Crónica de la Masacre LeBarón, seis años sin justicia

Por. J. Jesús Lemus

Ya se cumplen seis años del asesinato de tres mujeres y seis niños a mitad del desierto de Bavispe, Sonora. Todos eran miembros del Clan LeBarón. Les asesinaron para sembrar el terror entre la comunidad mormona y obligarlos a dejar sus tierras, zonas del desierto convertidas en edenes productivos de nueces, y algunas con altos contenidos de litio en el subsuelo.

Han pasado seis años y no hay un solo procesado o sentenciado por causa del cobrade asesinato que cometieron un grupo de sicarios del Cártel de La Línea, una escisión del Cártel de Juárez. Hay procesados y sentenciados por delincuencia organizada y/o portación de armas, pero no por las vidas de niños y mujeres arrebatadas tan cobardemente.

El caso de la Masacre LeBarón es el Ayotzinapa de la 4T y de Andrés Manuel López Obrador, el que hizo todo, desde la Fiscalía General de la República, con la complicidad de Alejandro Gertz Manero, para que nunca se llegue a conocer oficialmente el fondo de ese cobarde asesinato.

Aquí la narración de los sucesos, la historia completa esta contenida en el libro La Guerra del Litio (Grijalbo 2025)

Han pasado ya seis años desde aquella tragedia. En el camino de La Mora, municipio de Bavispe, Sonora, a la comunidad Pancho Villa, Chihuahua, a la altura del kilómetro 2.5, el tiempo se detuvo. Ni la lluvia ni el viento han deslavado las piedras sobre las que ardió la camioneta de Rhonita. A más de cuatro años, el camino de arcilla, arena y piedras sigue marcado por una mancha negra. Hay piedras que aún conservan el hollín de la combustión. Es como si la tierra incitara a la terca memoria.

En el aire hay algo. Se eriza la piel. Sobre la mancha negra de la combustión en el camino se encuentran cenizas bajo las piedras. Unos tubos del sistema de enfriamiento de la camioneta se entremezclan con residuos del incendio. Como si trataran de sobrevivir o esconderse, las cenizas quedaron depositadas bajo algunas piedras. desde ese punto se observa la ladera del cerro. Ni el ojo más aguzado se hubiese dado cuenta de que alguien estaba observado el camino. desde la mira telescópica de cualquiera de los sicarios se pudo observar perfectamente desde que la camioneta de Rhonita ingresó al camino de terracería, incluso desde que salió de La Mora. En el lugar de los hechos no es difícil recrear los sucesos.

La mañana del 4 de noviembre de 2019 fue el momento en el que, por azares del destino, Rhonita María Miller LeBarón, de 30 años de edad; Dawna Ray Langford, de 43, y Christina Marie Langford Sedwick, de 31, coincidieron en un viaje, en el que al menos en un tramo del camino, partiendo desde su localidad La Mora, en Sonora, para dirigirse a la Colonia LeBarón, en Galeana, Chihuahua, se podrían acompañar. Rhonita con cuatro de sus hijos pretendía cruzar la frontera de Estados Unidos para encontrarse con su esposo en el aeropuerto de la capital de Arizona.  Dawna y Christina viaja rían también con sus hijos para encontrarse en un evento social, en una boda, con sus familias, en Colonia LeBarón, en el municipio de Galeana, Chihuahua.

desde muy temprano, antes de las siete de la mañana, cada una con sus distintos pendientes en la cabeza, las tres mujeres comenzaron a organizar el viaje. Rhonita, previendo cualquier eventualidad telefónica —porque en la comunidad de La Mora casi siempre se desvanece la señal de telefonía móvil—, se anticipó desde la tarde anterior y decidió llamar por teléfono a su mamá Shalom. También habló con Lían, su hermana mayor, solo por la fuerza del amor que se tenían. Sin saber que aquella era la última vez que hablarían y que se profesarían lo mucho que se querían, Shalom y Rhonita se dijeron adiós. Con Lían, un “te quiero” les bastó.

La mañana del día en que fue asesinada junto con sus hijos, Rho nita salió a toda prisa de su casa. Iba con ansias de ver a su esposo, Howard Jacob Miller. Pidió a sus hijos mayores, Howard, de 12 años, y Krystal Bellaine, de 10, que la acompañaran. Necesitaba que sus dos hijos mayores le ayudaran en el fatigoso viaje con las molestias que pudieran presentar los gemelos Titus Alvin y Tiana Gricel, ambos nacidos apenas siete meses antes. Rhonita iba feliz —consideró Shalom, porque así se lo dijo ella por teléfono—. Era la primera vez que llevaría de compras a sus recién nacidos. Rhonita pudo platicar días antes sobre los conjuntos de prendas de vestir que pensaba comprar para sus dos bebés.

Por eso Rhonita, antes de salir de La Mora, apuró a Howard y Krystal, para que no fueran a olvidar nada que pudieran necesitar los gemelos durante el viaje. A las prisas, todos subieron a la camioneta tipo Suburban, color arena, modelo 2014. Los mayores llevaban en brazos a cada uno de los gemelos. Se acomodaron dentro de la unidad. Rhonita manejaría, como lo había hecho otras tantas decenas de veces; ya estaba acostumbrada a ello y se sabe que lo disfrutaba. Howard se acomodó en el asiento del copiloto. Pasó al pequeño Titus Alvin a los asientos de atrás, donde sujetaron los portabebés para instalar también a la pequeña Tiana Gricel. Krystal atendía las instrucciones de Rhonita para sujetar bien a los gemelos. Se acomodaron. Parecía que era un viaje perfecto.

La perfección del viaje solo pudo haber sido opacada por la distracción del pensamiento de Rhonita. En algún momento de los preparativos de seguro tuvo que haber pasado por su cabeza que sus otros tres hijos, Tristán, de ocho años de edad; Amarillis, de cinco, y Zach, de dos, no la acompañarían. El motivo de no llevar a sus otros tres hijos a ese que terminaría siendo el último viaje solamente Rhonita lo supo. La razón pudo obedecer a que el espacio en la camioneta era limitado, considerando que de regreso traería más maletas y a su esposo.

Rhonita estaba a punto de iniciar el trayecto cuando frente a sí miró pasar dos camionetas que a toda prisa iban dejando una estela de polvo sobre el camino de La Mora que entronca con la carretera Bavispe-Agua Prieta. Supo que eran Dawna y Christina que ya aventajaban por el camino. Como todo conductor seguro, solo por instinto, Rhonita tuvo que echar una mirada al tablero antes de encender la marcha. Solo dios sabe lo que en esos momentos pasa ría por su cabeza. En algún momento Rhonita comenzó a circular despacio, tal vez sin siquiera imaginar la tragedia que se cernía sobre ella y su familia.

