroamericana en México sigue bullendo; cada vez son más los indocumentados que se internan en suelo mexicano con la intención de llegar a la frontera norte, en espera de una mejor condición de vida. A su paso por nuestro país, miles de migrantes, principalmente de Honduras, Nicaragua, Guatemala y el Salvador, viven su propio infierno.
En suelo mexicano, los miles de migrantes que aspiran al sueño americano, no solo tienen que encarar el riesgo del crimen organizado, que los secuestra y extorsiona, o el desdén de la sociedad, a la que simplemente son invisibles; se enfrentan a un Estado Mexicano indolente que se manifiesta incapaz de atender los reclamos humanitarios de ese grupo social en tránsito.
La operación de los albergues de asistencia –todos en manos de organizaciones no gubernamentales- es la mejor muestra de la falta de una política de asistencia social oficial que vea por los centroamericanos en curso.
En todo el territorio mexicano, de acuerdo a datos de la Iglesia Católica, actualmente se encuentran en operación 27 albergues que brindan atención humanitaria al flujo migrante. Ninguno de esos centros de asistencia altruista recibe la ayuda oficial del gobierno federal o de los gobiernos estatales.
Todos los albergues para inmigrantes funcionan en base a la caridad pública. “Ni siquiera hay recursos oficiales de la propia Iglesia Católica, para esta labor. Todos los que estamos en esta pastoral tenemos que manejar con recursos de cada parroquia la asistencia a los migrantes”.

Diversas voces desde adentro de la Iglesia Católica, la institución más reconocida a nivel nacional en la vocación de ayuda a los grupos de migrantes, no solo reconocen el abandono en el que se encuentran miles de centroamericanos a su paso por México; han referido también el “poco interés” de la autoridad mexicana para brindar un trato humanitario a ese grupo social.
La falta de interés del Estado Mexicano para atender a los centroamericanos a su paso por México, es lo que ha hecho que los grupos del crimen organizado hagan presa fácil de ese grupo social, “que no busca otra cosa que mejorar sus condiciones de vida, y brindar un sustento económico mejor a sus familias, como es la aspiración de cualquier persona en todo el mundo”.
Solo en el 2024, de acuerdo con las estimaciones de la Iglesia Católica, ha ido en aumento la cifra de migrantes centroamericanos desaparecidos en México, en hechos atribuidos al crimen organizado, principalmente al cartel de Los Zetas, al que ya se le atribuyen en más de 22 mil desaparecidos.
Esa cifra no es reconocida oficialmente por el gobierno federal. Para el Estado Mexicano –lamentó Lucila Ramírez de las agrupación de madres que buscan a sus hijos perdidos- en suelo mexicano solo se encuentran en calidad de migrantes desaparecidos 164 personas, la mayoría de ellas de origen norteamericano.

La cifra oficial de desaparecidos, es la que motivo al gobierno de México a crear en el 2015, mediante el acuerdo A/117/15 difundido por la PGR a través del Diario Oficial de la Federación, una fiscalía especializada para la búsqueda de personas desparecidas en tránsito migratorio, la que a pesar de la aparente reducida cifra no ha dado resultados eficientes en lo que va del 2025.
A la mayoría de los migrantes desaparecidos se los llevó el crimen organizado. Se acusa al Cartel de los Zetas, del que se asegura que mantiene el control de las rutas de transito de inmigrantes, principalmente en los estados de Chiapas, Tabasco, Oaxaca, Veracruz, Puebla, Zacatecas y San Luis Potosí.
Los migrantes son víctimas del crimen organizado, porque simplemente el gobierno no quiere ver la realidad en la que se mueven; nadie hace nada por fortalecer la estructura de albergues que garanticen una mayor seguridad para todos los centroamericanos que intentan llegar a la frontera norte.
De acuerdo a un estudio realizado por el Centro de Estudios Sociales y de Opinión Publica, en conjunto con la Cámara de Diputados, los problemas más frecuentes que enfrentan los migrantes centroamericanos no documentados en nuestro país son: robo, asalto, extorsión, agresiones físicas y sexuales, intimidación y amenazas, corrupción, destrucción de documentos y detención sin información sobre su situación legal.
Ni para darles de comer
En el albergue “Un Mundo, Una Nación”, ubicado en el municipio de Apizaco, Tlaxcala, la preocupación de todos los días es buscar la forma de darles de comer al promedio de 200 migrantes centroamericanos que llegan a diario en el lomo de La Bestia.
Es el albergue que mayor flujo de migrantes registra en la zona centro el país. Allí se concentran los migrantes que antes pasaron por los albergues del Padre Solalinde en Oaxaca o de las Patronas en Veracruz. Es el último refugio en donde los migrantes saben que tendrán techo y comida de forma segura mientras hacen una pausa en su camino.

