Por. J. Jesús Lemus
Cuando el doctor José Manuel Mireles Valverde convocó a sus amigos a integrar una guardia colectiva para hacer frente a los secuestradores y violadores que azotaban la región de Tepalcatepec, nunca se imaginó los alcances de su movimiento. Tampoco imaginó -ni remotamente- que su movimiento sería muy incómodo para el gobierno federal, mucho menos pensó que tendría que ir a compartir celda en una cárcel federal de máxima seguridad, las que construyeron para albergar a los más peligrosos, asesinos, secuestradores, violadores y narcotraficantes.
Mireles Valverde no imaginó que su concepción de justicia polarizaría tanto a la sociedad mexicana. Nunca creyó que fuera a despertar la ira del monstro dormido que es a veces el estado mexicano. No calculó que el desafío al gobierno federal lo llevaría a ser el preso federal número 5457 del Cefereso número 11 de Hermosillo, en Sonora, en donde hasta el día de hoy se le sigue un proceso penal. El líder de las autodefensas fue acusado del delito grave de portación de arma de uso exclusivo del ejército y fuerzas federales, además de posesión simple de mariguana y cocaína.
Fue en los primeros meses del año 2011 cuando al doctor Mireles se le comenzó a meter a la cabeza la idea de organizar una guardia civil. Veía cómo los integrantes del cartel de los Caballeros Templarios eran los dueños de las vidas de los vecinos de toda la región de Tepalcatepec. No había nada que le causar más dolor que ver en su consultorio a niñas de años en estado de embarazo. Los vientres abultados, los ojos llorosos y el desconcierto en elrostro de las niñas, era lo que hacía que el doctor mentara madres, puteara hasta el cansancio y terminara por sumirse en la tristeza, en la soledad de aquel consultorio del centro de salud.
Las células del crimen organizado en Tepalcatepec, al igual que en todos los poblados de la zona de la Costa, Sierra Nahua y de la Tierra Caliente de Michoacán, tenían el control de pueblos completos. Las autoridades municipales y estatales estaban subordinadas a lo que dictara el jefe de plaza del cartel en turno en cada localidad. Si a un jefe de plaza le gustaba el auto, la casa, la mujer, la hija, el ganado, la huerta o cualquier propiedad de quien fuera, solo bastaba con mandar un comando para avisar que a partir de ese momento “aquello” era ya de su propiedad. El que se negaba tenía dos opciones: salir del municipio o morir.
Los más pobres, los que no podían ni siquiera emigrar fueron los que pagaron con sus mujeres la cuota de perversidad y poder del crimen organizado. Entre el 2008 y el 2012 Michoacán alcanzó el pico máximo en todo el país de niñas embarazadas. El recuento del propio Doctor Mireles apunta que sólo en el mes de diciembre del 2012, en su consultorio del centro de salud de Tepalcatepec, atendió a 14 niñas que ya tenían entre 6 y 7 meses de embarazo. Ellas no sabían el estado en que se encontraban. Fueron víctimas de violación de los integrantes de las células del crimen organizado en la región.
Dos padres de familia de Tepalcatepec se atrevieron a denunciar el hecho a la Procuraduría de Justicia en Michoacán. Presentaron formal querella en contra de los violadores de sus hijas. Los hechores estaban identificados con nombres y apodos. La procuraduría de Michoacán no hizo nada. Una patrulla de la policía ministerial detuvo a los dos padres de familia, a dos días de interponer la denuncia. Los dos padres fueron entregados a los delincuentes acusados de violación. No se supo nunca más del paradero de los dos hombres.
Por eso la gente no se atrevía a hablar.
El motel Paraíso, a las afueras de Tepalcatepec fue el mudo testigo de las fiestas que hacían los delincuentes. Las borracheras de los jefes de plaza de esa región duraban hasta cuatro días. Las camionetas con sicarios a bordo recorrían las calles de los poblados en busca de niñas entre los 11 y los 16 años para llevarlas a la fiesta. Las esperaban a las afueras de la secundaria del municipio. Las secuestraban y violaban ante la ominosa discreción de las autoridades locales. Después las niñas eran dejadas en la calle, drogadas y violadas, a veces con 2 mil pesos en la mano.
Las hijas menores de los empresarios ganaderos y agricultores de la zona de Tepalcatepec eran las más cotizadas en los bacanales. Por eso las células del crimen organizado pedían a las niñas como cuota de cobro de piso. No les bastaba con el cobro de 600 pesos que hacían por cada cabeza de ganado, o los 2 pesos por cada kilo de tortilla, o los 5 pesos por cada kilo de carne, o los 10 pesos por cada caja de limón, o los 7 pesos por cada caja de mango. En todo el sur de Michoacán comenzó a prevalecer la ley del crimen organizado.