Solo por diferencia de unos minutos, a unas casas de distancia de donde estaba Rhonita, en la comunidad de La Mora, municipio de Bavispe, Sonora, Christina Langford Sedwick también hacía los preparativos para el viaje. Había programado una visita a sus familiares en la comunidad LeBarón, en el municipio de Galeana, en Chihuahua. Para no trastocar la vida de su familia y por lo tedioso que siempre resultaba el viaje, que además ponía muy inquietos a sus niños, optó en esta ocasión por no llevar a ninguno de sus hijos. A todos los dejó con ocupaciones especiales. Ella se dispuso a hacer sola el viaje.

La comunidad La Mora, también conocida como La Morita —así le nombran por el aprecio que le profesa la comunidad mormona a esta su tierra—, se ubica al norte de la cabecera municipal de Bavispe. Se encuentra a 18 kilómetros sobre la carretera que lleva de Bavispe a Agua Prieta. Es un verdadero oasis en el desierto. La comunidad de La Mora es alimentada por el río Bavispe, del que emana la vida y lo verde que distinguen a esta localidad. Las huertas de nogales y grana das de las familias mormonas pintan los llanos de múltiples tonos de verde. Es un canto a la vida que se encuentra enclavado en las agres tes montañas de Sonora, casi en los límites con Chihuahua. Es una de las primeras colonias que establecieron en México, casi en los límites de Sonora y Chihuahua, los primeros inmigrantes mormones. de La Morita sale el camino conocido como El Coyote, con vertido hoy en una de las principales vías de comunicación entre Bavispe y Janos, en los límites de Sonora y Chihuahua, que también alimenta tráfico vehicular a la carretera Bavispe-Agua Prieta. El camino de El Coyote lo han utilizado por generaciones todos los miembros de la comunidad mormona que han emigrado desde Utah, en Estados Unidos, a las colonias mormonas de Chihuahua y Sonora. Ese camino es el mismo que utilizó en su tránsito de Estados Unidos a México el abuelo de Rhonita, el patriarca mormón Alma Dayer LeBarón.

Se sabe que la tristeza de viajar sola la palió Christina Langford con las prisas de los preparativos. Cuentan que corría de un lado para otro, intentando no olvidar nada, subiendo cosa por cosa a su camioneta, una Suburban color blanco modelo 2008. Le pesaba viajar sola, así lo comentó a sus hijos antes de salir de la casa, cuando se despidió de ellos. de la única que no quiso separarse fue de Faith Marie, su recién nacida. Quienes la vieron dicen que Christina consideró que un portabebés sujeto en uno de los asientos traseros sería suficiente para llevar a su niña. Así lo hizo. Comenzó a acomodar a su bebé, y mientras lo hacía —como acostumbraba siempre— comenzó a platicar con la niña, como si ella le entendiera. Puede que esa haya sido su forma de enfrentar el presentimiento que pudo haber tenido por el momento en el que tendría que vivir su muerte.

Apenas Christina Langford terminó los preparativos del viaje, abordó su camioneta. Se sentó en el asiento del piloto. Quienes la vieron notaron cómo por un segundo cerró los ojos, como si quisiera desembarazarse del momento. Tal vez sintió la necesidad de descansar, pero sin duda la movió el pendiente. dicen que volteó a ver al pórtico de su casa, y allí vio a sus hijos que la despedían. Chanel Christine, de 11 años de edad; Joel Tomas, de nueve; Tyler Edward, de siete; Hunter James, de cuatro, y Ephraim Daniel, de dos años, le dieron el adiós desde la distancia.

Christina apenas tuvo tiempo de reaccionar cuando frente a ella frenó violentamente una camioneta blanca tipo Suburban. desde adentro de la unidad, al ver la reacción de susto que no pudo disimular Christina, soltó la carcajada la conductora. Era su prima Dawna Ray Langford, que con los dedos la apresuraba a que se pusiera en marcha. Algo le decía Dawna a Christina desde adentro de la camioneta, pero los cristales de su portezuela sellados a tope no la dejaban escuchar. dentro de la camioneta de Dawna un grupo de niños rubios se empujaban, jugaban y se acusaban, mientras ella, acostum brada a ese barullo, solo los ignoraba.

 Dawna fue la primera que salió de su casa. Fue la que pasó por la casa de Rhonita. Pese a que era la que viajaba con más niños, o tal vez por ello fue la más puntual a la cita que habían establecido: “A las 9:30 de la mañana, exactas, salimos”. Ese fue el acuerdo y consigna que un día antes establecieron Rhonita, Christina y Dawna, cuando coincidieron que por distintos motivos tendrían que hacer un viaje y por ello recorrer brevemente la carretera de Piedras Negras a Bavispe, para después incorporarse en el sinuoso camino de El Coyote, el que decidieron acompañarse unos kilómetros, porque siempre es riesgoso el camino de terracería.

Cuando Dawna llegó y tocó escandalosamente el claxon para sorprender a Christina, ella ya se venía relajando del estrés que siempre genera la preparación de un viaje por carretera, máxime si —como en su caso— tenía que llevar niños. Según se supo, Dawna desde muy temprano había dado instrucciones a sus hijos para que cada uno de ellos preparara su mochila de viaje. Los hijos de Dawna, igual que todos los niños de la comunidad mormona, tuvieron en ese momento una disciplina digna de un mozo militar. Todos acomodaron sus cosas en los asientos designados de la camioneta que abordaron. Como siempre, la indisciplina de algunos solo brotaba hasta que el vehículo se ponía en marcha. Era como una invitación a la disipación, como una forma de atenuar las molestias del viaje.

En la camioneta de Dawna, además de ella, viajaban también sus hijos Kylie Evelyn, de 14 años de edad; Devin Blake, de 12; Trevor Harvey, de 11; Mackenzie Rayne, de nueve; Cody Greyson, de ocho; Xander Boe, de cuatro; Rogan Jay, de dos, y el bebé Brixon Oliver, de ocho meses de edad. Todos se acomodaron en sus lugares, y emprendieron el recorrido. La primera molestia grupal vino cuan do la camioneta se detuvo de golpe frente a la casa de Christina, a la que Dawna le hacía señales para que se apresurara.  Dawna le gritaba que iban a llegar tarde y sin más se puso en marcha, esperando que Christina la siguiera. Y así, como si la camioneta de Christina se hubiera imantado sobre la unidad de Dawna, comenzó a circular a toda velocidad.

