En los últimos meses, la UNAM no ha salido de las noticias, por lo menos en la Ciudad de México, y no precisamente de la manera en que uno pensaría, sino por amenazas de explosivos, paros laborales en distintas facultades y el atentado cometido por Lex Ashton en el CCH, que cobró la vida de un menor de 16 años. Claramente hay una crisis en la UNAM derivada de varias problemáticas, tanto pequeñas como grandes.
Entre estos diversos factores, algunos que solemos pasar por alto son la participación de los profesores en las problemáticas que aquejan a cada facultad, así como la perpetuación de figuras —“vacas sagradas”— que se durmieron en sus laureles y hoy lo hacen en los salones de clase, mientras sus adjuntos, sometidos por el anhelo de alcanzar un lugarcito entre los académicos a costa de explotación, maltrato y plagio, son quienes realmente intentan cumplir con los temarios asignados a las materias.
Por otro lado, están los profesores violentos, con un problema de narcisismo que desatan al humillar y presionar a extremos inhumanos a sus estudiantes. Profesores tan egoístas que dejan tareas dignas de una tesis con periodos de entrega miserables, ignorando que la mayoría de los estudiantes cursan, por lo menos, otras cuatro materias —si no es que más—, como sucede en la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas. Ya ni hablar de empatía con los tiempos de traslado de miles de estudiantes provenientes de municipios del Estado de México, pues poco les importa a los profesores la manera en que lleguen a los planteles sus alumnos, y menos aún si hacen trayectos de más de dos horas de camino.
El pasado 5 de septiembre, en el programa Es la Hora de Opinar, transmitido por Televisa, apareció la doctora Concepción Company, una lingüista sumamente reconocida en la Facultad de Filosofía y Letras, junto con Gonzalo Celorio, para hablar de los 150 años de existencia de la Academia Mexicana de la Lengua. Ante las preguntas polémicas del conductor, se llegó al punto de hablar de la mención de palabras como “aiga” y “dijistes” en los libros de texto de primaria elaborados por la Secretaría de Educación Pública. La doctora Company señaló que incluir este tipo de palabras provocaba que “le estén quitando calidad de vida al chamaco”, a lo que el ignorante —a quien desde cierta perspectiva se le perdona, pues no es el lingüista más reconocido de su universidad— Leo Zuckerman acusó que “se oye mal”. La doctora, miembro importante de la Academia Mexicana de la Lengua, secundó el argumento y agregó: “Se oye mal porque piensas: este individuo no pasó por la escuela, ¿cómo lo voy a contratar?”. Cerró con una preciosa contradicción digna de un análisis del discurso: “que son naturales para la gramática, para quien todo es natural y neutro”. Al parecer, todo menos el clasismo.
A la doctora se le olvida que no todos tienen la oportunidad de asistir a la escuela y que, sin embargo, muchos son trabajadores excelentes, personas y ciudadanos responsables que se desempeñan de manera formidable más allá de accidentes lingüísticos como “vistes”, que en realidad es la respuesta natural de la lengua a las conjugaciones de la segunda persona del singular del pretérito perfecto simple —como “tú viste”, “tú hiciste” y “tú dijiste”—, ante otras formas de la segunda persona que sí llevan una terminación con “s”, como “tú hablas”, “tú dices” o “tú cantas”. Un fenómeno que ella, mejor que nadie, debería conocer: las hipercorrecciones o vulgarismos, que parten principalmente del miedo del hablante a que una persona clasista, como Company y Zuckerman, los juzgue, tal como ya lo hicieron en televisión nacional.
Company señala que se trata de marcadores sociales a los que se les atribuye cierto estatus y, ante ello, considera que lo hecho por los libros de la SEP —que, dijo, conoce a la perfección— es un atentado contra la dignidad de los niños. No sé usted, lectora, lector, pero a mí eso me suena a “prevenir que nuestros hijos hablen como analfabetos”. Poco le faltó al conductor y a la doctora para decirlo así.
De Zuckerman poco puedo hablar, pues no tengo el disgusto de conocerlo, pero de la doctora Company estos comportamientos discriminatorios y clasistas ya no sorprenden, sobre todo después de conocer, de viva voz, la violencia con la que se maneja en las aulas y el egoísmo con el que trata a sus estudiantes, con exámenes imposibles de horas de duración que sobrepasan el horario de sus materias, y con cero compromiso con la salud y seguridad de los alumnos. Esto aplica tanto a la pandemia de Covid-19 de 2020 como a dejar salir tarde a estudiantes que, insisto, a veces hacen más de dos horas de camino al Estado de México.
Pero no es suficiente, pues esas ansias de humillar las externaliza con cada estudiante cuya duda no está a la “altura” de su clase. Company es una más de esas “vacas sagradas” que violentan a los alumnos y los orillan a odiar una disciplina, una carrera o la simple llegada de la hora de su clase. Para ella no se trata de educar al estudiante, sino de sobrecargarlo, orillarlo a desvelos inescrupulosos y a una tensión terrible.
