El último espectáculo de López Obrador no es más que un epitafio mal escrito de un sexenio que deja a México sumido en el caos, con la promesa de un futuro aún más incierto. Entre los discursos vacíos, las acusaciones a sus eternos enemigos y la negación de cualquier responsabilidad, AMLO se despide sin haber cumplido la mayoría de sus promesas. Mientras en Acapulco los habitantes lidian con la devastación del huracán John, su presidente se regodea en su propio egocentrismo, festejando su “misión cumplida” como si el país no estuviera destrozado.

¿Qué misión cumplida? ¿La de arruinar instituciones, empoderar al crimen organizado y dejar a la economía mexicana al borde del precipicio? AMLO no solo ha fallado en los objetivos más básicos de un gobierno, sino que su legado es uno de división, confrontación y retroceso democrático. Mientras presume de haber cometido “pocos errores”, el México que deja atrás está lleno de cadáveres, fosas comunes y violencia sin control. Su incapacidad para gestionar la inseguridad se refleja en estados como Sinaloa, donde las calles apestan a muerte con más de 100 asesinatos en solo 19 días, resultado directo del vacío de poder y la narcopolítica que floreció bajo su mandato.

Lo peor es que ni siquiera tiene el decoro de asumir las consecuencias de sus fracasos. En su última mañanera, en lugar de responder a las tragedias reales, López Obrador se lanzó en su ataque acostumbrado contra los expresidentes, como si ese mantra eterno pudiera borrar el desastre que ha sido su administración. ¿Y qué decir de su intento de inmortalizar su legado a través de Claudia Sheinbaum? Un presidente que predica sobre humildad, pero que impulsa una sucesión en la que no se vislumbra más que la continuación de su propio poder, de su autoritarismo disfrazado de “transformación”.

Este es el presidente que celebra sus “logros” mientras ignora la devastación en Guerrero y la emergencia en otros rincones del país. Se va con la soberbia intacta, dejando a México más vulnerable, más polarizado y con menos esperanza de lo que estaba antes de su llegada. Y su fiesta final, ese “bailongo” en Palacio Nacional, será el último insulto a un país que ha pagado el precio de su terquedad, su megalomanía y su indiferencia hacia el verdadero dolor del pueblo mexicano.

El próximo gobierno tendrá que lidiar con las ruinas que AMLO deja atrás. Pero la pregunta real es: ¿queda algo por salvar después de este sexenio de destrucción?