Cuando las dos camionetas pasaron por la casa de Rhonita Le Barón Miller, ni Dawna ni Christina se detuvieron, seguro vieron que Rhonita ya estaba al volante y asumieron que en cuanto las viera pasar se sumaría al convoy. Estaban en lo correcto, apenas se levantó la cauda de polvo sobre el camino, Rhonita arrancó para también encontrarse con la muerte. Rhonita siguió las camionetas de sus primas, primero por el breve recorrido de las calles de La Mora, después sobre el asfaltado de la carretera a Bavispe, para luego ingresar al camino de El Coyote.

El polvo del camino no daba tregua a la visibilidad. Ni Rhonita podía ver la camioneta que iba delante de ella, a solo unos metros casi rozando las defensas, ni desde el retrovisor de la camioneta que iba hasta adelante se podía ver la ubicación de las otras dos unidades que la seguían a corta distancia. La nube de polvo ni siquiera debió dejar ver las condiciones del camino. Por eso las tres camionetas se comenzaron a espaciar. Rhonita se fue quedando rezagada, mientras daba oportunidad a Dawna y Christina de que avanzaran, para poder verlas.

La nube de polvo que levantaron las camionetas, apenas ingresaron al camino de El Coyote, posiblemente fue la señal que alertó al grupo de sicarios que esperaban en el cerro. de acuerdo con las pruebas periciales contenidas en la carpeta de investigación del caso, se presume que el grupo de sicarios pudo haber estado integrado por entre ocho y 12 hombres armados para la guerra, que agazapados, posiblemente desde la noche anterior o desde la madrugada de ese día, acechaban entre matorrales, huizacheras y dunas para cometer la masacre, según se plantea como una hipótesis por parte de las autoridades que hasta el cierre de este trabajo, a más de cinco años de ocurridos los hechos, aún investigaban la mecánica de hechos para poder establecer cómo se dio lo inimaginable.

No había recorrido ni siquiera tres kilómetros de distancia —desde su casa— cuando la camioneta de Rhonita se sacudió. Aun cuando no iba a alta velocidad, la unidad comenzó a temblar. A la camioneta “se le quebró un balero delantero, razón por la cual Rhonita decidió regresar a la casa de sus suegros, para que le prestaran otra camioneta”, así lo narró Adrián LeBarón. Por eso Rhonita tuvo que detener en seco la marcha de la camioneta. Bajó y descubrió que la llanta delantera del lado del copiloto estaba ladeada y no podría seguir el viaje. Volteó para ver el camino recorrido y descubrió que estaba a poco más de cuatro kilómetros de distancia de la casa de sus suegros. Sin señal de teléfono, no pudo avisar a  Dawna y Christina del desperfecto. Ellas siguieron dejando su rastro de polvo sobre el camino.

No se sabe qué pasó entre el momento en que se averió la camioneta y cuando sus primas se dieron cuenta de que Rhonita ya no las seguía por el camino. Lo cierto es que los sicarios que debieron estar observándola desde el cerro comenzaron a cerrar el cerco. Se pudie ron aproximar a donde estaba la camioneta inmovilizada. Se desplaza ron por entre los matorrales en espera de llevar a cabo el asesinato. debieron haber visto que se trataba de mujeres y niños, por lo que no cabe la posibilidad del equívoco. Seguramente Rhonita, preocupada más por la situación que enfrentaba, ni siquiera puso atención en el entorno. Además, los uniformes camuflados de los sicarios les dieron la ventaja de la semiinvisibilidad.

desde el retrovisor, entre la nube de polvo, Dawna pudo haber visto que la camioneta de Rhonita se detuvo. Sin duda, dio vuelta en el camino para llegar al punto en el que Rhonita seguía repasando las opciones para continuar el viaje. Cuando apareció Dawna tuvo que haber sido como una bendición. Entre las dos debieron barajar las opciones que tenían, y se tuvieron que decantar por la más lógica de las salidas: regresar a La Morita por otra camioneta. Rhonita tuvo que haber pensado en la camioneta de sus suegros. Y así dejaron a los hijos de Rhonita a la espera, con la encomienda de bajar todo el equipaje de la camioneta averiada para poder subirlo, en forma rápida, en la camioneta con la que las mujeres estarían de regreso.

Cuando Dawna y Rhonita llegaron a la casa de los padres de su esposo Howard Miller, a quien encontraron fue a su cuñado André Lorenzo Miller. Rápidamente le explicaron las prisas de la llegada y la urgencia de una camioneta para que Rhonita pudiera hacer el viaje y encontrarse en Arizona con su esposo. Según declaró André, le explicaron de la avería y le pidieron que fuera más tarde a recoger la unidad averiada. después, Dawna subió a la camioneta en la que había llegado con Rhonita, y esta —con la camioneta de su suegra Loretta— se dirigió a donde había dejado a sus hijos.

 Dawna enfiló sobre el camino de terracería, para tratar de recuperar el tiempo perdido. Fue hasta el kilómetro 16.5 en donde observó que la camioneta de Christina estaba detenida a la orilla del camino. Se presume que antes Christina miró por el espejo retro visor y observó que ya no iba detrás de ella la camioneta de Dawna, seguro supuso que Dawna circulaba de regreso, porque además no se veía la camioneta de Rhonita; ahí fue cuando pudo suponer que algo iba mal. En un momento determinado Christina decidió entonces detenerse y esperar a que Dawna la alcanzara. Así, casi media hora después —se estima— fue cuando Dawna, por mensaje de texto o WhatsApp, le informó a Christina lo de la avería y la peripecia para continuar el viaje.

 Dawna alcanzó a Christina, ambas decidieron mantenerse a la espera a la orilla del camino, sin saber que también estaban siendo observadas desde una distancia de no más de 200 metros por al me nos dos grupos de hombres fuertemente armados, que tenían como principal objetivo la emboscada y asesinar a todos los que viajaban en aquellas camionetas, en las que nunca se dio el mínimo atisbo de que hubiera un solo hombre viajando con las mujeres y los niños.

Los asesinos se mantuvieron a la espera de una instrucción superior para poder atacar. En la cañada en donde fue la emboscada de Dawna y Christina y sus hijos lo más fácil es permanecer al acecho. dos paredes de cerro de alzan a más de 300 metros de altura sobre el serpenteante camino de terracería. de Sonora con dirección a Chihuahua, por donde viajaban las mujeres y sus niños, hacia el lado derecho corre una quebrada, mientras que por el lado izquierdo el camino va pegado a la pared del cerro. Aquello es literalmente un paredón. No hay forma de escapar a un ataque.

