“Lavar la ropa sucia en privado”: el encubrimiento institucionalizado en Morena.
Por. Néstor Troncoso
En la política, como en la vida, hay frases que suenan a consejo de buen vecino pero esconden una intención más oscura. “Nada de lavar la ropa sucia en público”, dijo este domingo Luisa Alcalde Luján, presidenta nacional de Morena, en un encuentro con cuadros del partido. A primera vista, parece un llamado razonable a la unidad. En la realidad, es una orden velada: no denuncien, no cuestionen, no expongan. Porque, en Morena, la transparencia no es un valor; es una traición.
La advertencia de Alcalde —envuelta en el lenguaje de la lealtad y la disciplina— no es más que un recordatorio de que, dentro del partido gobernante, la crítica interna ya no es disidencia, sino delito político. Que las diferencias se resuelvan “por los cauces institucionales”, dice. Pero ¿qué son esos cauces cuando la Comisión Nacional de Honestidad y Justicia está integrada por leales al proyecto hegemónico? ¿Qué justicia puede esperarse cuando los jueces son parte del mismo sistema que se supone deben fiscalizar?
Detrás del discurso de unidad late una práctica cada vez más evidente: el encubrimiento colectivo. Mientras en las calles los ciudadanos exigen rendición de cuentas, en los salones de Morena se pacta el silencio. Actos ilícitos, conductas inmorales, abusos de poder… todo eso, según Alcalde, debe guardarse bajo llave, porque “hacerle el caldo gordo a la derecha sería una irresponsabilidad”. Pero ¿es irresponsable exigir transparencia o es irresponsable tolerar la corrupción?
El problema no es que existan diferencias en Morena —sería más preocupante que no las hubiera—, sino que bel partido ha convertido la lealtad ciega en su único principio ético. La honestidad ya no se mide por los actos, sino por la capacidad de callar. La justicia ya no se ejerce, sino que se negocia entre camarillas. Y la unidad, lejos de ser un ideal democrático, se ha vuelto una camisa de fuerza ideológica.
Peor aún: esta lógica no solo protege a los corruptos, sino que desmoviliza a la militancia crítica, a quienes creyeron en el proyecto original de transformación. Hoy, se les pide que elijan entre ser parte del silencio cómplice o ser expulsados como traidores. No es casual que, bajo esta dinámica, los casos de corrupción en gobiernos morenistas proliferen sin consecuencias reales.
Alcalde tiene razón en un punto: la oposición aprovecha las divisiones. Pero la verdadera debilidad de Morena no son sus grietas internas, sino su negativa a sanarlas con verdad y justicia. Un movimiento que se niega a mirarse en el espejo no construye futuro; construye ruinas.
Llamar a la unidad es legítimo. Pero cuando esa unidad se basa en el ocultamiento, en la impunidad y en la represión de la disidencia, deja de ser política y se convierte en “complicidad organizada”. Y eso, señora Alcalde, no es lealtad: es complicidad. Y la historia, tarde o temprano, juzga a los cómplices.