Pero el albergue –al igual que los otros 26 que operan en todo el país- no cuenta con ningún tipo de ayuda oficial. Allí es la caridad pública la que mantiene la causa. Algunos sacerdotes de la Parroquia de La Sagrada Familia de Apizaco, son los que convocan a la feligresía a donar algo de su mesa para alimentar a quienes buscan una mejor forma de vida. Nos siempre hay respuesta.
Por eso, los voluntarios, como Salvador Ramírez, tienen que lanzar de manera frecuente reclamos de ayuda a través de las redes sociales, en espera de que la petición tenga eco y les hagan llegan lo más básico para alimentar a los cansados viajeros. Son un grupo de siete voluntarios que de alguna forma se las averiguan para brindar la asistencia que nadie les ofrece a los migrantes.
Allí, las carencias son muchas, pero el ánimo humanitario es mayor: a los migrantes se les brinda asistencia médica, se les da la posibilidad de que hagan una llamada telefónica, se les orienta sobre los riesgos que van a seguir enfrentando en su trayecto, y se les permite una estadía de hasta dos días a fin de que recobren fuerzas y sigan con su camino.
Todos los que llegan al albergue de Apizaco, lo hacen montados en La Bestia. A nadie se le niega la ayuda. La semana pasada fueron casi 260 los migrantes que trajo el tren en su lomo; iban mujeres y niños, todos azorados por los Zetas, los que les cobran 100 dólares por permitirles el paso por suelo mexicano.
“Nadie ayuda a esta gente –explica Salvador Ramírez-. No tienen a quien acudir, ante las extorsiones. No pueden ir con la policía mexicana, porque ellos también les cobran una cuota. Les quitan lo poco que traen y hasta los golpean. Los más feroces con los migrantes, casi igual que los Zetas, son los guardias del ferrocarril: cuando no les pagan, los arrojan del tren. Así ha muerto mucha gente. Otros han quedado mutilados de pies o manos”.
Dejan la vida en el camino
De acuerdo con datos de la Cruz Roja, de las delegaciones en Veracruz, Tabasco, Chiapas y Puebla, en lo que va del año se han registrado al menos 128 casos de migrantes que perdieron alguna de sus extremidades al ser alcanzados por las ruedas del ferrocarril.
El recuento extraoficial revela que de los mutilados, tres de ellos eran niños de 11, 13 y 16 años de edad, dos víctimas más eran mujeres de 19 y 39 años de edad, los otros 24 mutilados por el tren eran hombres entre los 18 y los 45 año de edad, quienes argumentaron que viajaban en el tren con la intención de llegar a la frontera con Estados Unidos.
Los cuerpos de rescate en esas entidades brindaron la atención primaria a los lesionados. Fueron internados en algunos de los hospitales públicos, con cargo al gobierno, pero al ser dados de alta, ya no tuvieron ningún tipo de seguimiento. Nadie supo cuál fue el paradero final de los cercenados por La Bestia.

Del total de los amputados por las ruedas del tren, cinco de ellos perdieron uno de sus brazos, 11 perdieron una mano y un pie, a seis el tren les cortó una pierna y siete más perdieron las dos piernas o los dos brazos. Todos fueron canalizados a las oficinas locales del DIF, pero ninguno de ellos se acercó a la dependencia.
Los datos de las procuradurías de justicia de esos mismos estados revelan que solo en lo que va de este año, se han encontrado también los cuerpos de 72 presuntos migrantes, a las orillas de las vías. Se presume que fueron víctimas de algún “accidente” y que cayeron del tren. Al no existir reclamo de sus cuerpos, las víctimas fatales de La Bestia fueron a dar a la fosa común.
Hondureños al alza
Hasta el año pasado, el mayor número de migrantes centroamericanos que cruzaban por México eran principalmente de Guatemala, los que ocupaban el 76.5 por ciento de la población total ilegal en tránsito. En lo que va de este año, la estadística ha cambiado: ahora son los hondureños los que ocupan el primer lugar en la población migrante del país.
La mayor cantidad de migrantes que se registran en los albergues de las organizaciones no gubernamentales en nuestro país, es de hondureños, dijo el padre Gustavo Rodríguez. “Algo está pasando en ese país que se ha incrementado notablemente el número de personas que salen con la intención de llegar a Estados Unidos”.