Es el lugar perfecto para una emboscada, desde donde se supone que los sicarios se mantuvieron a la expectativa, a una altura de más de 200 metros sobre el camino, se domina el panorama a la perfección. Las camionetas de las víctimas pudieron ser visibles desde por lo menos dos kilómetros de distancia. Cuando las dos unidades se detuvieron, a la espera de que Rhonita las alcanzara, los sicarios tuvieron todo el tiempo de mundo para preparar el ataque.

Confusión no fue. Los sicarios tuvieron tiempo suficiente para reconocer, antes del ataque, que en las dos camionetas detenidas a la orilla del camino solo viajaban dos mujeres, dos niñas y siete niños. Igual los sicarios que 18 kilómetros atrás atacaron la camioneta de Rhonita tuvieron forma de saber que en esa unidad solo viajaban una mujer, dos niñas y dos niños. Es decir, las tres mujeres, cuatro niñas y nueve niños —sin saberlo— siempre estuvieron vigilados desde las miras telescópicas de un grupo de cobardes asesinos que actuaron por encargo y con sobrada alevosía, ventaja y premeditación.

No hay testigos de la escena, pero no es difícil suponer que antes del ataque, seguro con algo de alivio, Rhonita llegó hasta donde había dejado a sus hijos. Les pudo haber ordenado que subieran las maletas y mochilas del equipaje, que habían bajado de su camioneta averiada. También les pudo haber dado instrucciones para subir el equipaje en la camioneta que había conseguido prestada de su suegra Loretta. Ya iban retrasados en el itinerario de su viaje, por lo que, en forma organizada, como era Rhonita, pero muy de prisa, pudo haber hecho el cambio de unidad. La camioneta de Rhonita fue dejada a la orilla del camino para que la recogiera su cuñado, tal como le había hecho el encargo.

Un niño puso a salvo a los niños

En la lenta prisa con que se dio la sucesión de aquel evento, Devin Blake Langford, después de una larga caminata, cuando por fin pudo llegar a La Mora, explicó escuetamente lo que había sucedido. Le contó a Adam Langford que la camioneta en la que viajaba su mamá Dawna, él y sus otros ocho hermanos había sido baleada. Explicó los hechos como si se tratara de un fusilamiento. Sin explicar más, solo dijo que Dawna había sido asesinada. Que los mismos hombres que la mataron habían ejecutado también a sus hermanos Trevor Harvey, de 11 años, y al pequeño Rogan Jay, de dos años. Les dispararon con rifles en la cabeza, pudo contar.

Con el aliento entrecortado por la adrenalina y el sofocamiento por el llanto contenido, devin Blake siguió diciendo —con saltos narrativos— que apenas pudo escapar de sus agresores. A él y a su hermana Kylie Evelyn que cargaba en brazos a Brixon Oliver, de nueve meses, junto con sus otros hermanos, Mackenzie Rayne, Xander Boe y Cody Greyson, los bajaron de la camioneta luego que los sicarios dieron muerte a su madre y a dos de sus otros hermanos. dijo que los colocaron contra un costado de la camioneta. Como si los fueran a fusilar. Que así los mantuvieron durante un momento, a pesar de los llantos y lamentos de dolor de los más pequeños que estaban heridos de bala.

Devin Blake pudo explicar que frente a los niños se colocaron al menos tres sicarios, como si se tratara de un cuerpo de fusilamiento. de acuerdo con la versión de Devin Blake, los hombres hablaban mucho entre ellos, no les entendía lo que decían porque estaban hablando en español. La lengua materna de Devin Blake es el inglés. de lo que está seguro es de que los sicarios parecían más bien estar preocupados por algo, antes que disgustados o molestos entre ellos. dijo que en un momento determinado los sicarios se distrajeron por la acalorada plática que sostenían. Ese momento fue aprovechado por Devin Blake, quien sin pensarlo corrió hacia la quebrada que corre a un lado del camino y que entre matorrales lleva al desierto. Les gritó a sus hermanos que lo siguieran. Los sicarios hicieron un simulado esfuerzo por detenerlos, aun cuando en realidad parecía que los estaban dejando escapar.

A solo unos metros de distancia de la camioneta y los sicarios que simulaban tratar de detenerlos sin moverse del lugar, mientras gritaban en español algunas frases que los niños no entendieron, Devin Blake y Kylie Evelyn, cargando a unos y empujando a otros de sus hermanos menores, los hicieron bajar a trompicones por la quebrada y avanzar por entre la maleza y las asperezas del desierto. Caminaron lo más rápido posible para alejarse del camino en donde —observa ron— permanecieron los sicarios como si cuidaran la camioneta que minutos antes habían bañado en balas.

Renqueando y en medio de un dolor que se traducía en sollozos, los niños de Dawna se alejaron apenas a menos de un kilómetro de distancia de donde estaba la camioneta baleada. Bajo un arbusto seco se pudieron esconder. Daba sombra y los mantenía lejos de la mirada de cualquiera que divisara el lugar, incluso de aquellos sicarios que estaban cubriendo a sus compañeros desde lo alto del cerro. Devin Blake tomó la decisión de caminar por la quebrada y adentrarse en el desierto, bordeando el camino, para llegar a La Mora en busca de ayuda. Pidió a Kylie Evelyn que se quedara con los niños. Le dijo que él regresaría con ayuda. No los podía llevar y arriesgar por el desierto. Los sicarios los podrían ubicar y entonces no habría salida. Les pidió a sus hermanos que se mantuvieran agazapados, escondidos, bajo los arbustos.

Aun cuando la espera era igual de arriesgada que caminar por el desierto en busca de ayuda, Kylie Evelyn acató la decisión de su her mano. Se mantuvo en el resguardo a la sombra del matorral y comenzó, con lo que estuvo a su alcance, algunos jirones de ropa, a hacer vendajes para paliar las heridas de todos. Comenzó a hablar para tranquilizar a los más pequeños. La necesidad de no delatar su posición los hacía tragarse el llanto y los sollozos que a veces se les escapaban por el dolor, convertidos en largos suspiros de esperanza.

La emboscada

El ataque sobre la camioneta en la que viajaban Dawna y siete de sus hijos fue sorpresivo. Según las versiones de Devin Blake y Kylie Evelyn, todos los ocupantes de la camioneta estaban a la espera de que llegara Rhonita. Christina fue informada por Dawna que la camioneta de Rhonita se le había averiado. Le pidió que la esperaran. Le dijo que ya estaba cambiando de unidad y que pronto Rhonita las alcanzaría. Que retomaría el viaje en una camioneta de su suegra Loretta.

