Por. J. Jesús Lemus
En la Nueva Jerusalén es como si el tiempo no transcurriera. El espíritu de Papá Nabor sigue flotando en el aire. Las mismas enseñanzas, los mismos ritos, las mismas creencias fantásticas se siguen practicando todos los días. A la fecha todos los chiquillos siguen hablando con Yoli, la muñeca que la vidente María de Jesús llevó a la comunidad.
Los pocos infantes que nacen en la Nueva Jerusalén tienen tanta o más fe que los que llegaron con los primeros peregrinos; los que hoy son hombres llegaron niños al lado de sus familias desde Guerrero, Hidalgo, Distrito Federal, Oaxaca, Chiapas, Jalisco o Nuevo León, y siguen convencidos del fin del mundo. Aquí se tiene la certeza de que el fin de los tiempos está cerca, que Dios habrá de terminar “con este sistema de cosas” y habrá de establecer un nuevo orden que nacerá a partir de la única ciudad, la única en toda la tierra que quedará en pie: la Nueva Jerusalén.
El fin del mundo, se enseña oficialmente a los feligreses, estaba previsto para 2024, según se lo ha manifestado la Virgen a la vidente Catalina. Aun cuando no se sabe el día exacto, no les preocupa, pues a final de cuentas todos los que viven en la ciudad amurallada, que siguen la disciplina de recato y han aborrecido el pecado y la tentación, tienen asegurada la salvación.
A la Nueva Jerusalén bajarán Dios, la Virgen, Jesucristo y todos los santos —entre ellos Miguel Hidalgo, José María Morelos, Vicente Guerrero y Lázaro Cárdenas— para convivir con los habitantes de este lugar, porque al resto del mundo lo habrá de consumir el fuego.
La vidente Salomé dio la primera fecha del acontecimiento: dijo al padre Nabor que la tierra iba a consumirse en el fuego al comenzar 1980. Después de que no pasó nada semejante ese año, cambió la predicción para 1983.
Antes de morir dijo que el momento último de la tierra ocurriría en 1985; cuando se dieron los terremotos de septiembre que sacudieron a la ciudad de México, Papá Nabor aseguró que sólo había sido una llamada de atención de Dios y mencionó como nuevo plazo para el fin de la humanidad el año de 1988, que luego fue cambiado a 1999. Tras la muerte de Nabor no se había vuelto a predecir una nueva fecha para el fin del mundo, pero ahora se menciona el año 2034.
Junto a la vidente Catalina, en la casa-templo que se destinó para sus visiones, viven tres Monjitas que llevan la cronología de los hechos más aciagos que afronta la humanidad. Ellas, se dice entre los Fieles, conocen por inspiración divina lo que pasa en todo el mundo.
No tienen acceso a medios de información ni comunicación con el exterior, pero saben de las tragedias que ocurren en el planeta. A cada desastre global —accidentes aéreos, terremotos, incendios, accidentes viales, marejadas y guerras— se le da una explicación religiosa en la que al final queda de manifiesto la ira de Dios en contra de aquellos que no atienden las enseñanzas de la Virgen.
La vidente Catalina sale todas las tardes de su casa-templo, que se ubica en la parte más vieja de la Nueva Jerusalén, en un lugar conocido como Nuevo Monte Carmelo, para recibir al obispo san Martín de Tours, el que llega después del rosario de las tres de la tarde acompañado de un séquito de sacerdotes; allí los dos platican largamente y es cuando la vidente le cuenta de las últimas visiones que ha tenido. Invariablemente el obispo se retira con actos de reverencia y respeto a la persona de la vidente, siempre antes de que caiga la noche.
Las actividades públicas en la Nueva Jerusalén terminan siempre antes de que llegue la oscuridad: hombres, mujeres y niños se meten a sus casas aún con la luz del día y clausuran las puertas por dentro. La ciudad se mece en un silencio de espanto que a veces sólo cortan los ladridos de los perros o el beso metálico de las cadenas sobre las piedras, que anuncia una vigilia santa por las calles.
