Una región olvidada se convierte en el nuevo campo de batalla de los cárteles mexicanos, mientras la cooperación binacional lucha por encontrar su rumbo
Por. Luz del Alba Belasko
Corresponsalía Fronteriza / La Mesilla, Guatemala
LA MESILLA, Guatemala — El olor a pólvora y humo aún impregnaba el aire en esta comunidad fronteriza la mañana del 9 de diciembre. Escombros de vehículos calcinados y las fachadas de casas acribilladas eran el testimonio mudo de lo ocurrido horas antes: no uno, sino doce enfrentamientos armados simultáneos habían estallado a lo largo de la porosa frontera, marcando la escalada más violenta en años en el convulso límite entre México y Guatemala.
El episodio, ocurrido el 8 de diciembre, fue la culminación de seis meses de una tensión que se cocina a fuego lento. En él, presuntos miembros del Cártel de Sinaloa lanzaron una ofensiva coordinada contra estructuras del llamado Cártel Chiapas-Guatemala (CCyG) en al menos seis municipios de los departamentos guatemaltecos de Huehuetenango y San Marcos. El saldo: seis muertos, un soldado guatemalteco herido, decenas de casas y negocios incendiados, y el despliegue de mantas con mensajes intimidatorios que paralizaron de terror a las comunidades.
Este nuevo capítulo de violencia no es un hecho aislado. Es el síntoma más reciente de una fractura geopolítica criminal que se profundiza desde finales de 2022 y que ha transformado esta región montañosa, de pasos ciegos y dispersas comunidades, en un campo de batalla por el control de rutas de narcóticos, migrantes y armas.


La Grieta: Sinaloa, CJNG y la Escisión de Chiapas
Hasta 2022, el negocio criminal en el estado mexicano de Chiapas estaba bajo el férreo control del Cártel de Sinaloa. Sin embargo, documentos de la Secretaría de la Defensa Nacional de México, filtrados por el grupo de hackers Guacamaya, revelan que a finales de ese año la organización sufrió una grave escisión tras una disputa interna. Este quiebre abrió la puerta para que su acérrimo rival, el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), comenzara a infiltrarse por el flanco del Pacífico.
De las cenizas de esa división interna surgió con fuerza el Cártel Chiapas-Guatemala, un grupo que, como su nombre indica, opera con una fluidez binacional amenazadora. Su liderazgo recaía, hasta hace poco, en Waldemar “El Tío Balde” Calderón Carrillo, un hombre clave en el entramado fronterizo.
El Incidente que lo Cambió Todo: La Incursión de los “Pakales”
El punto de inflexión ocurrió hace exactamente seis meses, el 8 de junio de 2025. En una operación de persecución contra miembros del CCyG —entre ellos un objetivo identificado como “El Teniente”—, elementos de la Fuerza de Reacción Inmediata Pakal (FRIP) de Chiapas cruzaron sin autorización la frontera por La Mesilla, adentrándose en territorio guatemalteco.
El resultado fue un tiroteo en suelo extranjero que dejó muerto a “El Tío Balde” y provocó una inmediata crisis diplomática. Guatemala desplegó 220 efectivos a la zona y anunció la creación de un Comando Especial Contra Amenazas Transnacionales, oficializado el 1 de julio, aunque su operatividad plena aún espera un reglamento interno.
La presidenta mexicana, Claudia Sheinbaum, confirmó el incidente y las sanciones a los elementos de la FRIP involucrados. “Se pusieron todas las consideraciones para que esto no vuelva a ocurrir”, declaró entonces, destacando la disculpa oficial y la promesa de reforzar la cooperación en seguridad fronteriza. Anunció un mecanismo binacional para investigaciones y detenciones coordinadas, “cada uno de su lado de la frontera, respetando totalmente la soberanía”.
Seis Meses Después: Promesas versus Balas
Sin embargo, la violencia del 8 de diciembre parece evidenciar los límites de esos acuerdos. La ofensiva del Sinaloa fue una declaración de guerra explícita por el territorio que controlaba “El Tío Balde”. La embestida fue tan audaz que dejó heridos a dos mexicanos, atendidos en un hospital privado de Huehuetenango. Ramón López Godínez, de 38 años, y Keiner José Mazariegos Ramírez, de 31, originarios de Cerro Quemado, Chiapas, fueron las caras visibles de una incursión que trascendió el mero enfrentamiento entre bandas.


“Las autoridades atribuyen los hechos a una incursión del cartel de Sinaloa contra el grupo denominado cartel Chiapas-Guatemala”, relata el periodista guatemalteco Rubén Lacán, de Prensa Libre, quien cubrió los ataques. Para expertos en seguridad consultados para este reportaje, el evento subraya una cruda realidad.
“Se necesita un cuerpo élite, de rápida reacción y permanente despliegue”, señaló un analista militar guatemalteco bajo condición de anonimato. “No es que Defensa necesite contar su estrategia, por ser asunto de seguridad nacional, pero es evidente que la frontera con México sigue siendo una zona opaca, impune y vulnerable”.
El Desafío Binacional: Más Allá de los Operativos
El asedio criminal en esta franja de más de 950 kilómetros no es nuevo. La ausencia histórica del Estado, la pobreza crónica y la desesperación han sido el caldo de cultivo perfecto para la impunidad. Pero la dinámica ha cambiado. La pugna ya no es solo local; es la extensión de la guerra entre los megacárteles mexicanos, que encuentran en el lado guatemalteco contrapartes, adversarios y, según reportes de inteligencia, posibles nexos con autoridades locales.
“El peligro de que la ciudadanía quede en el fuego cruzado se incrementa exponencialmente”, advierte Ana Gómez, investigadora del Colectivo de Análisis de la Seguridad con Democracia (CASEDE). “El desafío ya no es solo contener balaceras o reforzar un retén: es reconstruir el control territorial y político de una región que ha sido dejada a la deriva por demasiado tiempo”.
Militarizar la zona, coinciden expertos de ambos lados, es una respuesta necesaria pero insuficiente. Los grupos criminales, ante la presión, simplemente se desplazan a otros de los cientos de pasos remotos y no oficiales.
La Colaboración Fundamental: Integrar, no Solo Combatir
La solución, argumentan, debe ser más profunda y requiere de una colaboración binacional genuina y de largo alcance. No solo enfocada en la persecución penal, sino en la integración social y económica de la región.
“Si algo se necesita en esta región es desarrollo de ambos países: escuelas operando, servicios de salud eficientes, infraestructura productiva, conectividad y, sobre todo, inclusión”, subraya Gómez. “La colaboración binacional es fundamental, pero no solo para combatir a los grupos criminales, sino para integrar esta zona y sus habitantes a la productividad y a la esperanza”.
Mientras los gobiernos de México y Guatemala afinan los protocolos de su Comando Especial y los detalles del mecanismo de coordinación anunciado por Sheinbaum, los habitantes de La Mesilla, La Democracia y otras comunidades fronterizas duermen con un oído alerta. Saben que la tregua entre balaceras es frágil, y que la verdadera paz llegará solo cuando la frontera deje de ser tierra de nadie y se convierta, por fin, en un espacio de oportunidades compartidas.
Con reportes de investigación desde Ciudad de México y Guatemala.