En su momento, con algo de molestia Christina refunfuñó. Estaba regulando el aire acondicionado para paliar el calor de la mañana que ya comenzaba a calar. Intentó sintonizar una estación en la radio, pero tampoco tenía señal.  Dawna, al igual que los dos mayores de sus hijos, también intentaba apaciguar la inquietud de la espera revisando inútilmente sus teléfonos celulares, en espera de una mínima señal para conectarse a las redes sociales.

La camioneta de Dawna estaba a 10 metros de la de Christina. So lo dios sabe lo que pasaba por la cabeza de Christina mientras se mantenía a la espera, mientras aguardaba a que Rhonita llegara para continuar el viaje. Seguramente, es una posibilidad, la tensión de la espera haya sido disipada con algunos cuidados y atenciones que Christina tuvo para su pequeña hija Faith Marie, la que permanecía mullida en su portabebé en el asiento trasero. Junto al portabebé Christina había colocado algunas prendas de vestir y una mochila de viaje, las que pudieron hacer la función de camuflar a la pequeña Faith Marie.

Con base en las versiones de algunos testigos, contenidas en la carpeta de investigación que sobre el caso abrió la FGR, se puede estimar cómo se dieron los hechos que culminaron en el cobarde asesinato de estas mujeres y niños. de acuerdo con la versión de Adam Langford, familiar de las víctimas —y alcalde de Bavispe al momento de hacer esta investigación—, los ataques a las tres camionetas no fueron simultáneos. El ataque dirigido contra Dawna y sus hijos y contra Christina ocurrió por lo menos unos 40 minutos antes que el ataque dirigido contra Rhonita y su familia.

El primer ataque fue dirigido a la camioneta de Dawna. Se presume que los sicarios, desde donde observaban, desde lo alto del cerro, agazapados entre la maleza y la agreste orografía del desierto de Sonora, pudieron haber visto con claridad a las personas que estaban dentro de la camioneta. Resulta imposible que no hayan visto que al interior de la camioneta de Dawna solo viajaban niños y una mujer. Ni por error se puede suponer una equivocación de los sicarios, suponiendo —si ese fuera el caso— que en el interior se encontraban algunos hombres, para ser considerados como miembros de algún cártel rival. Los sicarios que observaban desde el monte tu vieron también que ver que en el interior de la camioneta de Chris tina solo viajaba una persona, la que iba al volante. La presencia de la pequeña Faith Marie pudo haberse pasado por alto al no distinguirse dentro del portabebé. Por esa razón se descarta la posibilidad del asesinato por equivocación. El ataque fue planeado y bien dirigido.

Para asegurarse de que los que viajaban en la camioneta de Dawna no tuvieran tiempo de reaccionar, suponiendo, se insiste, la equivocación, y porque pensaron ver que ahí viajaban más personas, el ataque inicial fue contra la camioneta de Dawna. Fueron entre ocho y 10 hombres los que se lanzaron como animales de caza sobre su presa. A trompicones el grupo de sicarios, dividido en tres equipos, caminó rápidamente los poco más de 150 metros que lo separaban desde la loma —en donde estaba escondido— hasta la camioneta que tenía por objetivo destruir a balazos.

El primer equipo atacó por el frente. Una ráfaga de disparos fue directa contra el parabrisas. Muchas de esas balas pegaron en el cofre de la camioneta. En los primeros instantes, para salvar a sus hijos, Dawna se agazapó bajo el tablero. Trataba de gritarles a sus atacantes que era una mujer sola, que viajaba con sus niños, que todos eran menores de edad, pero el miedo la hizo ahogar su llanto.

Los sicarios no tuvieron la mínima compasión. Una lluvia de balas barrió la camioneta de arriba abajo. Uno de esos primeros disparos alcanzó directamente a Dawna con un impacto en el pecho. Su cuerpo quedó inmóvil reposando sobre el asiento del conductor. Ella murió sin asimilar lo que estaba pasando.

Un segundo impacto le dio en el cuello, lo más probable es que Dawna ya hubiese perdido la conciencia cuando otras balas comenzaron a lacerar a sus hijos. Si algo escuchó Dawna mientras perdía la conciencia, seguro fueron los gritos de terror que lanzaron algunos de los menores cuando escucharon el roce del metal contra metal de las ráfagas perforando las láminas o el crujido del cristal cediendo a las primeras ráfagas.  Dawna ya no supo el destino de sus hijos.

Rogan, de apenas dos años de edad, que estaba en ese momento en el asiento del copiloto, pudo haber reaccionado tras los primeros disparos que entraron por el parabrisas delantero. Por instinto, seguramente intentó esconderse en los asientos traseros. Al levantarse del asiento del copiloto y querer esconderse, fue cuando una bala lo alcanzó por la espalda. Cayó entre el tablero y el asiento. Con vida, en los últimos segundos de su corta existencia, trató de ponerse a salvo. Por eso su cuerpo fue encontrado en decúbito dorsal, tratando de hacerse lo más pequeño que pudo para tratar de salvar su vida metiéndose debajo del asiento del copiloto.

Por su parte Trevor, de 11 años de edad, tratando de proteger a sus hermanos, cubriéndolos con el cuerpo, trató de llevar a los más pequeños hasta un rincón en el lado derecho de la camioneta. En la primera ráfaga de balas, los proyectiles pasaban de lado a lado dentro de la unidad. El equipo de sicarios que estaba en el frente de la camioneta dejó de disparar para dar paso al segundo equipo que estaba en el costado izquierdo. Este segundo equipo roció otra ráfaga de balas sobre el costado izquierdo de la unidad. Una de esas balas fue la que impactó en la cabeza de Trevor, quien quedó tendido sobre el asiento ante los ojos aterrorizados y la incredulidad de sus hermanos.

La lluvia de balas que entró por el costado izquierdo de la camioneta, la que lanzaron entre cinco y siete sicarios, fue la que terminó por lesionar a Cody Greyson, quien recibió un impacto de bala de rifle de asalto a la altura del rostro, del lado izquierdo. También una bala le traspasó el muslo derecho, en tanto que un tercer proyectil se le incrustó en el muslo izquierdo, dejándolo imposibilitado para caminar.