Es natural en figuras como Company querer imponer, incluso en la lingüística, una manera “correcta” y elitista de hablar, olvidando el principio básico de la comunicación: transmitir adecuadamente un mensaje.
Así como ella, en la UNAM hay una plaga de profesores que no deberían serlo, tanto por sus pensamientos elitistas como por su violencia en las aulas. Aunque en el pasado la humillación era una práctica común incluso en la primaria, hoy en día es, como mínimo, detestable. Ni hablar de las opiniones y actitudes de personas como Company, que si esto fue capaz de decirlo en televisión nacional, ¿qué cosas imagina usted que dice en las aulas o en privado? Si así ve a los mexicanos que dicen —o a veces decimos sin querer— un “aiga”, ¿qué pensará del jardinero que contrata, de su mecánico o del panadero donde compra?
Entonces, para alguien que conoce su trabajo, es normal entender por qué la tasa de deserción en sus materias es sumamente elevada y, aun así, a los directivos poco les importa. Es la importantísima doctora Company, ¿cómo podrían despedirla?
Ahora, sobre los libros que dijo conocer a la perfección… usted sabe que aquí jamás defenderíamos a Marx Arriaga ni el desastroso trabajo que hizo con la educación pública; sin embargo, es necesario que la verdad sea dicha: en los libros se mencionan “aiga” y “vistes” únicamente con el objetivo de señalar que existen otras formas de decir las cosas y que, aunque académicamente esto es delicado, en la vida cotidiana es una muestra de la anarquía de la lengua, que es un ente vivo como sus hablantes. Un intento —quizá de los pocos que hay en estos libros— de educar en el respeto y la sana convivencia a los jóvenes estudiantes de primaria.
La lengua y su comportamiento son fascinantes cuando se les deja ser, tal como animales libres que se desarrollan y evolucionan. Lector, si esto no pasara, si hubiéramos corregido con el elitismo académico versión Company, hoy no tendríamos ni siquiera este lenguaje por el que me lee, considerando que palabras como “padre”, “leche” y “noche” provienen de una “mala” pronunciación de las palabras latinas pater, lacte y nox.
El clasismo de la academia es una bofetada a quienes permiten que ellos se la pasen encerrados en un cubículo leyendo y escribiendo, sin ensuciarse las manos para cortar una manzana o desvelarse para entregar un producto, como lo hacen los campesinos, en quienes muchas veces reinan palabras hermosas del español antiguo como “ancina”. Vamos, que en la UNAM ni siquiera se esfuerzan por enseñar a sus alumnos a crear sus propios corpus y recopilaciones de datos, pues es más cómodo utilizar —y robarse— los de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) o los de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Por otro lado, a los estudiantes solo les queda la resignación de soportar malos tratos, explotación cuando sean becarios y el plagio, un delito extremadamente común por parte de reconocidos académicos y hasta ministros, como el caso de la ministra Esquivel, también graduada de la UNAM.
El panorama para la juventud en México es desolador. Estudiar ya no es lo que para nuestros padres fue: una escalera hacia una mejor vida, una casa y la independencia. Ahora, lo mucho a lo que pueden aspirar los jóvenes es a trabajos mal pagados y lejanos a sus hogares, si no optan por el camino académico. Pero si lo hacen, la cuestión no cambia mucho: como profesores, la UNAM paga una miseria si no eres de plaza, y como académico, las “vacas sagradas” y elitistas no van a permitir que llegues lejos, o por lo menos no sin explotarte, plagiarte y violentarte. Lamentablemente, en toda la extensión de la palabra, pues esa es otra: el respaldo al alumno y al buen profesor frente a cualquier violencia de los trabajadores de élite es inexistente.
También es verdad que en la UNAM existen profesores comprometidos, muchas veces víctimas de los primeros, quienes terminan despedidos por injusticias varias, incluso por el simple hecho de velar por sus estudiantes y por su futuro, o de mejorar sus condiciones dentro de la misma academia.
Sé —y viví— el despido de una profesora sumamente preparada, que inauguró incluso un coloquio de tesistas con la intención de preparar a los estudiantes para el siguiente paso: transmitir con pasión, amor y comprensión el conocimiento. Una profesora que asistió a cada alumno que requirió su apoyo y que, sin embargo, gracias a la corrupción de “vacas sagradas” y directivos, fue despedida bajo los pretextos más estúpidos.
Entonces, con solo un pequeño ejemplo, entiendo por qué hoy, en el país, los niños y niñas no aspiran a estudiar ni sueñan con llegar a la universidad. Y, por otro lado, también se explica la deserción escolar. Insisto: si así se comportan “doctores” de la mal llamada “máxima casa de estudios” de México, ¿cómo será en otras instituciones de menor prestigio social?
