Este 7 de octubre se cumplen dos años del inicio —más abiertamente— del genocidio en la Franja de Gaza, donde miles de palestinos han sido asesinados por los misiles de un nuevo Reich, ahora en manos de los sionistas de Israel.
Hace dos años, un atentado en el que fueron secuestrados colonos israelíes se convirtió en el pretexto perfecto para iniciar una masacre de civiles palestinos, ajenos en su totalidad al conflicto, que ha sido definida por la Organización de las Naciones Unidas como un genocidio en toda la extensión de la palabra.
Una vergüenza histórica más para la humanidad. Y, sin embargo, hay personajes deleznables que han aprovechado para colgarse falsas medallas de humanismo, bondad y entendimiento de las causas humanitarias y sociales, mientras se han convertido, desde hace siete años, en la oscuridad de su casa, en el cáncer más letal para miles de personas que padecen la precariedad producto de su corrupción.
Este día se dio también otro de los tristes circos que se manifiestan en el Poder Legislativo, cuando la diputada de Morena, María Magdalena Rosales, pidió un minuto de silencio por Palestina, en memoria del inicio de este genocidio. Esto provocó que la diputada del PAN, Margarita Zavala —esposa del genocida expresidente Felipe Calderón— abogara por el ente sionista —con esa empatía que solo los entendidos en acciones pueden tener— y pidiera también un minuto de silencio, pero por Israel.
Ambas diputadas son el ejemplo perfecto de lo que significa el dicho “candil de la calle, oscuridad de su casa”. Aunque las acciones de Margarita Zavala sean solo una prueba más de la cercanía que el régimen panista tuvo con los crímenes de guerra, homicidios, desapariciones, torturas, secuestros y actos genocidas —y a nadie le sorprenda su defensa de un Estado abusivo y homicida de ciudadanos desarmados—, el caso de la bancada de Morena es muy diferente, pues tiende a venderse como un régimen humanista y solidario con la causa palestina. Sin embargo, en el país, cuando se descubre un caso de impunidad, horror y crimen de lesa humanidad, como el del Rancho Izaguirre, sus primeras acciones son las de negarlo.
Orgullosa, la bancada de Morena gritaba “¡Palestina libre!”, mientras ignora voluntariamente las relaciones que el país mantiene con el ente sionista que está causando miles de muertes. No hay de otra: sin el Estado de Israel, para el régimen en el poder sería más difícil controlar, espiar, acosar y hostigar a periodistas, activistas y defensores incómodos para sus intereses.
El PAN lo inauguró, eso es una realidad, pues fue el primero en adquirir el malware de espionaje Pegasus, utilizado en infinidad de teléfonos de activistas y periodistas alrededor del mundo, vendido únicamente por NSO Group, empresa de tecnología israelí.
El gobierno morenista, al contrario de lo que sus falsos gritos de solidaridad expresan, ha financiado los misiles que han acabado con la vida de todos esos palestinos, mientras utiliza ese mismo software para provocar terror en México y limitar la difusión de información que perjudique los intereses del partido.
Al mismo tiempo, los sicarios de la Secretaría de la Defensa Nacional, el Cártel del Huachicol de la Secretaría de Marina y los represores de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana reciben adiestramiento en tácticas inhumanas de tortura y represión de los ciudadanos, de manos —ni más ni menos— que de elementos del Mossad, agencia de inteligencia israelí, y de las Fuerzas de Defensa de Israel.
A nivel local, la colusión entre el ente sionista y el gobierno de la Ciudad de México es evidente. No solo lo mencionado antes es cierto —el gobierno capitalino espía y su policía de élite, los “Zorros”, recibió formación israelí—, sino que también permite que elementos de las Fuerzas de Defensa de Israel impartan cursos de “defensa” a personas de la tercera edad, jóvenes y niños.
Mientras la bancada de Morena replica lo hecho por Fernández Noroña en el Parlamento Europeo, fingiendo no estar coludida con Israel, las acciones que oscurecen el país a manos de Morena continúan. No solo es el caso del Rancho Izaguirre: también lo son las desapariciones, los feminicidios, el incremento del poder de los cárteles, la corrupción, el desabasto de medicamentos, la deficiencia educativa y la venta del agua y del territorio. Pero para ello no hay tiempo de guardar un minuto de silencio.