
Por. J. Jesús Lemus
El ex gobernador de Nayarit, Roberto Sandoval Castañeda fue ratificado en prisión por el uso de 156 millones de pesos cuyo origen no es lícito. Son recursos que obtuvo del crimen organizado cuando fue parte del Cártel de Los Dámaso o el Cártel del H2 como se le conoce en Estados Unidos a la organización que lideró Francisco Patrón Sánchez, “El H2”, mismo que fue protegido por el General Salvador Cienfuegos Zepeda, “El Padrino”.
El rango criminal del ex gobernador de Nayarit Roberto Sandoval fue por debajo de Edgar Veytia, el que fuera su fiscal. “El Diablo”, como era conocido Edgar Veytia fue el que siempre posibilitó los negocios criminales del gobernador, el que en términos prácticos fue un subordinado de Edgar Veytia.
Así era el Diablo Veytia
Cuando se dio el encuentro entre el Mencho y García Luna, el exfiscal Veytia ya era el secretario de Seguridad Pública de Nayarit, cargo que obtuvo gracias a la protección de Francisco Patrón Sánchez, el H2, el hombre de mayor confianza de Héctor Beltrán Leyva, quien sólo disputaba su autoridad dentro del Cártel de los Beltrán Leyva con el Grande.
El Grande, a su vez, era el emisario del Barbas, con quien de igual modo Veytia estableció buenas relaciones y lo asumió como un hombre de confianza.
Fue luego de la muerte del Barbas cuando el H2 se sumó a las filas del grupo delictivo de Los Dámaso y se radicó en Tepic, bajo el cobijo del ex fiscal de Nayarit.
Esto propició un mayor acercamiento con el titular de la SSP, García Luna, quien —según lo manifestó Édgar Veytia en su momento— siempre lo tuvo en buen ánimo y como “una de sus gentes de mayor confianza”.
Veytia fue el segundo al mando del grupo de Patrón Sánchez hasta que el H2 fue asesinado en Tepic durante un operativo de la Marina el 10 de febrero de 2016.
A partir de allí, Veytia asumió el control del grupo del H2 y se convirtió en el segundo al mando de Los Dámaso; junto a estos, ya disputaba desde 2010 el control por la fracción del Cártel de Sinaloa, controlado para ese entonces por Aureliano Guzmán, el Guano, así como sus sobrinos Iván Archivaldo y Jesús Alfredo Guzmán Salazar, conocidos como los Chapitos, y Ovidio Guzmán López, el Ratón.
Édgar Veytia fue el narcotraficante con mayor cercanía a García Luna luego del vínculo que el secretario de Seguridad Pública mantuvo con Sergio Enrique Villarreal Barragán, el Grande y así lo reconoció este.
La cercanía de Veytia con Sandoval
La cercanía de Veytia con García Luna lo hizo escalar de simple director de Tránsito en Tepic en 2008 —llevado a ese cargo por el entonces alcalde de esa localidad y luego gobernador Roberto Sandoval Castañeda— hasta convertirse en el fiscal general de Nayarit, con un poder inmenso, por encima del mandatario local.
El otrora fiscal nayarita presumía su proximidad con García Luna: toda su escolta, conformada por 12 elementos de la Marina y la PFP, fueron asignados directamente desde la SSP.
“Todos eran elementos que eligió el propio Genaro García”, contaba Veytia. Él mismo me lo confesó en una serie de entrevistas que le realicé a principios de 2016 para una investigación sobre el despojo de tierras en los pueblos indígenas de esa entidad. Él me mandó llamar para otorgarme su permiso de libre tránsito por Nayarit.
Cuando lo conocí, se ufanaba de ser un protegido de García Luna, cuya gestión en la SSP ya había finalizado. Al Diablo, nombre clave de Édgar Veytia dentro del hampa, lo visité en su oficina cuando despachaba como fiscal estatal.
Su caso ya era un ejemplo de colusión entre el narco y las estructuras de mando del gobierno, muy frecuentes en la política mexicana, y que por lo mismo pasaba inadvertido. Su poder sobre el gobernador Sandoval era absoluto.
