Chignautla, una leyenda… y la depredación del agua por parte de la Hidroeléctrica Gaya S. A.

Por. J. Jesús Lemus

En la localidad de Chignautla, que en lengua náhuatl significa “Nueve Aguas”, ubicada en la zona norte del estado de Puebla, se cuenta una bella leyenda que plasma con claridad la visión cosmogónica que tienen los pueblos naturales de esta región sobre el agua, la que está ligada al sufrimiento, la tenacidad y a la esencia del alma.

Cuentan los más viejos de Chignautla que durante los enfrentamientos de los imperios Azteca y Totonaca, el grito invasor de los Totonacas rompió el corazón de tres bellas princesas que vieron partir hacia la guerra a sus prometidos; Ixcaxochitl, era la tímida y dulce prometida de Exaltocan; Quilaxtli, altiva y amorosa era la novia de Maxtla, y Yaoxihuatl, la indomable y brava guerrera estaba comprometida con Talyatzin.

Las tres princesas hijas de señor Tepatin, subieron hasta la montaña, no solo para despedirse y ver partir hacia el combate a sus amados, sino para juramentar en ese sitio sagrado una promesa de amor con la que ataron sus corazones y se prometieron fidelidad para siempre; las tres doncellas, de frente a sus amantes, colocaron su mano derecha en el corazón de su hombre, y dijeron: “aquí te esperaré, seré tu esposa cuando termine la guerra”. Luego Exaltocan, Maxtla y Talyatzin partieron a su destino.

Cuentan que los días pasaron lentos. En la montaña, Ixcaxochitl, Quilaxtli y Yaoxihuatl, no hicieron más que aguadar. Trazaban con los pies surcos en la tierra, para tener algo que hacer y no desesperar en la espera. A veces alzaban sus brazos para evocar a Huitzilopochtli, el Dios del Sol y la Guerra, al que le clamaron que fuera clemente con sus amados en batalla.

Un día vieron subir hasta la montaña a su padre Tepatin, que sudoroso y cansado, con la autoridad de Huey Tlatoani (Gran Señor), les ordenó regresar a su casa:

-¡Insensatas! ¡Bajen de la montaña! -les gritó-. Por su ausencia se apagó el fuego. Todo está mudo. Nadie se ocupa de hilar. Los Telares están muertos. Exaltocan, Maxtla y Talyatzin, encontraron la gloria en la muerte.

Las tres princesas quedaron inmóviles con la noticia. El padre siguió hablando:

-No sufran. Otros guerreros las desposarán; cubrirán sus manos con brazaletes y sus cuellos los adornarán con piedra verdes y azules de jade y de turquesa.

La tímida Ixcaxochitl encontró el valor en el recuerdo de Exaltocan, y respondió a su padre:

-Yo bajaré, Señor, y encenderé el fuego de tu casa, pero será hasta que regrese desposada con mi amado. Yo juré esperarlo y aquí lo esperaré.

-Yo –secundó la altiva Quilaxtli- volveré a tu casa y cantaré, para matar el silencio que te preocupa, pero será hasta que regrese como esposa de Maxtla, al que juré aguadar su retorno y aquí lo esperaré.

-Y yo –terció la brava Yaoxihuatl- hilaré y tejeré en el telar hasta que regrese Talyatzin, a quien nadie ni nada me arrancará del corazón, ni los collares y brazaletes que ofrecen tus guerreros.

Así, ni ruegos ni amenazas de Tepatin pudieron doblegar la voluntad de sus hijas, que fieles a su juramento decidieron permanecer en la montaña, en una inútil espera, hasta que Mictlantecuhtli, el Señor de Lugar de los Muertos, llegó por ellas y las hizo dormir en un profundo sueño, convirtiéndolas en piedra de donde aun así comenzaron a brotar las lágrimas en un copiosos llantos de amor, las que corrieron a través de los nueve surcos que trazaron con los pies, convirtiendo los nueve manantiales que hoy dan vida a toda la zona norte del estado de Puebla.

La fantasiosa leyenda que aquí, en Chignautla, se trasmite de generación en generación, tiene mucho de cierto, y no es tanto por el origen místico de los nueve manantiales que aportan el agua para el sostenimiento económico y social de la región, sino por su analogía con las lágrimas y su relación con el dolor humano, a partir de un convencimiento y compromiso personal, como el que han asumido lo defensores del agua en esta zona.

La Muerte de Adrián Tilihuitl

Porque aquí la defensa del agua ha costado lágrimas. Las más recientes fueron derramadas tras la muerte del activista Adrián Tilihuitl, quien fue encontrado ejecutado la mañana del 31 de mayo del 2018, luego de haber estado desaparecido por más de 24 horas; su cuerpo se halló en el fondo de un barranco con un impacto de bala en la cabeza, en las inmediaciones del municipio de Zacapoaxtla, de donde la víctima era originaria.

Adrián Tilihuitl era parte del movimiento indígena de la comunidad de San Juan Tahití que se opone a que la empresa Hidroeléctrica Gaya S.A. de C.V. se apropie del 713 mil 940 metros cúbicos de agua al año[1] mediante la operación de una central hidroeléctrica en las orillas del río Apulco, en el extremo norte del municipio de Zacapoaxtla, Puebla, proyecto con el que la población de la zona se verá limitada en el uso del agua del rio para sus actividades económicas y domésticas.

La operación de la planta hidroeléctrica a la que se opuso Adrián Tilihuitl, cuenta con una concesión de uso del agua por 50 años, y aun cuando la propia empresa reconoce que “el agua del río Apulco, es clasificada para uso doméstico”, en su Manifestación de Impacto Ambiental, ni siquiera maquilla su intención de darle un uso industrial a esa agua, de la que dice “se utilizará para mover el rotor de las turbinas que al estar conectado con un generador producirá energía eléctrica”.

La oposición del activista asesinado al proyecto de la Hidroeléctrica Gaya, no solo se fincó en el arrebato del agua, sino que también se opuso al despojo de la tierra, pues la empresa pretende una extensión de más de 31 mil metros cuadrados para la construcción de las instalaciones operativas de la planta de generación de energía eléctrica, la que será vendida en su totalidad a la Comisión Federal de Electricidad (CFE).

“La empresa Gaya no ha actuado de forma ética en su proyecto hidroeléctrico del río Apulco”, dijo el propio Adrián Tilihuitl en una de las últimas reuniones que mantuvo con los integrantes del movimiento indígena de San Juan Tahití, en donde él mismo denunció algunos casos sobre la forma en que –mediante amenazas de muerte- se estaba arrebatando la tierra a los comuneros; en repetidas ocasiones Tilihuitl refirió que él mismo estaba   recibiendo amenazas por su labor de defensa del agua y de la tierra.

En esta región, cabe señalar, no es desconocida la simbiosis que se ha dado entre células del crimen organizado y algunas empresas trasnacionales con megaproyectos extractivos e hidroeléctricos en marcha, en donde los grupos criminales actúan disuadiendo las protestas de las organizaciones de los pueblos que se oponen a esas obras; el principal actor criminal es el conocido como Cartel del Totonacapan, que cada vez más se aleja del trasiego de drogas para financiarse a través de sus “servicios” de protección a las inversiones de los grandes capitales.


[1] Semarnat, Manifestación de Impacto Ambiental Proyecto Hidroeléctrica Gaya, México, febrero de 2016.