Una de las balas, zumbando sobre las cabezas de los hijos de Dawna, atrapados dentro de la camioneta, fue la que lesionó a Xander Boe, de cuatro años, quien por suerte apenas fue tocado por un rozón, mismo por el que se le desprendió un trozo de piel y músculo de la espalda, a la altura del omóplato derecho. Aunque no fue de bala, también Kylie Evelin, de 14 años de edad, resultó herida. Ella sufrió una cortada en la planta del pie derecho, producto de los cristales astillados.

En el letal ataque dirigido contra la camioneta de Dawna, que fue llevado a cabo por sicarios que dispararon a una distancia de entre dos y tres metros de la unidad, resalta un hecho: algunos de los ejecutores, tal vez observando que se trataba de niños y una mujer indefensos a los que se les tenía por objetivos, optaron por dirigir el fuego de sus armas por encima de la camioneta o hacia otra dirección. Es decir, no todos los sicarios dispararon contra la unidad y la familia de Dawna. Eso se evidencia por el número de impactos de bala que recibieron la camioneta y sus ocupantes contra los cartuchos percutidos que quedaron en la escena del crimen.

En la refriega, en los escasos 90 segundos que duró el ataque, pero que para los niños sobrevivientes tuvo que ser toda una eternidad, también fue herido Brixon Oliver, de nueve meses de edad, quien recibió el impacto de una bala rebotada en alguna parte de la camioneta. La bala le penetró por la espalda, quedando incrustada en la cara anterior del tórax. Por su parte, Mackenzie Rayne, de nueve años de edad, también resultó herida de rozón con el rebote de una bala. La lesión que presentaba comprometió tejido subcutáneo y piel del antebrazo izquierdo.

de manera casi milagrosa, los únicos que resultaron ilesos fueron Jake Ryder, de seis años, y devin Blake, de 13 años de edad. La suerte o la voluntad de dios es la única explicación para que resultaran ilesos Devin y Jake, dado que, igual que Cody, Kylie y Mackenzie, siempre trataron de cubrir con sus cuerpos a los más pequeños. Ninguno de los hermanos y hermanas mayores saltó de su asiento para esconderse. Todos antepusieron sus cuerpos en el inútil intento de que los más pequeños no fueran dañados.

Casi en forma paralela al ataque que hicieron a Dawna y su familia, otro grupo de al menos cinco delincuentes se abalanzaron contra la camioneta de Christina. Ella estaba estacionada a 10 metros de la camioneta de Dawna. Seguramente Christina sí se percató del ataque. Ella tuvo que ver —porque tenía la escena de frente— cuando los primeros sicarios comenzaron a disparar sobre el parabrisas de la camioneta de Dawna. Algunas de las balas que le dispararon a la camioneta de Dawna tuvieron que rozar el aire en el entorno de Christina, lo que la puso sobre alerta.

A Christina le pudieron haber disparado desde una distancia de entre 10 y 12 metros. Los primeros impactos dirigidos sobre ella pegaron en la camioneta. Las balas que atravesaron el cofre y la portezuela del conductor no fueron suficientes para imposibilitarle la huida. Pero no huyó. En medio de la ráfaga de balas, para salvar su vida, Christina abrió la puerta del copiloto y trató de correr.

Lejos de huir en sentido contrario, se dirigió al encuentro de los sicarios. Alzó las manos en son de paz. Seguro gritaba que eran solo mujeres y niños los que estaban siendo masacrados. Solo avanzó unos cuantos metros cuando fue alcanzada por la metralla. Una bala en el abdomen fue la que hizo que Christina perdiera el conocimiento.

Antes de caer otra bala le atravesó el pecho. Christina ya estaba muerta cuando los sicarios dejaron de disparar. Ella quedó tirada en el camino. Puede que el balazo en el pecho haya sido a manera de remate por parte de un sicario que permanecía vigilante en lo alto del cerro. Solo por placer le disparó cuando Christina ya estaba muerta.

El ataque sobre ella debió haber sido muy rápido, tal vez en menos de 30 segundos, cuando mucho un minuto. Es como si los sicarios tuvieran prisa, a pesar de que la soledad del camino y la conveniente discreción del desierto eran el mejor manto de impunidad que los cubría.

La rapidez con la que actuaron los sicarios, tras haber cometido el asesinato de Christina, los llevó a pasar por alto una revisión, al menos minuciosa, dentro de la camioneta. No se dieron cuenta de que adentro estaba una niña. Posiblemente ya no quisieron ver si el ataque había dejado victimas menores o de plano no quisieron matar a una inocente más.

Solo así se entiende que Faith Marie, entonces de apenas siete meses, haya salvado la vida. Ella fue rescatada casi 12 horas después, cuando Shalom Tucker, la esposa de Adrián LeBarón, a mitad de la noche pudo escuchar el llanto de la niña cuando intentaban llegar hasta donde estaba la camioneta de Rhonita con ella y cuatro de sus hijos calcinados.

de acuerdo con la versión de Shalom, ella y su esposo Adrián se dirigieron a la escena del crimen, luego de ser avisados de la muerte de Rhonita, circulando desde Galeana, Chihuahua, hacia La Mora, Sonora, a través del camino Pancho Villa-La Mora, y llegaron a donde estaban las camionetas con los cuerpos de Christina y Dawna y sus niños Trevor y Rogan. Ahí, ya con la noche cayendo, en el silencio del desierto, mientras un retén militar mantenía acordonada la es cena, Shalom escuchó el tenue lamento de alguien que, tras haber salido ilesa de una lluvia de balas, seguía peleando por su vida contra la deshidratación y la intemperie.

Contrario a la versión de Adam Langford, que sostiene que el ata que a Dawna y sus hijos y a Christina y su hija ocurrió por lo menos 40 minutos antes que el ataque a Rhonita y su familia, peritos de la FGR refieren que se trató de un ataque sincronizado, ocurrido casi al mismo tiempo, con diferencia de solo unos segundos, cuando mucho dos minutos, aun cuando Dawna y Christina se encontraban a una distancia de 18 kilómetros de donde Rhonita fue agredida.

El ataque a las vidas de Dawna, Cristina y Rhonita y sus respectivas familias fue sincronizado, dice la carpeta de investigación integrada por la FRG. Se estima, de acuerdo con las pruebas periciales integra das en la carpeta de investigación en poder de la FGR, que los grupos de sicarios, por diferencia de uno o dos minutos, actuaron casi en el mismo momento.