El gobernador se doblaba ante Veytia
Ese era Veytia. Un hombre que hablaba sin rodeos. No andaba con medias tintas. Era directo. No en balde estaba arriba del gobernador. Era el verdadero poder tras el poder. Y no es algo dicho por mí, sino por todos sus conocidos. Nadie de los que lo trataron durante su función pública duda que el gobernador se doblegaba a sus órdenes. Y que el respeto que alguna vez le tuvo se tornó en miedo.
Hay una anécdota más reveladora. Corría el mes de agosto de 2014 cuando Veytia —ya en el pedestal como fiscal de Nayarit desde febrero 2013, cargo al que fue encumbrado con el poder que todavía tenía García Luna pese a no pertenecer al gabinete de Peña Nieto— fue llamado por Sandoval Castañeda hasta su despacho.
El fiscal acudió de mala gana a la cita. Él mismo le había dicho al gobernador que no tenía tiempo para atenderlo. En esos términos se lo dijo en las tres llamadas que recibió en su teléfono celular mientras despachaba asuntos en su oficina.
La insistencia del gobernador terminó por exasperar al entonces fiscal, que decidió suspender su agenda para acudir a la oficina de aquel. Enfadado, arrojó el teléfono sobre el escritorio. Mentó madres. Avisó a su escolta —compuesta por 12 hombres— que saldría a la oficina del gobernador.
En menos de 15 minutos ya caminaba por los pasillos del palacio de gobierno. No se anunció ni hizo antesala. Fue directo hasta el despacho principal, según cuenta una fuente del área de prensa del gobierno de Nayarit.
El gobernador, quien atendía a algunos de sus funcionarios, sus pendió de súbito la reunión. Se dirigió al fiscal con un saludo que no obtuvo respuesta. Se quedaron solos. Hablaron durante unos minutos. Sólo ellos saben los temas que tocaron. Pero lo que sí quedó en evidencia fue la detonación de un arma de fuego que se escuchó desde el interior del despacho, seguida de una retahíla de insultos que salían de la boca de Veytia.
Cuando, alertados por el disparo, los escoltas de ambos entraron al despacho, sólo pudieron ver a Veytia de pie, muy molesto, blandiendo la pistola 9 milímetros con la mano derecha. El gobernador seguía sentado. Estaba “amarillo de miedo”. Su rostro desencajado contrastaba con el rojo que encendía la cara redonda del fiscal, quien, aseguraron los testigos, “temblaba de coraje”.
Veytia, pese a estar rodeado del equipo de seguridad del gobernador, no tuvo empacho en encañonar a su jefe. Lo miró en silencio, pasaron interminables segundos antes de que el fiscal optara por guardar el arma, no sin antes susurrar unas palabras que fueron la rúbrica con la que dio por terminada la reunión:
—Pinche joto —cuentan que dijo Veytia entre dientes mientras se acomodaba otra vez la pistola en la cintura.
Veytia dio la media vuelta y caminó seguido de sus escoltas. Nadie se le interpuso en el camino. Nadie le pidió una explicación sobre lo sucedido previo al disparo. Él nunca dio a nadie una versión de aquel arrebato extremo de ira que lo llevó a tener a su merced la vida del mandatario y hacer el disparo que, según algunos, se impactó cerca de la pierna derecha de este. Su autoridad sobre el gobernador creció de forma casi mítica.
Era Veytia un hombre colérico, acostumbrado a imponer su voluntad a otros a fuerza de violencia. El incidente frente al gobernador de Nayarit tal vez resulte espectacular, pero, comparado con otros sucesos sobre él, podría ser ínfimo, no sólo por el valor de realizarlos, sino por no medir —o no importarle— las consecuencias de sus actos.
Otro ejemplo de ello fue su reto a Guzmán Loera, el jefe del Cártel de Sinaloa, con quien estuvo estrechamente ligado y, posteriormente, con el apoyo de García Luna, pretendió arrebatarle por asalto el control del imperio de las drogas que formó durante tres décadas.
…Pero esa es otra historia, contenida tambien en mi libro “El Licenciado” publicado bajo el selo Debolsillo de la editorial Penguin Random House