El temor a san Roberto Abad no ha desaparecido del imaginario colectivo, todos tienen miedo de verse sorprendidos por el justiciero divino a causa de algún pensamiento impuro. Más que el miedo a los azotes con la cadena del santo, es el temor a la expulsión del pueblo lo que los mueve a resguardarse entre paredes y oraciones.
También existe un exacerbado miedo, y devoción a la vez, a la Llorona; Mamá Catalina impuso al mítico personaje como un ente de respeto. La Llorona, dijo a los Fieles, es la ayudante de la Virgen y se lleva directamente a los pecadores para ahogarlos en el río, mientras que a los que le rezan les puede hacer favores y hasta interceder por ellos ante las potestades divinas. Curiosamente, en la Nueva Jerusalén se le conoce con el nombre de Carmen Mejorada, el mismo de la madre de Papá Nabor.

La leyenda y presencia de la Llorona en la ciudad santa se ha venido nutriendo con el paso de los años. No sólo es el ánima que busca desesperada a su hijo —que ella misma ahogó en el río, en un acceso de locura—, sino que escucha también los rezos de los Fieles buenos y le ayudan a confortar su dolor; en gratitud, pide favores para ellos. Y tan agradecida está con la santidad de los que viven en la Nueva Jerusalén que ha ofrecido buscar entre las Monjitas a una de ellas, que tenga virtudes y gracia santa, para hacerla su comadre y que le bautice al hijo ahogado y encontrado. Todas ellas se esfuerzan en su santidad para alcanzar la distinción de ser elegidas por la Llorona, representada en la Nueva Jerusalén por las Águedas.
Como el de la Llorona, otros relatos fantásticos, prescritos como creencia oficial y general, acuchillan la razón. Sin el menor atisbo de duda o cuestionamiento se siguen narrando pasajes históricos impregnados del pensamiento personal de Nabor Cárdenas; el dogma es la moneda de cambio entre la población. Se tiene la certeza de que la historia ordinaria que se cuenta fuera de la Nueva Jerusalén no es la verdadera, sino que manipula y desvirtúa los hechos; es la que los gobiernos y la Iglesia católica quieren que se crea. Nabor lo dijo y se sigue creyendo que la Virgen de Guadalupe ahora vive en el Templo de Dios porque no le gustó la nueva basílica que le construyeron y porque aborrece la forma en que está integrado el episcopado mexicano.
Aquí se da por cierto que el Papa Pablo VI no murió cuando se dijo, sino que fue encerrado en una mazmorra porque algunos cardenales tenían intereses a los que se oponía el pontífice; después murió en el olvido, de hambre y de sed, encadenado.
Se evidencia la crueldad del Vaticano cuando aquí se asegura que al Papa Juan Pablo I lo mató el cardenal Jean-Marie Villot, también por motivos personales y económicos. De la misma forma se cree —por enseñanza de Papá Nabor— que el atentado contra el Papa Juan Pablo II fue una conspiración del entonces cardenal Joseph Ratzinger, “porque no salieron de acuerdo en los tratos que hicieron con la Central de Inteligencia Americana (CIA) (sic) para combatir al comunismo soviético”.
Papá Nabor dejó también como enseñanza cierta e incuestionable entre los creyentes que Hitler no murió al término de la Segunda Guerra Mundial, sino que la Iglesia católica del Papa Pío XII lo cobijó y lo sacó de Alemania. Les dijo que el jerarca nazi se quedó a vivir en el Vaticano, donde fue asignado como maestro en la Universidad Pontificia de Roma, donde imparte clases y mantiene el rango de doctor en filosofía.
También es cosa indiscutible que a John F. Kennedy lo mandó matar la Iglesia católica. Papá Nabor argumentó que el presidente de Estados Unidos tenía planes para un acercamiento amistoso con los soviéticos y eso haría que el crecimiento del comunismo en todo el mundo fuera algo inevitable. Aseguraba que su asesino había sido seminarista y sacerdote, y fue formado en las aulas de la universidad de Roma.