Una de las causas que desde México, se atribuye al incremento de migrantes hondureños, de acuerdo a las versiones por separado del padre Gustavo Rodríguez y del activista pro migrantes Salvador Ramírez, es el estado de violencia que se vive en ese país, en donde el gobierno nacional intenta terminar con las células de la banda delincuencial autodenominada La Mara Salvatrucha.
Lo que ha ocasionado el éxodo es el reclutamiento de hombres entre los 30 y los 45 años de edad para que se sumen a la tarea nacional de combate a la delincuencia. Y es que las bandas de la Mara Salvatrucha se han dedicado a engrosar sus filas con niños entre los 12 y los 16 años de edad, lo que ha incrementado el índice de violencia en aquella nación.
Migra Mexicana muy eficiente
De acuerdo con los datos oficiales del Instituto Nacional de Migración (INM), en los últimos diez años se ha logrado deportar a casi un millón de centroamericanos que ingresaron de manera ilegal a territorio mexicano. En promedio, cada año, casi 400 mil migrantes son detenidos y repatriados a su nación en Centroamérica.
Las cifras del INM revelan que la también llamada “Migra Mexicana” es más eficiente que la Border Patrol de Estados Unidos, la que reporta que en los últimos años el número de repatriados fue de menos de 862 mil mexicanos.
Las cifras manejadas por el área de inmigración de la Secretaría de Gobernación han hecho que la organización internacional Human Rights Watch (HRW) mantenga abierta desde el 2014 una misión de investigación, para revisar la forma en que México aplica las normas locales e internacionales en cuanto al trato de emigrantes.
Vivir con miedo
Jaime es un migrante hondureño. A él no lo empujó la necesidad económica a dejar su país. Su salida de su natal San Pedro Zula fue por otras razones: es un militar que a sus 32 años ya está retirado y no quiere regresar a las filas castrenses. Desde hace meses está siendo reclamado por el ejército de su país, para sumarlo a la tarea de combate a los Maras.
Él está refugiado en un albergue temporal para migrantes en México. El plazo se le vence de manera frecuente en cada uno de los albergues en los que ha estado. No lo dejan quedarse más de dos días en un solo lugar, aunque el quisiera quedarse a vivir en México. Quiere trabajar de lo que sea para no regresar a su país.
Dice que la vida en México, con todas sus dificultades sociales, es -por mucho- mejor que la vida que se tiene en Honduras, en donde la delincuencia se ha desbordado, y “ya no hay opción para estar tranquilos, si no se le paga un permiso a los Maras”. Sueña con casarse en México y alcanzar la residencia. Ya no quiere regresar al ejército, ni jugarse todos los días la vida en combate a la delincuencia.
Lleva casi 5 meses intentando internarse en forma definitiva a México, pero siempre lo encuentra la “Migra Mexicana” y lo deporta. Ya lo han devuelto en tres ocasiones hasta Honduras, pero el no cesa en su intención de quedarse. Sabe que por resistencia va a lograr su objetivo. Pero mientras tiene que batallar todos los días. Como solo lo que le dan en los albergues y a veces se aventura pisando las calles de las localidades que están a su paso, pero siempre la policía municipal lo entrega al Instituto Nacional de Migración, para iniciar de nueva cuenta el eterno regreso.
Jaime tiene mucho miedo. No quiere hablar con nadie. Desconfía de todos. Solo confía en los encargados de los albergues a los que le ha tocado llegar en los últimos meses. Duda en decir las razones de su migración cada vez que toca la puerta de un albergue, pero se arriesga porque sabe en algún momento su suerte va a cambiar. Se frota los ojos. Llora en silencio porque atrás ha dejado a sus padres y hermanos, por los que todos los días hace una oración para que pronto puedan salir de su país. No quiere que sus hermanos sufran como él. Por eso quiere establecerse en México. Ahora está buscando la posibilidad de solicitar asilo político al gobierno mexicano.
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