Se entiende la sincronía en el ataque a las camionetas de Dawna y Christina, que prácticamente estaban detenidas en el mismo punto del camino de terracería. Pero en el caso del ataque a la camioneta de Rhonita y sus hijos, que estaba a por lo menos 18 kilómetros de distancia de donde estaban las otras unidades, es necesario pensar que un observador único —con poder de mando— desde algún punto en el cerro o con la ayuda de un dron pudo haber ordenado el ataque.

del ataque a Rhonita y sus hijos no hay un solo testigo, salvo los ejecutores, que no han podido ser llevados ante la justicia. Por esa razón solo queda atenernos a los dictámenes periciales contenidos en la carpeta de investigación del fuero local de Sonora, con nú mero único de caso SON/APR/FGE/2019/077/58961 y la carpeta de investigación con numero CI/APR/077/95/00858/11-2019, de las que surge toda la averiguación, para poder bosquejar una aproximación de cómo se dieron los hechos. Ese es un recurso válido para poder entender esta historia, que es el hilo conductor de una madeja de historias más complejas que tienen que ver con la riqueza del litio.

Los quemaron vivos

Para tratar de entender lo que pasó durante el ataque contra Rhonita y sus niños, le propongo un ejercicio. Cierre los ojos. No hay nada en el entorno. Solo se escucha el zumbido del motor, que parece renegar de la terracería. Al zumbido de la camioneta en mar cha a veces lo trastoca el golpeteo de algunas piedras que pegan en el cárter de la camioneta. Se escucha una, otra piedra que sale volando del camino, parece que las llantas las escupen. dentro de la camioneta se respira tranquilidad. Ya pasó la agitación, el estrés de cambiar la camioneta averiada por esta camioneta que es igual de cómoda.

No hay frecuencia de radio, no hay señal de teléfonos celulares. Acaso se escucha que Howard Jacob, de 14 años de edad, como el hombre grande de la casa que es, acompañando a mamá, acomodado desde el asiento del copiloto, cruza algunas palabras con su hermana Krystal Bellaine, que trata de acomodarse en el asiento trasero. Krystal Bellaine ha estado batallando en el inicio del viaje por la difícil y dulce encomienda dictada por Rhonita: asegurarse de que los gemelos Titus Alvin y Tiana Gricel, ambos de siete meses de edad, vayan seguros y cómodos en su primer viaje.

Piense que ya no hay problemas dentro de aquella camioneta, la mayor preocupación de Rhonita ha quedado atrás, la de no poder llegar a tiempo con su esposo, que la espera en el aeropuerto de Phoenix, Arizona. También quedó atrás el susto de la posibilidad de suspender el viaje a causa de la avería de la camioneta. Seguramente se siente algo de sudor en la frente. Puede que el polvo incremente la incomodidad. Nada que no solucione un pañuelo desechable. Ahora solo es cuestión de navegar un poco con el polvo, los baches en el camino y el calor del desierto. La vida vuelve a la normalidad.

El viaje comienza a molestar con su monotonía. Van apenas cinco minutos de un trayecto de casi cuatro horas que se deberán hacer al menos hasta el cruce de la frontera con Estados Unidos. Ya pasando la línea fronteriza, como por arte de magia se arregla el camino. Comienza la parte pavimentada de esa ruta de viaje que hace ya casi un siglo hicieron por costumbre los primeros mormones que —huyen do de la persecución en Utah— llegaron a México para quedarse en Chihuahua. El aire está en las condiciones adecuadas, templado, para que los gemelos no se lastimen las vías respiratorias. Se sigue escuchando la plática alegre entre Howard Jacob Jr. y Krystal Bellaine. Aquello puede parecer un momento perfecto. Enfrente un camino largo de terracería, una perfecta provocación para nutrir el pensamiento y los anhelos.

A lo lejos, de frente, se observa algo, es como una estela de polvo que se va aproximando. Al parecer son dos camionetas que viajan a toda velocidad. Es extraño, porque ese camino es totalmente desierto y los pocos vehículos que circulan lo hacen a vuelta de rueda para evitar pinchaduras o desperfectos en el sistema de dirección, como sucedió esa mañana con la camioneta de Rhonita. La estela de polvo se sigue aproximando.

Son dos camionetas. Una de ellas frena intempestivamente frente a la unidad que Rhonita conduce con cuidado, otra pasa de largo, a centímetros, casi rozando el espejo retrovisor. Por reflejo, para evitar el impacto, Rhonita intenta hacerse más a su derecha y disminuye bruscamente la velocidad. La camioneta que acaba de pasar también frena violetamente generando una espesa nube de polvo. Ella y sus dos hijos mayores se miran sorprendidos entre sí. No saben qué está pasando. No se dan cuenta, pero en medio de la polvareda por lo menos 12 hombres fuertemente armados, con vestimenta militar, han descendido de las dos camionetas.

Cuando la nube de polvo comienza a disiparse, desde adentro de la camioneta de Rhonita apenas se alcanzan a vislumbrar unas siluetas. Parecen soldados, están vestidos de negro, traen cascos y chalecos antibalas, portan armas largas de grueso calibre. Se mueven sincronizadamente, en actitud marcial. Hacen una media luna frente al costado izquierdo y la parte trasera de la camioneta de Rhonita. Se colocan en posición de un pelotón de fusilamiento. Alguien da la orden de fuego.

Adentro de la camioneta, en total incertidumbre, Rhonita solo alcanzó a pedir a sus hijos Howard y Krystal que se escondieran bajo los asientos. Los mayores, sin que se los pidiera su madre, cuidaron de los menores. Por instinto, Rhonita tuvo que haber tirado de la palanca para recostar su asiento, y quedar fuera del rango visual de sus agresores. Tal vez, sin ser blindada, esperaba que la lámina de la camioneta la mantuviera a salvo. Eso era algo más que imposible. Los últimos segundos de vida debieron ser un calvario para Rhonita. Puede o no que su vida haya pasado frente a ella en una fracción de segundo, pero lo cierto es que los últimos momentos de su existencia los pasó viendo cómo sus hijos intentaban ocultarse de la lluvia de balas, y eso debió haber sido una verdadera agonía para ella.

La ciencia dice que en los últimos segundos de vida y en los primeros de la muerte a nivel cerebral se da un fenómeno denominado “depresión extendida”, que no es otra cosa que una actividad eléctrica inusual dentro del cerebro, que hace que la conciencia siga presente aun cuando los órganos del cuerpo han dejado de funcionar. Por ese solo efecto, se puede considerar que Rhonita estuvo viviendo no solo su muerte, sino también las de sus cuatro hijos que la acompañaban.

