Peña Nieto siempre atribuyó que fue Presidente de México por la profecía de una vidente
“Así era Enrique: noble al extremo. A veces despistado y algo torpe. imprudente en ocasiones, pero nadie puede negar que tenía un gran
corazón. Eso sí, desde niño se le notaba que tenía muchas ambiciones”. En esos términos lo describe Juan Carlos Lozano, un compañero de primaria que compartió con Peña Nieto las aulas en la escuela “Profesora Eudoxia Calderón Gómez” de la ciudad de Toluca, a donde el niño Peña Nieto ingresó luego de que su familia decidió mudarse de Atlacomulco, por razones de trabajo de su papá
La época de Enrique Peña en Atlacomulco fue breve; algunos cronistas locales aseguran que vivió allí hasta la edad de 11 años. Aun así, eso bastó para que se le considerara dentro del selecto grupo de hombres que hacia 1940 la vidente Francisca Castro Montiel predijo que saldrían de ese lugar a gobernar el Estado de México, “y uno de ellos llegaría a ser presidente del país”, cuenta la leyenda local, la cual sigue alentando a muchos políticos jóvenes que aspiran a ser el sexto gobernador que salga de Atlacomulco.
Esta es la leyenda que se ha quedado arraigada en la memoria colectiva de los más viejos de Atlacomulco —posiblemente alentada por otra leyenda, la de Mamá Salomé y Papá Nabor, los fundadores de la comunidad religiosa de Nueva Jerusalén, en el estado de Michoacán— y la que le da un toque sobrenatural a la estirpe política de Atlacomulco. En efecto, la leyenda, que se pasa de generación en generación desde 1940, dice que “seis hombres de Dios saldrán de Atlacomulco a gobernar el Estado de México, y uno de ellos llegará a ser presidente de México”.
La vidente Francisca Castro Montiel, a la que se le atribuye el vaticinio, era una anciana que nació en la comunidad de San Lorenzo Tlacotepec y que de 1920 a 1950 sirvió en la sacristía del templo del Señor del Huerto. Fue utilizada por Isidro Fabela Alfaro para verter esta profecía. Isidro Fabela, siendo funcionario de la Secretaría de Relaciones Exteriores en el sexenio de Lázaro Cárdenas del Río, aspiraba a la gubernatura del Estado de México, pero no contaba con el pleno respaldo del presidente. Por eso, sabiendo de la inclinación del general Lázaro Cárdenas hacia la creencia en supersticiones y designios divinos, a Isidro Fabela se le ocurrió buscar a una vidente que hablara por el destino.
Hay que recordar que en el general Lázaro Cárdenas del Río, con toda su estatura de estadista, siempre influyó su esposa Amalia Solórzano Bravo para creer en lo sobrenatural. El caso más concreto es el crédito que le dio a su primo, el sacerdote Nabor Cárdenas Mejorada, mejor conocido como Papá Nabor, quien en 1935 ya le hablaba de videntes y voces venidas desde Dios. En 1972, Nabor Cárdenas fundó —en predios donados por el general Cárdenas— la comunidad de Nueva Jerusalén, en Turicato, Michoacán; al lado de la vidente Gabina Sánchez viuda de Romero, autonombrada como Mamá Salomé, aseguraba que allí bajaría Dios y que la Virgen del Rosario hablaba a través de la vidente. El general Cárdenas creyó esta historia a pie juntillas.
Valiéndose de ello fue que Isidro Fabela hizo que Francisca Castro Montiel dijera una profecía a modo, la cual tuvo cierto tino, y que también estaba dirigida a él. Sólo que el designio de que “uno de ellos llegará a ser presidente de México” no recayó en Isidro Fabela, sino en la persona de Enrique Peña Nieto. Si fueran ciertas las profecías, la de la vidente Francisca Castro Montiel estaría casi totalmente cumplida, pues de Atlacomulco ya ha surgido cinco de los seis gobernadores que predijo, así como el presidente de la República.
Los gobernadores del Estado de México originarios de Atlacomulco, y que hoy en día se asocian a la profecía de la vidente, son Isidro Fabela Alfaro (1942-1945), Alfredo del Mazo Vélez (1945[1]1951), Salvador Sánchez Colín (1951-1957), Alfredo del Mazo González (1981-1984) y Enrique Peña Nieto (2005-2011), este también presidente de México, tal como lo predijo Francisca Castro Montiel. Sólo le faltaría un gobernador emanado de Atlacomulco para acertar plenamente a la profecía a modo, que mantiene a todo un estado a la expectativa.
De esa profecía, cuando era niño, se valía Enrique Peña para alentar sus aspiraciones, según recuerda Juan Carlos Lozano, quien supo de ese designio sobrenatural por voz del mismo Enrique cuando cursaban el sexto año de primaria: “De niño, Peña Nieto era muy bueno para la oratoria. Le gustaba hablar y hablar y tener siempre un auditorio atento: nosotros —un grupo de siete a diez compañeros de clases— nos sentábamos en su entorno, a la hora del recreo, mientras él contaba muchas historias. Le gustaba contar de la Revolución. Seguramente eran historias que les escuchó a sus padres o sus abuelos”.
A Peña Nieto, continúa Juan Carlos Lozano, “lo queríamos todos los del salón de clases, no sólo porque nos encantaban sus historias, sino porque era el niño nuevo del salón, y siempre inspiraba un sentimiento de debilidad [sic]. Era alguien que parecía que necesitaba de mucha protección”. Por eso tuvo una buena acogida cuando se incorporó a la primaria “Eudoxia Calderón Gómez” para cursar sólo el sexto año de primaria. Había hecho los primeros cinco años de la instrucción básica en la Primaria Anexa a la Normal de Profesores y en el Colegio “Antonio Plancarte” de Atlacomulco.
Relata Juan Carlos Lozano que en los momentos en que el niño Enrique Peña Nieto se disponía a contar sus historias, no sin antes compartir un paquete de galletas saladas entre su audiencia, siempre guardaba silencio previo a su discurso. Carraspeaba. Y comenzaba a hablar hasta que ya tenía sobre él la mirada de todos. “A veces contaba pasajes de su vida personal, como la vez que se fue a acampar con su papá al Nevado de Toluca, o cuando estuvo de vacaciones en Estados Unidos al lado de su madre. Otras veces contaba sólo historias que había leído o que había escuchado en alguna parte, pero siempre mantenía atenta a su audiencia”.
En esas ocasiones, cuando se pasaba gran parte los 45 minutos del recreo hablando frente a la mirada atónita de sus compañeros, fue cuando Enrique Peña Nieto le habló a Juan Carlos Lozano, y a otros, sobre la profecía de “la bruja” —dijo él—, que en su versión consistía en que “de Atlacomulco habrían de ser los próximos gobernadores del Estado de México y un presidente de la República”, asegurando que él sería uno de esos gobernadores. Para sustentar la hipótesis, sacaba a flote que a él le venía ese derecho, porque su abuelo materno Constantino Enrique Nieto Montiel ya había sido presidente municipal de Atlacomulco, su tío abuelo materno Salvador Sánchez Colín ya había sido gobernador y su tío abuelo paterno Alfredo del Mazo Vélez también ya había sido gobernador