Para resguardar la integridad de sus familias, cientos de empresarios comenzaron a dejar la rica zona agrícola de la Costa, Sierra Nahua y Tierra Caliente. Abandonaron huertas y granjas ganaderas. Se radicaron en la ciudad de Morelia o en otras ciudades del centro de país. El éxodo de michoacanos del sur del estado alcanzó a registrar la movilización de casi 11 mil personas en menos de 48 meses, entre los años de 2008 a 2012, cuando alcanzó su pico máximo la crisis de seguridad en la entidad.
El día que Mireles platicó su idea de formar un grupo de civiles armados a sus amigos, nadie pensó que estuviera loco. Él cuenta que todos se quedaron en silencio. Solo se miraron unos a otros. Era la única alternativa que tenían en ese momento para defender sus vidas, sus familias y sus propiedades. Ellos no eran los únicos afectados. Era toda la sociedad de Tepalcatepec, Apatzingán, Arteaga, Coalcomán, Chinicuila y Aguililla. En menor medida también estaban siendo sometidos, por el crimen organizado, otros pueblos del Centro, Bajío, Oriente y Meseta Purépecha de Michoacán.
-¡Chingao! Digan algo -les gritó el doctor Mireles a los amigos a los que les platicó su idea de organizar un grupo de autodefensa-. No se queden callados. –Los sacó de su cavilación-. ¡Vamos a hacer algo! –Insistió.
En esa misma mesa, les contó a sus amigos que en menos de tres años de servicio en el centro de salud de ese pueblo, él había atendido cerca de 200 embarazos, y que todos eran de niñas de no más de 14 años de edad. Reflexionó sobre la necesidad de que los hombres de ese poblado se armaran para dar la cara a los integrantes del crimen organizado. Insistía que más valía morir como hombres que vivir como cobardes.
-¿A poco no habemos hombres en este pueblo? –Lanzó la pregunta al aire ante el silencio de los que lo escuchaban asintiendo en ocasiones con la cabeza-. Entonces vamos pues a defender a nuestras mujeres y nuestras niñas –les insistió.
Pero no sólo eran las violaciones a las niñas lo que le prendía la sangra a Mireles. El secuestro y las desapariciones de mujeres también le ardían en el alma. Durante el reinado de las células del crimen organizado en los pueblos del sur de Michoacán se estima que desaparecieron al menos unas 800 personas. De todos los desaparecidos que se le atribuyen al crimen organizado, se estima que al menos 200 son mujeres. Son las hijas, esposas o hermanas de quienes no quisieron pagar las cuotas impuestas por el cartel.
El mismo Mireles vivió en carne propia el secuestro. Fue levantado por un comando del crimen organizado que fue por él hasta las afueras de la clínica en donde trabajaba. El hecho se registró a mediados del 2011. Es un pasaje que poco se sabe en la historia del líder de los civiles armados, porque a pocos lo ha contado. Él se lo confió a los amigos que se reunieron para planear el surgimiento de las autodefensas.
Mireles les contó que un día de Junio, poco antes de salir de su trabajo se acercaron a su consultorio dos personas. Lo sacaron a la calle. Lo tomaron del brazo y lo subieron a una camioneta. Uno más lo amagaba por detrás con una pistola. El encargado del grupo de sicarios sólo le dijo que El Jefe lo quería ver. Mireles, franco como es, le dijo que metiera la mano a la bolsa de la bata, que allí llevaba el cheque que acababa de cobrar. Tenía un ingreso de 8 mil pesos quincenales. A los sicarios no les interesó el salario del médico.
-El Jefe te quiere ver –le dijo el sicario-. No nos interesa tu sueldo de miseria. Nosotros vamos por más.
-No tengo más –les argumentó Mireles amarrado de las manos, encapuchado, ya a bordo de la camioneta.
-No te apures –le siguió insistiendo el jefe de los asesinos que lo tenía capturado-, ya tenemos quien pague por ti.
Horas antes del secuestro un tío del doctor Juan Manuel Mireles dedicado a la ganadería en la zona de Tepalcatepec, ya había sido contactado por la célula criminal. Le habían dicho que tenían en su poder a su sobrino el médico y que estaban reclamando 10 millones de pesos para respetarle la vida. El tío había dicho que sólo podía juntar la sima de siete millones de pesos.
El doctor Mireles estuvo privado de la libertad varios días mientras se llevaba a cabo la negociación del rescate. En esos días se familiarizó con los cerros de Tepalcatepec, en donde con la mayor la impunidad los grupos criminales que decían dedicarse al trasiego de drogas tenían campamentos. Los carteles de la droga en realidad estaban desangrando a toda la población civil de los municipios aleñados a la zona de la Tierra Caliente y de la Costa Sierra Nahua de Michoacán.