Lo más seguro es que, como metal hirviendo, Rhonita haya sentido las primeras dos balas en el abdomen. El impacto de los proyectiles tuvo que haber liberado una gran cantidad de adrenalina que le permitió —al menos en los siguientes 60 segundos— sobreponerse al dolor, pudiendo aun haber insistido en actos de protección para sus hijos. Las balas cruzando de lado a lado de la camioneta sin duda alguna fue algo que Rhonita pudo vivir y observar a plenitud. dice la ciencia que esas escenas llegan a ser tan lúcidas para el moribundo que casi siempre se pueden percibir como si fueran en blanco y negro, y en cámara lenta.

Por la calcinación de los cuerpos no se puede determinar desde la práctica forense quiénes, entre Rhonita, Howard, Krystal, Titus o Tiana, murieron primero. No se puede establecer quién recibió primero los impactos de bala. Lo que sí se pudo definir es que al menos los cuatro niños estaban vivos cuando fueron incinerados. de lo anterior se deduce que Rhonita murió con la zozobra de saber el destino final de los cuatro hijos que viajaban con ella en la camioneta.

La ciencia también establece que después de que el corazón de ja de latir, cuando es declarada la muerte clínica, las neuronas aún pueden permanecer en funcionamiento por hasta cinco minutos. Eso por sí solo es causa de horror, al considerar la posibilidad de que Rhonita pudo sentir cómo se impregnaba el ambiente del interior de la camioneta con el olor inconfundible de la gasolina. Incluso ella y sus hijos más conscientes, Howard y Krystal, pudieron haberse dado cuenta cuando todo comenzó a arder dentro de la camioneta, con la impotencia de ya no poder hacer nada.

Lo que sí revelan las pruebas periciales es que Rhonita recibió al menos cinco impactos de bala. Los que le arrebataron la vida fueron dos tiradores usando indistintamente sus armas de fuego de diverso calibre. Por su parte, Krystal Bellaine recibió tres impactos de bala, uno de ellos en la cabeza, los otros dos en el abdomen y la espalda.

En este caso también fueron dos tiradores distintos los que acertaron sus disparos en el cuerpo de la niña de 10 años. Howard Jacob Jr., el mayor de los hijos de Rhonita, quien viajaba en el asiento del copiloto, recibió solo un impacto de bala a la altura del tórax, con el que se presume pudo haber quedado herido. Aún con algo de fuerza, Howard Jacob Jr. pudo abrir la portezuela de su lado. Por instinto trató de ponerse a salvo, pero las fuerzas no le alcanzaron. desfalleció en el acto. Se le doblaron las rodillas. Su cuerpo quedó hincado en el suelo, con la cabeza recostada dentro de la camioneta.

La primera versión pericial que existe sobre el caso de la camioneta de Rhonita indica la posibilidad de que, tras el ataque, cuando la unidad fue objeto del fusilamiento, una bala pudo haber penetra do el tanque de gasolina. Esa perforación —señala el peritaje— pudo haber sido la causa de la explosión luego de que la gasolina estuvo chorreando y una chispa, en algún momento del ataque, pudo haber causado la conflagración. Pero esa hipótesis de la FGR no es cierta, eso solo pasa en las películas.

Un análisis de la situación y de la mecánica de hechos de este suceso en particular, realizado por un experto estadounidense, cuyos razonamientos periciales están contenidos en una carpeta de investigación paralela que sobre estos mismos hechos se abrió en Estados Unidos, refiere que no hubo una explosión derivada de un supuesto tanque de gasolina perforado y una chispa haciendo ignición sobre el chorro de la gasolina. Los delincuentes incendiaron la camioneta. Con los cuatro niños vivos dentro, tal vez con Rhonita ya fallecida, uno o varios de los atacantes se dieron el tiempo de rociar gasolina al interior de la unidad y prenderle fuego. La gasolina pudo haber sido extraída de la misma camioneta.

La versión de que el incendio de la camioneta fue provocado por los sicarios cobra fuerza con los datos aportados por Shalom, la madre de Rhonita. Ella asegura que cuando llegó a la escena del crimen, mientras hacía una oración y caminaba en torno a la unidad —en busca de respuestas, para tratar de entender el porqué de ese asesinato—, encontró en el suelo, a unos metros de distancia de la camioneta calcinada, algunos papeles intactos, recibos de cuentas, que portaba Rhonita en su bolso. Eso podría ser el indicativo de que uno o algunos de los delincuentes robaron el bolso de Rhonita, lo que solo pudo suceder si la camioneta no estaba en llamas después del ataque. Es decir, el incendio de la camioneta sobrevino hasta después del robo, lo que apunta a que no fue un hecho accidental, sino más bien incidental del ataque.

No fue una confusión

No hay duda de que se trató de una confusión. El ataque contra Rhonita y sus cuatro hijos, contra Dawna y sus nueve hijos y Chris tina y su niña, fue planeado. Se ejecutó con precisión. En torno a las tres camionetas en donde viajaban las víctimas quedó un reguero de casquillos. Incluso, ahí mismo se encontraron cartuchos no percutidos, lo que solo significa una cosa: que, en algún momento, tras la cadencia de fuego, algunas armas se llegaron a encasquillar (atascar), lo que obligó a los sicarios a tener que botar el cartucho obstructivo para continuar con las ráfagas de fuego.

Los peritos ministeriales de Sonora y de la Fiscalía General de la República, tras haberse cometido el asesinato e iniciado los procesos de investigación, encontraron a solo unos metros de las tres camionetas rafagueadas un total de 1 916 casquillos de cartuchos percutidos, 30 cartuchos no percutidos, 61 eslabones metálicos (para sujetar cartuchos que se disparan en ráfaga) y seis láminas de carrillera, utilizadas también en armas con disparos en chorro.

Por los indicios recogidos en el lugar de los hechos, se puede establecer que los tipos de balas disparadas corresponden a los calibres .223 mm, utilizados por rifles de asalto como R-15 o Buschmaster, de los que usan los cuerpos de seguridad del Estado mexicano, los que dispararon 1811 balas. de ese mismo calibre se recogieron en total 22 cartuchos de balas útiles. del calibre 7.62 × 39 mm, utilizado por el rifle AK-47 (cuernos de chivo), se recogieron 84 casquillos y se encontraron cuatro cartuchos útiles.

También se encontró un casquillo calibre .50 BMG, el que indica la presencia de por lo menos un fusil tipo Barrett. Entre los indicios también se encontraron 20 casquillos percutidos del calibre .308 mm, de los que son utilizados por rifles de asalto semiautomáticos como el Iwi Galil Ace, utilizado de manera frecuente por la Guardia Nacional. No se puede pasar por alto que de acuerdo con los indicios, las balas utilizadas en este suceso de sangre son de la marca Winchester, con la leyenda “Win Hornady”.