La mayoría de los que viven dentro de la Nueva Jerusalén no saben lo que es el comunismo, pero están seguros y positivos de que es algo malo que atenta contra la voluntad de la Virgen y de Dios. Nadie sabe que los regímenes comunistas han fracasado, pero tienen claro que es un mal que se cierne sobre el mundo. Aquí se sigue haciendo oración todos los días para que no avance el comunismo soviético.
Las historias fantásticas que sobre el general Lázaro Cárdenas dejó el padre Nabor son numerosas y siguen tan vigentes como el día en que las contó. Se asegura que cada 18 de marzo —aniversario de la expropiación petrolera— el general desciende del cielo y se reúne con los sacerdotes de la Nueva Jerusalén para platicarles sobre eventos políticos futuros.
El general Cárdenas fue asesinado, contó él mismo a Nabor en alguna ocasión; su muerte no fue natural sino que fue envenenado por órdenes del futuro presidente Luis Echeverría. También le dijo, se cuenta hoy día en la ciudad santa, que el pri nunca dejará que su hijo sea presidente de México, “porque Cuauhtémoc Cárdenas es comunista”, se enorgullece el general michoacano.
Lázaro Cárdenas es uno de los espíritus más amados dentro de esta comunidad. Hay gente que asegura que ha llegado a sus casas y se ha sentado a comer con ellos; dicen que le gustan los tamales de trigo y el atole de maíz, es muy ocurrente y cuenta muchos chistes. Quiere mucho a los Fieles de la Nueva Jerusalén, no sólo por el estado de pureza y santidad en que viven, sino porque escucharon y creyeron en las palabras de su pariente, Nabor Cárdenas Mejorada. También está muy agradecido por las oraciones que todos los vecinos hacen por las noches, pidiendo a Dios por él.
Por disposición de la vidente Catalina, además del deber de cantar el rosario a la Virgen todas las noches antes de dormir, los Fieles están obligados a rezar al menos a uno de los héroes que “dieron su vida por México”. Cada cual tiene a su favorito: algunos oran al general Cárdenas, otros a Francisco Villa, a José María Morelos, a Vicente Guerrero o a Miguel Hidalgo. Benito Juárez no es santo de la devoción de nadie, ni siquiera está en el cielo. Papá Nabor dijo en una ocasión que el Benemérito de las Américas se había condenado al infierno “por hereje y masón”. Ése es el convencimiento actual de los Fieles, quienes ven con repudio su nombre.
Sólo otro nombre se compara al de Benito Juárez en cuanto al repudio casi generalizado: el de la segunda vidente, Mamá María de Jesús. Pocos la recuerdan bien, pero muchos la odian. Su imagen polariza a los vecinos de la ciudad santa:
Varios siguen creyendo que su vida fue ejemplar, que recibió la gracia de hablar con la Virgen y que su desaparición de la Nueva Jerusalén no fue otra cosa que la continuidad mítica de su existencia; para otros, se perdió en el pecado y prefirió abandonar su apostolado. Nadie cuestiona que María de Jesús tuviera la virtud de recibir mensajes de la Virgen, pero tampoco se quiere dudar de las palabras de Papá Nabor cuando explicó ante los sacerdotes la súbita desaparición de la mujer.
Cuando en 1990 no se supo más de ella, corrió una versión entre los Fieles que decía que la Virgen le habló y le comunicó que su tiempo dentro de la Nueva Jerusalén ya había terminado, que ahora su trabajo era fuera de la ciudad santa y debía ir a difundir su mensaje por el mundo, de ahí su súbita desaparición. Muchos esperan que un día, antes del fin del mundo, de nueva cuenta regrese: entrará por la Puerta Mariana y les contará todo el trabajo que ha hecho difundiendo el mensaje de la Virgen del Rosario.