A las pocas semanas del secuestro del doctor Mireles sobrevino otro golpe familiar. Un sobrino de su esposa fue secuestrado por el mismo grupo que antes lo había levantado. Asegura que ese episodio fue un proceso largo y doloroso para él y para toda la familia. Tras el contacto con los criminales se acordó el pago de cinco millones de pesos. La familia del doctor Mireles vendió algunas propiedades y colectó la suma con la ayuda de algunos parientes que radican en Estados Unidos. Se hizo la entrega, pero el sobrino nunca regresó a casa. A través de la línea telefónica Mireles tuvo que soportar la risa diabólica del secuestrador que bajo los efectos de la droga no supo dar razón sobre la el destino final del secuestrado.
El doctor Mireles le ofreció al jefe de la célula criminal que había secuestrado a su sobrino la suma de 50 mil pesos para dar con el paradero del cuerpo del muchacho. La voz en la línea telefónica, como si hablara de un objeto perdido dijo que no supo en donde había quedado el cuerpo.
-Los tiramos en bolsitas –le dijo indolentemente y con toda la impunidad del mundo aquella voz atarantada por las drogas y el alcohol.
-Mi esposa lo quiere sepultar –insistió Mireles-, dime en donde está el muchacho para recogerlo.
-Dile a tu esposa que no esté chingando –reviró el delincuente-, si insiste en querer saber en dónde está su hermano le vamos a chingar a otro de sus familiares.
Mireles entendió y ya no insistió en recuperar el cuerpo de su cuñado. Para tranquilizar la desesperación de su esposa, hizo una tumba en el patio de su casa y la llenó de flores. Allí le rezaron una misa de cuerpo presente y el novenario correspondiente. El cuerpo nunca fue encontrado, al igual que el de cientos de familiares de empresarios de la zona de Tierra Caliente que fueron secuestrados por el crimen organizado, cuando la región era controlada por Enrique Plancarte Solís, quien fuera abatido después, el primero de abril del 2014 en el estado de Querétaro.
Después del secuestro y asesinato de su cuñado, el doctor José Manuel Mireles tuvo que soportar los secuestros de dos de sus hermanas. Primero raptaron a su hermana menor y luego vino el plagio de su hermana la mayor. Por la primera pidieron 5 millones de pesos y por la segunda la suma de 8 millones de pesos. Nadie sabe cuánto pagó finalmente la familia por el rescate, pero las dos mujeres fueron entregadas sanas y salvas tras un proceso largo y penoso. Durante el secuestro de las dos hermanas de Mireles, su madre recayó en cama afectada por la preocupación. La convalecencia duró poco. Antes de ser liberada la segunda de las hijas la madre falleció. Todo el dolor se le siguió acumulando al médico que reclamaba al gobierno estatal un poco de ayuda.
Antes de acariciar la posibilidad de alzarse en armas, el doctor Juan Manuel Mireles insistió ante las autoridades de la Procuraduría de Justicia del Estado de Michoacán, para que se llevaran a cabo las averiguaciones correspondientes entorno a las violaciones, secuestros y desapariciones que estaban ocurriendo en la zona de Tepalcatepec. Dio nombres, apodos y ubicación de los hechores. No consiguió nada. Al igual que los dos padres de las niñas violadas que fueron desaparecidos, a Mireles le llovieron amenazas anónimas del crimen organizado luego de pedir la intervención de las autoridades judiciales del estado. Supo que autoridades y delincuencia eran uno mismo en Michoacán.
El doctor Mireles desde los 18 años es aficionado a la caza. Es parte de un club cinegético en donde varios de los vecinos de Tepalcatepec se reúnen y departen sanamente al amparo de ese deporte. Tenía una vida estable. Su salario como médico en la clínica del centro de salud del lugar le garantizaba una módica existencia. Sus ingresos los completaba con el funcionamiento de su modesta huerta. Amaba su profesión. Solo que el dolor por la injusticia de la que él mismo era parte lo seguía corroyendo por dentro. Así se lo externó a sus amigos cuando propuso la creación de las autodefensas.
Uno de los factores que influyeron en la vida del doctor Mireles para dar el paso sin retorno al levantamiento armado fue cuando lo eligieron, por su liderazgo moral dentro de la comunidad de Tepalcatepec, como presidente de la sociedad de padres de familia de la Escuela Secundaria Técnica número 9. Allí cursaba sus estudios una de sus hijas. Y allí escuchó la otra parte de la historia de abusos que no conoció en su consultorio, sobre las violaciones de niñas por parte de las células criminales que operaban en la región.