Frente a la versión bondadosa de algunos de los Fieles se estrella lo que se cuenta casi a hurtadillas, pero que fue la versión oficial de Papá Nabor frente al colegio de sacerdotes: sin recato en el lenguaje expuso el libertinaje en que de manera constante vivía María de Jesús. Dijo que había hecho de su guardia personal “un grupo de sementales”.
Les contó de la relación de amor y sexo que tenía con algunos de los Santos Varones que la cuidaban. No omitió detalle acerca de todas las ocasiones en que la vidente tuvo sexo grupal, ni dejó a la imaginación el dispendio que hizo cuando salía a alguna misión. Refirió la última vez que la vio enferma en medio de aquel cuarto hediondo, con un feto abortado en un rincón de la casa.
—Y todavía me quiso hacer creer que era hijo del Espíritu Santo —contó Nabor a los sacerdotes en el extremo de la ira—, como si yo fuera pendejo; como si yo no supiera que si aquello que estaba tirado en el suelo fuera hijo de Dios, tendría que haber sido güerito, blanco y bonito, no prieto, feo y con la cara de indio —los sacerdotes soltaron la carcajada al unísono remachando la plática, convencidos de que lo mejor para la Nueva Jerusalén fue la desaparición de la vidente. Nabor nunca fue dado a las explicaciones, pero en esa ocasión se esforzó por no dejar dudas sobre la infidelidad de María de Jesús a la Virgen. En la actualidad ése es el convencimiento casi generalizado entre la población.
El máximo jerarca de la Nueva Jerusalén es el obispo san Martín de Tours, a quien se reconoce oficialmente como el hombre al que Papá Nabor le encomendó continuar con su obra. Existe un documento notarial con las huellas de Nabor Cárdenas Mejorada donde le transmite formal y legalmente todas las funciones de máxima autoridad dentro de esa población que tiene un aproximado de 5 580 habitantes, según el último censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
La población flotante del lugar es muy alta. A veces llegan peregrinos convencidos de haber encontrado el destino final de su fe, pero la decepción los alcanza a los pocos días. Como Mamá María de Jesús, casi todos los que salen de la ciudad santa lo hacen amparados en la oscuridad de la noche para evitar ser cuestionados por los miembros de la Guardia Celestial. Los desengañados que no se deciden a huir sólo se cambian de sector dentro de la localidad para arroparse entre el grupo que disiente del mando de Mamá Catalina y el obispo san Martín de Tours.

Dicen algunos vecinos que la población de la Nueva Jerusalén va a la baja, pero lo que se mantiene a la alza es la devoción de los que se quedan. Tanto los Fieles como los Disidentes hacen alarde de profesar la única fe verdadera, la que está apegada a las enseñanzas divinas de Mamá Salomé y Papá Nabor, los creadores de la ciudad destino de Dios y toda su corte celestial. La mejor forma de demostrar públicamente la fe es construir templos y lugares de oración, y éste es sin duda el poblado de Michoacán que cuenta con el mayor número de ellos en relación proporcional con sus habitantes y territorio.
Una veintena de capillas, templos y lugares de oración se alzan entre el caserío de cemento gris; todos tienen uso, y en todos se mantiene una oración permanente a la Virgen del Rosario. Las guardias de los Fieles a las afueras del Templo de Dios son el mejor recordatorio a los vecinos de que deben cumplir con la obligación del desagravio constante a la gracia divina.
Pese a las confrontaciones cotidianas y al encono que se sigue gestando entre los grupos que comparten la ciudad, en la Nueva Jerusalén la gente vive feliz. Todos están convencidos de que la Virgen del Rosario está presente en esa comunidad. Tienen la certeza de que el fin del mundo está cada día más próximo. Están seguros de que muy pronto verán el día del juicio final y podrán estar cara a cara ante Dios, abrazados por la mirada cariñosa de Mamá Salomé y la ternura paternal, tan intensa como sólida, de Nabor Cárdenas Mejorada, que desde el cielo los observa con su cara de amor y a veces con su cara de Diablo.