Decidido a todo
En una reunión de padres de familia conoció que en menos de una semana los Caballeros Templarios habían raptado y violado a seis de las compañeras de su hija, de la secundaria en el turno de la tarde. Aquellas que serían niñas madres en breve tuvieron que abandonar la escuela y pronto fueron sus pacientes en el centro de salud. Allí –con la inocencia que puede tener una niña de 12 años de edad-, cada una le contó al médico que ni siquiera sabían quién era el padre del hijo que esperaban, porque habían sido violadas en forma tumultuaria.
Mireles registró en varias entrevistas con medios nacionales que tras conocer las versiones de las niñas sintió que la sangre le hervía. En el seno de su familia también hubo víctimas de violaciones. Una ahijada de apenas 15 años de edad estuvo a punto de ser secuestrada por un grupo de sicarios que buscaban niñas para llevarlas a una fiesta del Jefe de Plaza. La niña pudo escapar al meterse a un sembradío en donde no la pudieron encontrar sus perseguidores. Una prima del doctor Mireles no corrió con la misma suerte. Ella si fue raptada y violada por varios días por los miembros del crimen organizado.
En el pueblo de Tepalcatepec se narra que Mireles convocó a una reunión con los padres de familia de la Escuela Secundaria Técnica número 9 para hablar sobre la situación de riesgo de sus hijas y buscar la forma de solicitar apoyo al gobierno estatal o federal. Lo que escuchó en esa reunión habría inclinar su decisión hacia el levantamiento armado. Fueron decenas de padres los que comenzaron a contar sus desgracias, narrando que sus hijas menores habían sido violadas. En el mejor de los casos no quedaron embarazadas. En esa reunión se cuantificó más de un centenar de casos de abuso sexual.
-¿Qué vamos a hacer ante esta situación?- Preguntó Mireles a los padres de familia que habían narrado como fueron víctimas de la delincuencia, al tener que soportar la desgracia de saber a sus hijas, esposas o hermanas violadas por criminales.
Un silenció reinó en el salón de juntas de la escuela secundaria de Tepalcatepec.
-¡¡Cabrones –trató de sacudir a los presentes en la reunión-, díganme qué es lo que vamos a hacer!! ¿Creen que está bien lo que está pasando? –preguntó Mireles al aire sin tener respuesta. La mayoría de los padres de familia bajaron la mirada al suelo. El silencio reinó por varios minutos en el salón de reuniones. Alguien rompió la paz desde el fondo del salón de juntas.
-¿Qué podemos hacer, doctor? –Soltó en total desconcierto uno de los presentes.
-¡¡Chingada madre!! –Explotó el doctor Mireles, como si hubiese sido en vano el momento de reflexión-. Si en el pueblo somos casi 25 mil hombres y esos güeyes no son ni siquiera 100, yo pienso que fácilmente les ganamos. ¡¡Somos Más!! ¿Qué estamos esperando?
¡¡Vamos a echarle a todo el pueblo encima!!
-¿Y con qué los vamos a enfrentar? –Preguntó otro de los padres presentes.
-Con lo que tengamos a la mano: con palos, machetes, piedras, escopetas, pistola, con lo que se pueda –dijo animado el doctor Mireles-. Todos somos buenos para echar balazos cuando vamos de cacería, vamos a aprovecharnos de eso.
-Pero no es lo mismo matar a un cristiano que aun conejo –argumentó uno más de los presentes en la reunión.
-Claro que no –concedió Mireles Valverde-, a un conejo es más difícil pegarle. A un güey de esos Templarios le pegas fácil, es más pendejo y se mueve más lento.
Todos soltaron la carcajada. Mireles había dado el primer paso. Al término de la reunión todos los presentes se acercaron al médico para preguntar la forma de organización que estaba pensando y cómo se debería enfrentar al gobierno cuando les reclamara el alzamiento.
-Al gobierno no le importamos –dijo Mireles-. No atención nos van a poner, aunque si llamamos su atención ya es ganancia para nosotros. No tenemos nada que perder.
-Miren -les dijo el doctor a los padres de familia-, tengan en cuenta una cosa, para que se animen a defender a sus familias: tanto nos han quitado ya los delincuentes, que yo pienso que también ya nos quitaron el miedo.
El grupo de una veintena de padres de familia que se quedó con el doctor Mireles al término de la reunión en la escuela secundaria explotó en aplausos. Cuando le preguntaron el día y la hora para hacer el formal levantamiento del pueblo en armas, Mireles volteo a ver el calendario que estaba colgado en el salón de la reunión. Se acercó para elegir una fecha. Miró un número encerrado en un círculo rojo y dijo que el día del levantamiento sería el 24 de febrero.